Toda alma que caía en esas tierras fúnebres estaba condenada a una vida repleta de melancolía, nostalgia...
Naces solo, batallas solo y, cuando crees que aún queda un hálito de esperanza en los ojos de cada alma perdida que está a sólo segundos de unirse y ser parte de la tierra en la que yace; mueres solo.
Eran tiempos oscuros para ésta solitaria región en la que la muerte y la oscuridad reinaba. La luz había perecido junto con toda esperanza existente en estas tierras. El reinado agonizaba y, a los ojos de los reyes...
Una nueva era comenzaba.
Los historiadores dijeron una vez que aquel que tuviese los tres elementos se convertiría en el gobernante que se necesitaba para que la vida volviese a emerger. Pero, si la persona que poseyera todos los elementos decidía usar estos para el mal, la vida en sí misma se reduciría a cenizas.
Se necesitaban tres almas.
Fueron convocados un grupo de jóvenes en los cuales se podía distinguir con claridad, un alma sincera, sin rencor. Y así, cada elemento fue entregado en manos confiables.
La daga, la tiara, el talismán y el cetro.
Antes de los respectivos honores, los cuatro jóvenes llevaban una amistad muy unida. La paz emergía de nuevo y el sol resplandecía como nunca.
Pero no todo es eterno.
A medida que pasaba el tiempo, los herederos de los cuatro elementos se fueron distanciando. El poder de los mismos era demasiado fuerte y... se salió de control. El núcleo de su íntegra existencia dejó de palpitar y se redujo a cenizas y polvo.
Todo fue de mal en peor.
Los adeptos de los nuevos gobernantes comenzaron a masacrarse unos a otros. Espada contra espada. Escudo contra escudo. Era una lucha que parecía no tener fin.
Si no luchabas, se te era arrebatado todo lo que más amabas. La sangre se convirtió en alimento de la tierra.
Y es así como ahora vagan las almas en este inóspito lugar, atrapadas entre la fina línea de la vida y la muerte.
Este es sólo el comienzo.