tres: mi pequeña empresa

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El cigarrillo es apto para todo público. Las septuagenarias también.

Antes de comenzar la rutina escolar, dejo que mi común apariencia se refleje de manera burlesca en el cristal de la ventana. Parezco un zombie en mitad de la nada; hambriento, perdido, repudiado. Tan pálido que daba la impresión de ir por ahí sin una sola gota de sangre en el cuerpo. Mi cabello castaño, grueso y abundante, caía por mi frente desordenado por todos los ángulos de mi rostro. Ojos verdes y grandes, llenos de odio; al igual que los de mi padre. Sí, un zombie.

"La rutina es buena cuando te acostumbras".

Mi padre solía decírmelo cuando llegaba llorando de la escuela. Mi primer año fue traumático por dos cosas: nadie quería hablarle a la hija del asesino del condado de Bristol, Inglaterra.

La segunda: algunas personas nunca se acostumbran a tratar con personalidades despectivas como la mía. Todos son unos malditos mentirosos. Ninguno de ellos es tan culto como para no soportar algunas palabras sucias, ni tan sensibles para el sarcasmo. Me odiaban por motivos generacionales... "Mi madre lo hace, así que yo también". Ahora puedo decir que mi padre tenía razón.

En la fila del almuerzo localicé rápidamente a Megan. Ella volteó a verme. Sonrió. La sonrisa de Megan le daba la bienvenida a cualquiera que se animara a verle el rostro. No era común en las chicas tímidas exponerse de tal manera, pero Megan era una chica única y su autenticidad no se debía a un asombroso aspecto físico. Para nada. Ella estaba lejos de ser hermosa. Tenía una nariz prominente, ojos pequeños y cuerpo regordete. Pero era una de las pocas personas que le importaba una mierda que mi padre matara a otro hombre y luego se quitara la vida dentro de una celda. Tampoco era sensible al humor negro. De hecho, a veces era mucho más cruda que yo. Pero tampoco nos considerábamos amigos. La mayoría del tiempo se sentaba con sus amigos los cerebritos. Entre ellos Louis.

―Odio los lunes― se quejó apenas su trasero hizo contacto con la silla plástica de la cafetería.

―Yo odio los lunes y los martes. No tanto como los miércoles y jueves, pero en general los viernes suelen ser peor. Así que verte quejar por un miserable lunes, no ayuda en nada como consuelo.

―Oh, cierto. Olvidé que hablaba con el señorito sensibilidad― mordisqueó su hamburguesa de pollo.

―Se trata de percepción. Es lamentable que los únicos días que puedo mantener una conversación casi normal, sean los lunes y martes, y la razón es porque tu lástima tiende a ser incondicional. Llevas casi un año regalándome los primeros días de la semana sólo porque salvé tu culo de la odiosa Rita en gimnasia.

―Me enamoré de tu lanzamiento. La nariz de Rita nunca se vio mejor después de eso.

Sonreímos ante el recuerdo.

―Dios sabe que no lo hice por ti, Megan. Tenía tiempo buscando una excusa para partirle la cara―le dije con sinceridad.

Ser sincero con Megan resultaba fácil.

Ella se encogió de hombros con indiferencia.

―No estás obligada a sentarte conmigo. No eres un maldito elfo.

―Lo sé ―me miró algo escéptica―. Dejé de estar agradecida contigo por eso. Fuesen cuales fuesen las razones que te impulsaron a defenderme de Rita, no me importan. Ninguna de esas brujas volvió a meterse conmigo después de eso. Si continúo reservando estos dos días para comer contigo es porque quiero.

―¿Tus amigos piensan igual? ―miré hacia la mesa donde sus cuatro amigos degustaban sus respectivos almuerzos. Ninguno de ellos nos miraba. Todos comían despreocupados menos Louis. Su mirada se perdía hacia los jardines.

La culpa es de Louis // Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora