Prólogo

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Kenzie

Aproximadamente dos años antes...

La luz que desprendía el sol, la veía ansiosamente colarse por la puerta de cristal frente a mí, con las manos puestas en la silla de ruedas para salir cuanto antes. Comencé a mover impacientemente mi pie al esperar a mamá, quien llevaba cinco minutos –contados con la ayuda del reloj colgando en la pared– hablando con Dorys, chequeando el papeleo para mi salida oficial y, puedo apostar que, releyendo las mismas palabras por la falta de sus anteojos. A veces podía ser demasiado despistada...

Luego de la despedida que ellos me planearon, estaba repitiéndome, ahí sentada, que no mirara por encima de mi hombro para ver al lugar lleno de paredes blancas. Era mejor mantener la mirada fija en la puerta deseando ver lo que había detrás, o más bien, recordar lo que se siente atravesarla «legalmente», como diría Kat.

«No mires, no mires, o te vas a arrepentir de haberle gritado a Logan pedazo de pastel podrido», me rogué internamente, «no mires, o vas a recordar a Naomi»

Me mordí el interior del labio  y cerré los ojos con fuerza cuando sentí a mi madre pasar por mi lado para, acto seguido, abrir la puerta que se dividía en dos.

Todo en vano, pues acabé siendo consumida por la curiosidad y mirando a aquello que me traía recuerdos, sensaciones, sentimientos, que al principio fueron ajenas pero que con el tiempo se convirtieron en un hábito volver a tenerlas. Supe que esta vez todo quedaría atrás –¿por qué? No sé –, antes de mover las ruedas de la silla, antes de salir al exterior lista para comprar una planta y un año más tarde un perro.

Antes de dejar mi otra vida atrás. 

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