Un nuevo despertar

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—Es por eso que los encantamientos no verbales son muy útiles, porque nos ofrecen una ventaja momentánea —decía el profesor Flitwick con su voz chillona, mientras en la clase reinaba un ambiente de lunes: aletargado y desganado—. ¿Alguien querría hacer la prueba para demostrarles a los demás? ¿La señorita Granger, quizá?

Hermione se incorporó en su silla, sobresaltada. Lo cierto era que no había estado prestando demasiada atención a la clase del profesor Flitwick. Su mente había vagado por todos sitios durante el último cuarto de hora pensando en algo muy puntual.

Nadie le había dicho feliz cumpleaños.

El día apenas había comenzado. Faltaban muchas horas para que terminase. Todavía había mil oportunidades para que Harry y Ron se lo dijeran, pero ellos parecían realmente haberlo olvidado.

O quizá... ¡quizá estaban preparándole una fiesta sorpresa para la noche! Sí, eso era: Harry y Ron estaban haciéndose los tontos para no estropear la sorpresa.

—¿Señorita Granger? —insistió el profesor Flitwick.

Hermione se dirigió ante el estrado del profesor con pasos pesados, mientras todos en la clase la contemplaban con muecas de aburrimiento.

—Pruebe con un accio, señorita Granger. Intente llevar hacia usted aquella pluma, pero sin decir ninguna palabra.

Lógicamente, el ejercicio no fue de ninguna dificultad para Hermione. Ella utilizaba hechizos no verbales en su vida cotidiana, a pesar de que era un tema que estaban viendo en clase recién en aquellos momentos. Sin embargo, a veces le resultaba muy útil; por ejemplo, cuando quería atraer libros de la biblioteca sin hacer ruido.

—¡Estupendo, estupendo! —exclamó Flitwick, que no cabía en sí mismo de la emoción—. ¡Serán diez puntos para Gryffindor, claro que sí!

Algunos estudiantes se miraron, triunfantes; otros tantos —los de Ravenclaw, que era con quienes compartían la clase—, pusieron mala cara. Hermione volvió a su sitio caminando con lentitud, mientras que el profesor Flitwick se deshacía en halagos hacia ella.

—Es usted una de las mejores estudiantes que he tenido, si no digo la mejor —Las mejillas de Hermione estaban totalmente encendidas—. Me sorprendería si en unos cuantos años usted no fuese jefa de algún departamento en el Ministerio de Magia, señorita Granger. Creo que tiene potencial suficiente para ser ministra, ¡mire lo que le digo!

Hermione sonrió extremadamente incómoda mientras que a su alrededor todos arqueaban las cejas, pensando, seguramente, que era una sabelotodo insufrible.

A la salida de la clase de Encantamientos, Harry y Ron abordaron a Hermione con rostros de preocupación:

—Hermione, ¿estás bien? —le preguntó Harry—. Has estado callada durante toda la mañana.

—Sí —coincidió Ron, frunciendo el ceño—. Te has sentado al lado mío y ni siquiera me has regañado porque no le estaba prestando atención a Flitwick.

Hermione abrió la boca y dio una bocanada de aire, decidida a reprocharles a sus amigos que no habían sido capaces de recordar su cumpleaños. Sin embargo, se detuvo a tiempo y volvió a cerrar la boca. No pensaba dejarles las cosas tan fáciles.

—No voy a decirles nada —les espetó con dureza—. Si realmente son mis mejores amigos, creo que deberían de saber muy bien qué es lo que me sucede. Pero parece que no son más que un par de tontos.

Dicho aquello, estalló en llanto y se fue corriendo de allí. No le importó ser el centro de todas las miradas, puesto que era hora pico en Hogwarts y todos los estudiantes estaban en los pasillos. Lo único que quería era estar sola; acobijarse bajo un montón de mantas y dormir durante doce horas seguidas mientras que su gato Crookhanks ronroneaba junto a ella.

La Ministra de Magia (Hermione Granger)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora