El Escritor

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Sus libros carecían de la palabra "Fin". Ese era su modo de darles continuidad eterna. Enlazando sus historias, el lector siempre tenía la necesidad de adquirir su última obra. Había descubierto la clave de su triunfo.

A su espalda se encontraban, ordenados cronológicamente, una veintena de libros pertenecientes a un mismo género. En esa colección había invertido los mejores años de su vida a cambio de múltiples éxitos efímeros. Incluso, había sacrificado a su familia en aras de un reconocimiento dentro del mundo del terror. ...pero esa, esa es otra historia.

Detrás de él igual habían rosas negras, colocadas en floreros, algunas marchitas, otras totalmente secas. Sabía que tenía admiradores raros, le dejaban desde animales muertos, animales taxidermizados, hasta aves en jaulas; sin embargo existía esa singularidad de que alguien cada semana sin falta le dejaba en su puerta diez rosas negras.

Acabó de escribir su manuscrito y, como de costumbre, decidió firmarlo justo bajo el título. Aquella acción la había realizado en todas sus novelas sabiendo que representaba un punto sin retorno. No volvería a leer el texto hasta verlo impreso.

Encima de la mesa se encontraban agrupados todos los capítulos que conformarían su última obra. Los ordenó con cuidado de no confundirse al numerar sus páginas, incluyó la portada recién firmada y del cajón de su mesa sacó una carpeta en la que introdujo el original. Todo estaba listo para ser enviado a su editor.

...

Apagó las luces de su despacho y se dirigió hacia el dormitorio. Encima de la cama se encontraba el traje negro y los zapatos aún sin estrenar. Se vistió con calma y se apoyó en el escabel para calzarse los zapatos. Mientras contemplaba su imagen reflejada en el espejo, medio sonreía, pensando en sus próximos pasos.

Una pequeña caja plateada permanecía sobre la mesita de noche esperando que su dueño se acordase de ella. La agitó, a modo de sonajero, para comprobar que en su interior aún quedaban suficientes pastillas. Más tarde, la guardaría en su mochila.

Salió a la calle y esperó a que pasase un taxi para subirse en él. Apenas habló con el taxista en los treinta minutos que duró el trayecto. Se apeó en las inmediaciones de un parque; deseaba sentir el aire fresco mientras se dirigía a la cafetería de siempre.

Sentado en la barra del bar, notó como las mujeres se giraban al verlo. Acostumbradas a retarse entre ellas, sólo era cuestión de tiempo que alguna cayese en su trampa. Con la excusa de pedir una cerveza, una joven se acercó lo suficiente como para rozar su brazo, disculparse y, de ese modo pueril, entablar conversación.

Veinte minutos después salieron del bar y, entre carcajadas, se dirigieron al Hotel, a pocas manzanas de allí. La mujer se sintió mareada en el ascensor mientras veía pasar los números de cada piso. Llegaron a la habitación y allí cayó desplomada sobre la cama. Las pastillas, disueltas en la cerveza, habían cumplido su cometido. Permanecía paralizado, aunque consciente, por los efectos de la atropina.

Horas más tarde, Pete abandonó la habitación dejando el cadáver de una mujer despellejada. La cama, ensangrentada, mostraba la brutalidad del asesinato mientras que en el pasillo se encontraron sus vísceras esparcidas por el suelo. En las paredes, símbolos y mensajes diabólicos reivindicaban la autoría del salvaje crimen.

...

Sentado ante su máquina de escribir inició otra novela. El primer capítulo describía, con todo detalle, la tortura y posterior asesinato de una famosa mujer de negocios a manos de una secta satánica.

Todas sus historias se basaban siempre en hechos reales.

¡Sería otro éxito de Pete Thelman!

Black Roses - Mike x Pete [Pike]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora