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No me lo puedo creer. Nunca, nunca puedo tener unas vacaciones tranquila en casa, viendo la TV, o navegando en internet como el resto de las personas de mi edad. No, mis padres, en su afán por que aprenda otro idioma, me mandan a diferentes campamentos durante las vacaciones de verano e invierno.

No es que me queje, pero desde los 10 años no he pasado unas vacaciones en mi casa, y 8 años haciendo eso ya cansa. Por suerte, este es último año que lo haré, ya que la edad límite para hacer estos campamentos es de 18 años. Y bueno, quitando las cosas malas, está bien conocer a gente nueva y hacer nuevos amigos. El problema es que por mucho que digas “estaremos en contacto”, nunca lo logras.

-¡Adiós hija! ¡Pásatelo bien!-me gritaron mis padres mientras me despedían en el aeropuerto.

-Sí... Bien... Vamos a ver qué tal sale...

Como de costumbre, los vuelos para ir a los campamentos no son directos. Cuantas más escalas, más barato. Y eso quiere decir que aunque Irlanda y España estén la una al lado de la otra, tenga que pasar por Alemania.

Como de costumbre, llegamos casi de madrugada, por lo que cuando llegamos al complejo donde nos alojaríamos, lo que más queríamos hacer todos era irnos a dormir. Al día siguiente no habría actividades, así que podríamos dormir todo lo que quisiéramos.

El sitio estaba mucho mejor de lo que yo pensaba. El edificio era bastante moderno, muy diferente a los sitios que había ido los años pasados. Mira por donde, parece que este año me lo voy a pasar mejor.

-¡A ver, chicos! Aquí tengo vuestras llaves, dormid todo lo que queráis y procurad no despertar a los que ya están en las habitaciones...

Mi habitación era la número 136. ¿Cuántas habitaciones tendría este sitio? El pasillo era bastante bonito, con paredes y techo azules iluminadas. Definitivamente mucho mejor que el sitio ruinoso y viejo al que fui hace dos años.

130, 132, 134... Aquí, 136. A ver la llave... Llave... Llave no. Dentro de la cajita no hay una llave, sino una tarjeta. Qué moderno... A ver, deslizo la tarjeta y... ¡Tininí! Sí, esta es.

Lo siento por la chica que ya esté dentro, pero la voy a despertar. Son las 3 de la mañana. Que se aguante, estoy cansada y de mal humor. O espera, tengo otra idea. Déjame ver si el móvil alumbra lo suficiente para ver... No, el móvil no alumbra nada. Pues habrá que encender la luz. A ver dónde está el interruptor... ¡Ah, aquí!

¡Cachis! ¡Era el interruptor de la lámpara principal de la habitación! ¿No habrá una lamparita más pequeña?

-Mm...-oí venir desde la cama que estaba delante de mí.

¡Cachis, cachis, cachis! Le eché un vistazo rápido. La habitación estaba organizada en dos pisos. Abajo había una cama, un escritorio y un armario. Al lado de la cama había una escalera de caracol (Diminuta... ¿Se supone que tengo que subir por ahí?) así que supongo que mi cama será la de arriba. Genial, yo toda cansada y tengo que subir por una escalera de caracol...

Dejé mi maleta abajo, ya la desharía al día siguiente.

-¿Puedes apagar la luz?-dijo la chica que estaba en la cama. Con una voz bastante ronca. Será porque estaba durmiendo...

-Va, va... ¿Arriba hay interruptor?

-Sí...

Subí las escaleras como pude, (es decir, casi matándome dos veces, dichosa escalera) y me tiré en la cama. Luego estiré el pie y apagué la luz. Madre mía, qué cansancio...

Al día siguiente me desperté con la luz que entraba por el tragaluz del techo. Oh, genial... ¿Eso no se puede cerrar?

Ah... Que dolor de cabeza... ¿Qué hora es? Me acerco al reloj y veo que marca las 13:32... Ah, pues tampoco es tan temprano, menos mal... Igualmente, me duele la cabeza...

Frío LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora