030.

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Después de unas cuantas sesiones tórridas de sexo brutal con Jesse en un apartamento que, según él, era donde vivía antes de que lo detuvieran, estaba sentada en la cama entre las sábanas desordenadas con las rodillas pegadas a mi pecho mientras daba caladas a un cigarro que había cogido de la cajetilla que Jesse había dejado encima de la mesita de noche.

Él se estaba duchando y yo, mientras, disfrutaba de paz y tranquilidad que tanta falta me hacían.

Había perdido la noción del tiempo por completo y, cuando miré la hora en el móvil, vi que no eran más que pasadas las dos de la mañana.

Suspiré mientras daba toquecitos con el dedo índice al cigarro para que cayera la ceniza sobrante en el cenicero que Jesse me había dado antes de meterse a la ducha.

No sabía si creerle por completo la versión que me había dado de la libertad condicional, pero, si así era, me imaginaba que tendría agentes pendientes de él día y noche y ciertas restricciones a la hora de moverse por el país, incluso por la ciudad.

Sabía que lo que hacía al estar con él era arriesgado. Podría verme alguien que conociera a mi familia y daría el chivatazo enseguida. Tendría que andarme con mucho ojo a la hora de hacer las cosas.

No tenía ropa limpia para ponerme porque la mochila no la traje conmigo, caso error, y tampoco pensaba ponerme el vestido de nuevo por lo incómodo que era y lo mucho que había sudado cuando lo tuve puesto.

Aunque también había sudado sin ropa.

Cuando terminé de fumar, dejé la colilla dentro del cenicero y me levanté de la cama con la sábana enrollada a mi alrededor. Ya me había visto Jesse desnuda durante unas cuantas horas en las que había explorado mi cuerpo a la perfección, pero tampoco era buena idea ir como Dios me trajo al mundo por todo el lugar.

Me sorprendía el hecho de que Jesse hubiese acudido a mí en primer lugar antes que a su hermano cuando le dieron la condicional. Normalmente se avisaba a alguien cercano a ti y no a una chica con la que solo mantienes algo físico. A no ser que él sintiera algo por mí. Pero era algo que dudaba, a pesar de que no me sorprendería. Todos podríamos caer en cualquier momento.

Miré detenidamente cada rincón de la habitación. Las paredes tenían desconchones de pintura, como si hubiera estado esto abandonado por mucho tiempo. Y no pude evitar pensar lo mal hermano que era Jason si ni siquiera se dignaba a tener un poco cuidado el sitio mientras Jesse estaba encerrado.

Recordé el coche en el que me había recogido Jesse. Era el mismo que había estado viendo todos estos días antes por mi vecindario. Ni siquiera sabía de dónde lo había sacado. Mentalmente me hice un recordatorio para preguntarle sobre eso más tarde.

Abrí la puerta corredera de su armario solo para ver tres camisas y dos pantalones colgados. Y abajo había solo dos pares de zapatos un tanto desgastados. Lo demás, vacío.

Abrí los cajones de la mesita de noche del lado en el que estaba antes sentada y vi unos cuantos calzoncillos en el primer cajón y unos cuantos paquetes de tabaco en el segundo.

Suspiré, apretando la sábana a mi alrededor mientras miraba por la habitación en busca de algo. Papeles o algo que me dijeran más sobre Jesse. Pero no había nada.

—Creía que estarías lo suficientemente cansada como para dormir el resto de la noche, preciosa —escuché a Jesse detrás, pero al otro lado de la cama. No había oído la puerta de abrirse y cuando me di la vuelta para encararlo vi que tenía simplemente una toalla alrededor de su cintura un tanto suelta y el pelo chorreando gotas que le caían por todo el torso.

No pude evitar relamerme los labios mientras lo miraba de arriba a abajo y ponía los brazos sobre mi pecho, como si eso me fuese a proteger de algo.

Sin decir palabra, me acerqué a él despacio y, sin pensarlo dos veces, dejé caer la sábana al suelo y me quedé frente a él en todo mi esplendor.

—¿Te parece buen momento para hablar, Jesse Stevenson? —le dije descarada. Estaba absorto mirándome y supe que había sido buena idea el manipularlo con mi desnudez.

—Lo que quieras —dijo sin mirarme a la cara. Estaba tan perdido en mí que ni se daba cuenta de lo que estaba haciendo.

Retrocedí un par de pasos y me senté en la cama mirándole a la cara todo el tiempo para apreciar los diferentes gestos según me movía. Si jugaba bien, no me supondría ningún problema.

Él dio una zancada hacia delante, quedando a centímetros de mí y yo aproveché para enganchar dos de mis dedos en el límite de su toalla, moviéndolos de un lado a otro lentamente mientras que con las uñas le rozaba la piel y lo tenía al límite de la excitación.

La otra mano la subí por debajo de la toalla, por sus piernas mientras acariciaba el interior de estas, muy cerca de su miembro.

Ya casi estaba listo para empezar la ronda de preguntas. Y entonces su mirada encontró la mía y pude ver lo oscurecidos que tenía los ojos. Y al fin podíamos empezar.

—Jesse —le hablé bajito para no romper el momento—, ¿de dónde sacaste el coche? —para asegurarme de que no me paraba, rodeé con mi mano su pene y lo sostuve en un agarre suficientemente fuerte como para que le fuera placentero, pero no demasiado para que no pudiera concentrarse en darme las respuestas que necesitaba.

Él seguía con los ojos puestos en los míos, y sin verlo venir, levantó una mano lentamente para coger de un puñado todo mi pelo y echar mi cabeza ligeramente hacia atrás.

Sabía qué quería, y yo también quería hacerlo, pero antes necesitaba la respuesta. Eso era algo que los dos teníamos claro.

—Contéstame —le susurré y moví mi mano a la vez que tiraba de la toalla, haciendo que se cayera al suelo. Dejándonos desnudos a los dos. La tensión y la temperatura habían aumentado considerablemente en cuestión de segundos y eso era algo que no podíamos evitar que pasara cuando estábamos los dos. Era pura química. Juntos éramos como el fuego y la gasolina, una combinación tan destructiva como tóxica e imparable.

Él gimió suavemente y negó con la cabeza tan lentamente que creí haberlo imaginado.

—Eres una manipuladora —me susurró apretando el agarre en mi pelo haciendo que casi doliera. Pero ese límite entre el dolor y el placer me gustaba. Y gemí en respuesta.

—Por favor, dímelo —le volví a pedir y esta vez dio un paso más hacia mí, mientras que me tiraba hacia atrás para que me tumbara en la cama y se irguió sobre mí, a escasos centímetros de mi cara mientras me miraba fijamente.

—Si te lo digo ¿te dejarás de juegos de una vez? —preguntó demandante. Yo no hice nada salvo asentir con la cabeza como pude.

—Le dije a Jason que me buscara un coche, ¿contenta? —susurró contra mis labios, y sin darme opción a que le pudiera contestar, me besó profundamente. Los labios me dolían y los tenía hinchados de tantos besos y mordiscos como me había dado, así como la de veces que había besado cada rincón de su cuerpo.

Él apartó mi mano de su miembro y la puso por encima de mi cabeza, repitiendo la acción con la otra, dejándome inmóvil y a su merced bajo su cuerpo.

—Ahora vamos a jugar según mis términos, ¿te parece? —me preguntó, observándome entera. Se había hecho hueco entre mis piernas y nuestros genitales estaban peligrosamente cerca el uno del otro. A pesar de que ya se habían conocido incontables veces, me daba miedo el control que tenía Jesse sobre mi cuerpo.

Estaba perdida.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora