Los rayos caen en el horizonte entre los kilómetros de un campo seco y triste bajo el cielo
tintado de oscuros grises que se viste con colores mágicos, algunos truenos resuenan detrás de las
montañas, una gran tormenta me está dando la bienvenida en mi último día de trabajo.
En la señal puedo leer "Ravenswood" a menos de doscientos metros, esbozo una ligera
sonrisa al pensar que no quiero pasar ni un segundo más conduciendo ya que no queda mucho para
que la lluvia empiece a caer sobre mi coche recién lavado. Maniobrando a veinte por hora y con la
lentitud que me caracteriza, consigo llegar al parking exterior e intento aparcar lo mejor posible,
entro y salgo más de una vez para encajar mi pequeño Fiat de dos plazas entre las líneas que le
corresponde, en tensión y alerta, pero aparcando con exactitud. Paso la lengua por mis labios en
determinadas ocasiones con la incertidumbre de saber si mi coche está recto o tengo que retroceder
de nuevo para volver a empezar, con la excusa de que hay dos coches a ambos lados, desisto de mi
problema diario para quitar la llave del contacto y suspirar con vehemencia.
Hace dos meses y medio mi profesor me recomendó este trabajo de verano en el "Centro
Psiquiátrico Ravenswood", intrigada por el hecho de acceder al mundo laboral tan rápido tras acabar
mi diplomatura, me lancé a la aventura con la intención de poder tener más experiencia y confianza
en mí misma. Aquí he estado trabajando felizmente en los diferentes sectores de la administración del
centro, también he interactuado con el área sanitaria observando como efectúan los protocolos
diarios y he aprendido mucho con la labor de los trabajadores. Hoy es mi último día aquí, el lunes
empiezo en "Lawndale", una pequeña empresa situada en lo alto de un edificio en pleno centro de la
ciudad, hace dos semanas hice una entrevista y un par de días después me llamaron para cubrir un
puesto de becaria, estoy deseando que llegue el lunes para empezar una vida nueva.
Salgo del coche cerrando la puerta con un ligero golpe de cadera mientras espero por Alan
que está aparcando en la plaza de enfermeros. Él trabaja aquí desde hace cinco años, nos conocimos
cuando entré a trabajar en el centro y se ha convertido en una pieza fundamental en mi vida. Nunca
hemos coincidido en ningún turno porque él es enfermero y yo trabajo en la administración, pero
siempre quedamos para almorzar o vernos en cualquier punto de encuentro cada vez que tenemos un
rato libre. Alan camina suplicándome en la distancia por algo que no pasará, opta por arrodillarse y
juntar sus manos para implorar aclamo, entre risas le saco la lengua negándole una vez más.
- Olvídalo Alan.
- Por favor, di que sí. Es tu último día de trabajo, no puedes negarte a ir a tu propia fiesta.
- Tengo que estudiar los protocolos de mi empresa si quiero empezar con buen pie, no quiero
defraudar a nadie.
- ¿Dónde ha quedado tu espíritu universitario? Solo tienes 23 años, aun eres joven para la fiesta.
Mi amigo me ha utilizado invitando a todas las chicas del centro para ir a una fiesta en mi honor con la intención de poder flirtear con ellas, necesita que asista a un club, tomemos unas copas
y luego yo desaparezca para poder codearse con el sector femenino. En estos últimos días los
rumores de una posible fiesta han llegado a oídos de varios compañeros y ahora me aclama más que nunca, no tendrá ningún crédito si yo no asisto a mi propia fiesta pero me va a ser imposible, ya tengo planes, sobretodo porque este fin de semana regresa mi mejor amiga Molly. Ella y yo nos conocimos en nuestro primer año de Universidad, ambas éramos nuevas en el campus y desde el principio conectamos. Ahora se encuentra trabajando en la empresa de un amigo de sus padres en Austin, ahorrando el dinero suficiente para montar su propio negocio de belleza, ese ha sido su sueño desde la infancia y lo va a hacer realidad. Ambas vivimos juntas en un apartamento gracias al regalo de su vigésimo primer cumpleaños, sus padres querían un lugar más seguro para su hija y yo iba en el paquete, así que nos instalamos hace dos años y desde entonces no nos hemos separado hasta este verano. Me muero de ganas porque vuelva a casa. Una vez dentro doy mi último saludo a recepción con la promesa de regresar más tarde para
despedirme tranquilamente. Alan se ofrece a dar besos y abrazos a todas las mujeres sin ningún tipo de vergüenza con la pequeña esperanza de que Lucy se fije en él, lleva cinco años invitándola a salir y ella lo rechaza a diario. Cuando dejo a mi amigo en los vestuarios yo me dirijo a la sala de enfermería para dejar mi bolso y ponerme la bata blanca con mi nombre inscrito en el bolsillo superior izquierdo, no dispongo de uniforme porque solo trabajo en los despachos y administración.
Esta semana he trabajado en la Zona 1-B como ayudante de gestión administrativa ya que hemos tenidos muchos problemas con la documentación de varios pacientes, este centro tiene más de mil e
intentamos que no haya ningún tipo de error. Si hago balance, estos meses me han servido realmente para adquirir una gran experiencia en un trabajo real y tengo que admitirle a mi profesor que ya no soy la misma chica tímida universitaria, tengo la confianza suficiente en mí como para hacer todo lo que me proponga en la vida, la semana que viene voy a empezar a demostrarlo.
Termino de recoger mi pelo en una cola de corte bajo cuando oigo las risas en el pasillo de Alan y la enfermera de la Zona 2-B, sacudo mi cabeza sonriendo porque oigo la voz de mi amigo invitándola a salir el sábado. Voy a abrir la puerta para gastarle una broma pero freno en seco cuando Rony, el Director General del Centro, entra en la sala junto con un ya serio Alan. Me
dispongo a dejar el lugar con un leve asentimiento cuando escucho mi nombre.
- Nancy, espera un minuto.
- ¿Si Señor Smith?
Me giro con mi más confiada postura. Rony es el jefe perfecto, ha sido todo un caballero conmigo haciendo que mi adaptación al centro fuera rápida y eficaz, se ha preocupado por mi integración con mis compañeros y me ha ilustrado con un sinfín de consejos sobre cómo debo actuar cuando dirija mi propia empresa en el futuro, ese es mi sueño. Rony es una buena persona y muy apreciada por todos los empleados aquí.
- ¿Señor Smith? - Me replica alzando las dos cejas con una expresión confundida en su rostro.
- Perdón, um... Rony, es que aún no me he acostumbrado a tutear al Director General.
- Te perdono, porque es tú último día si no te hubiera mandado a limpiar los baños en enfermería, que con el brote de indigestión que tenemos esta semana no te hubiera gustado - bromea, siempre lo hace a pesar de que mide un metro ochenta e imponga respeto.
- Gracias, es bueno saber que aquí se apreciaría mi sabiduría con los productos de limpieza -todos reímos en la sala.
- Fuera de bromas Nancy, quiero decirte que estamos muy contentos contigo, te vamos a echar de menos, así que te voy a regalar tú último día en la Zona 4. Ya habrás escuchado los rumores sobre ese lugar, te gustará, además hoy está la Doctora Anderson y te guiará.
Mis ojos brillan con una leve sorpresa frente a los ojos asustados de mi amigo.
- Señor Smith, la Zona 4 no es la más recomendada para ella. Ya sabes qué tipo de pacientes tenemos allí y hoy me toca a mí.
- Lo sé Alan, deja que disfrute y se relaje, ella ciertamente ya ha aprendido el funcionamiento de este lugar y cómo se gestiona administrativamente.
- Pero, si algo pasa y...
- Tranquilo chaval, deja que vaya contigo y muéstrale el lugar. Y con respecto a ti Nancy, ven a verme a mi despacho antes de irte.
- Si Señor... si Rony.
- Bien, dicho esto, voy a empezar a trabajar. Alan, acuérdate de los informes del paciente 489 y de llamar al laboratorio central para preguntar por los resultados del paciente 486. Que paséis un buen día chicos, hasta luego.
Abre la puerta y se despide de todos con un cordial saludo. Alan se oculta en mis ojos luchando con las palabras, murmurando pequeños monosilábicos que no logo entender.
- Venga Alan, suéltalo ya - pongo la mano en mi cintura exigiendo una respuesta.
- Te vas a quedar encerrada bajo llave todo el día.
- ¿Qué demonios?
Pasa por mi lado sacándome la lengua y estallo en risas, este chico no crecerá, parece un niño pequeño.
La Zona 4 es la más peligrosa de todo el Centro Psiquiátrico ya que los pacientes más graves se encuentran encerrados allí. Es verdad, es la Zona más comentada entre todos los trabajadores por lo poco que he escuchado en varias conversaciones al azar, solo los más cualificados se encuentran trabajando en la parte subterránea.
Distraída por mis pensamientos mientras camino detrás de un Alan serio, no deja de asustarme el hecho de hasta qué punto mi vida puede estar en peligro si me quedo en aquella zona durante mi última jornada laboral. Entramos en el ascensor y tras descender dos plantas sujeto el brazo de mi compañero al oír el sonido que nos avisa de que la puerta se está abriendo, él aún se está deliberando en una guerra interna de palabras que murmura en soledad sin escuchar quejarme del frío que hace aquí abajo. A base de códigos y pasar su tarjeta de trabajador en algunas ranuras donde la luz verde nos indica la accesibilidad, logramos llegar a nuestro destino. Un frío invernal nos recibe tras cerrarse la última puerta bloqueando mi capacidad de seguir andando y clavando mis pies en el suelo, un gran espacio triste lleno de gritos y silencio al mismo tiempo, los jadeos y los suspiros se escuchan en el ambiente. Mis piernas deciden seguir bloqueadas, al fondo veo la figura de Alan alejarse entre dos puertas y ahogo un grito de histeria en silencio. Se oyen aullidos acompañados de susurros que vuelan por mi izquierda y una calma siniestra por mi derecha.
- Nancy, vamos.
Mi amigo levanta el brazo a lo lejos para indicarme que siga caminando, tímidamente lo hago.
Era verdad que los enfermos en esta Zona estaban encerrados y no tienen acceso a ningún área de ocio común, por lo que he escuchado, estos pacientes no tienen privilegios como el resto ya que son altamente peligrosos y con un diagnóstico bastante grave.
Mientras me conmuevo, ando a paso ligero hacia una pequeña sala, Alan está al fondo atendiendo al teléfono y dos hombres junto a dos mujeres entre carpetas me observan encantados con
una sonrisa dibujada en sus rostros.
- Tú debes de ser Nancy ¿verdad? Soy Betty, te he visto en el almuerzo alguna vez pero no hemos hablado, eres muy popular entre todos, todo el mundo te adora.
Una mujer sacada de una revista de modelos me extiende su mano y yo le devuelvo el saludo escondiendo mi rubor ante sus palabras, me he sentido querida aquí pero no sabía que todo el mundo me adorara.
- Sí, soy Nancy, encantada de conocerte.
- Igualmente y bienvenida - su sonrisa llega hasta sus ojos - te presento al turno de día, ellos son Jake, Stella y Bob, ya conoces a Alan.
- Hola, encantada, siento mucho molestaros la verdad es que...
- No te preocupes, Rony nos llamó hace una hora para advertirnos de que llegarías, la verdad es una sorpresa para nosotros, solo los médicos en prácticas acceden a este lugar, ni siquiera los enfermeros.
Betty se sienta y me invita a hacerlo. Empezamos a charlar sobre mi trabajo en los dos últimos meses, les cuento que las oficinas son lo mío aunque hablar con algunos pacientes en la hora de ocio me ha ratificado como persona y me siento muy alagada de poder haber vivido esta experiencia. Tras nuestra pequeña conversación sobre mí, todos se levantan y empiezan a prepararse, paso por paso me comentan como es un día normal para ellos en esta Zona.
- Stella y yo nos encargamos de los pacientes encamados, ellos están incapacitados neurológicamente y no hay ningún tipo de riesgo para nosotras. Son los primeros que desayunan porque se lo tenemos que administrar, o bien por vía intravenosa o bien por sonda naso gástrica, al igual que la medicación.
- Puedes ir con ellas, estarás más segura - Alan interrumpe.
- Sí, claro, ven con nosotras Nancy y así no te aburres con los chicos.
Betty le saca la lengua a un divertido Alan que prepara la medicación, nunca me ha hablado de ella, ¿le habrá cortejado también?
- ¿Y qué hacen ellos exactamente? - Pregunto interesada.
- Ellos se encargan de los otros pacientes, los tenemos divididos en colores según su diagnóstico. Los pacientes en verde son los que se encuentran inmóviles en las camas porque no existe ningún tipo de peligro como te acabo de comentar, los de color azul son los que levemente pueden depender de sí mismos ya que los médicos les damos un poco de confianza.
- ¿Qué tipo de confianza?
Los únicos pacientes que he conocido en el centro son los críticos y no críticos.
- Significa cuando el Doctor les permite un poco de libertad a la hora de cambiar la sedación y no dormirlos todo el día, es una manera de observar si pueden avanzar con su enfermedad por si mismos o tienden a tener crisis. Los otros dos colores son rojos y negros. Los pacientes en color rojo dependen de sí mismos y raramente nos dan problemas pero tenemos que tenerlos en observación cuando entramos en las habitaciones para ver su evolución. Los pacientes de color negro son los intransigentes, no son peligrosos pero tampoco puedes confiar en ellos ya que tienen una leve mejora de su enfermedad que puede confundirnos. Es algo complicado aquí abajo ¿eh?
- Estoy bastante impresionada por todo lo que tenéis que enfrentaros, sobretodo en dividir a los pacientes según su estado mental, quiero decir ¿cómo sabes si no te van a atacar de algún modo? Por ejemplo los pacientes de color negro.
- Nunca se sabe lo que hay en la mente de alguien.
Una leve sonrisa de agradecimiento se refleja en mi cara. Quieta, en la sala de enfermería veo como empiezan su jornada laboral. Las chicas tienen a rebosar los carros de los pacientes de color verde, ¿en serio tienen separados a los pacientes por colores? Los hombres preparan cosas diferentes a ellas, cuerdas, correas, inyecciones, algo escalofriante si te paras a pensar que al entrar en una habitación no sabes a lo que vas a enfrentarte.
- ¿Cómo les llega las comidas a los pacientes? - Pregunto sintiéndome un poco inútil al estar parada aquí viendo como todos están haciendo algo.
- Nos la dejan en la sala de atrás - contesta Jake - debe de haber llegado ya porque huele a leche caliente, nosotros nos encargamos de alimentarles.
- De hecho, ¿por qué no vas a por el desayuno? Está en esa puerta de ahí atrás, tranquila que detrás de la otra puerta está el pasillo que conduce a la cocina, no hay ningún tipo de paciente del que temer. Estarás a salvo.
Agradecida de que Alan se haya dado cuenta de que no estaba haciendo nada, camino hasta la puerta abriéndola lentamente hasta que veo dos carros con barriles de leche, café y agua, junto con algo de bollería al lado. Los empujo con facilidad hasta donde me indican los chicos y los dejo cuando escucho gritos agudos de una mujer. Asustada miro hacia mis compañeros.
- Nancy, tranquila es la paciente 478, está inmóvil en la cama.
- ¿Por qué grita?
- Huele el desayuno y está preparada para echárselo todo a Stella ¿verdad?
Betty sonríe y lo hace sola bajo la atenta mirada de odio por parte de su compañera que seguro va a llevarse una gran mancha en su uniforme al final de la jornada.
El día pasa rápido para mí. Durante la mañana estoy con todos ellos, rellenando informes y visitando a algunos pacientes. Me sorprende la capacidad de organización que tienen en este Zona, se saben todos los nombres de los pacientes, todas sus patologías y conocen sus necesidades a todas horas. Los chicos son los que se enfrentan cara a cara cuando tienen que tratar con los de color azul o rojo, ya que desde la puerta he observado que algunos de los pacientes les agreden y golpean, pero siempre van preparados con medicación para tranquilizarles. Las chicas se encargan de los que están atados y de atender todas sus necesidades, Betty me explica la jerarquía de este turno y me doy cuenta que ellas son médicas y ellos enfermeros.
En la hora del almuerzo me escapo y me voy a la cafetería para despedirme de algunos compañeros, todos ellos me desean suerte en mi nueva aventura laboral, tengo que admitir que sus
elogios me ponen nerviosa ya que les digo que estoy tranquila y calmada pero en mi interior se ha instalado unos nervios que no me dejan respirar cada vez que pienso en Lawndale.
Cuando regreso por la cocina a la Zona 4, veo que ya están preparando la medicación nocturna, aquí se sirve la cena a las cinco para que más tarde puedan administrar los sedantes a los pacientes que los necesitan, es increíble como una persona tiene que depender de una pastilla para hacer algo tan sencillo como dormir. Mientras estoy sentada mirando cómo trabajan todos, Alan no deja de hacer bromas sobre mi fiesta.
- Y no quiere venir chicos, todo el verano preparándole la fiesta y no viene - me guiña un ojo.
Todos sonríen a Alan escuchándole con atención mientras me hundo en mi propia vergüenza, voy a matar a mi amigo en cuanto tenga la oportunidad por avergonzarme de este modo.
- Un poco de diversión no te vendría mal - Betty me mira con una leve sonrisa. Ya sé de qué parte se ha puesto la doctora.
- Yo solo quiero estar tranquila en casa, Molly regresa este fin de semana y tengo que comprar comida, limpiar todo, hacer la colada y estudiarme los protocolos de mi trabajo, por no hablar de mi proyecto final de Universidad que en diciembre debe de ser entregado y aún no sé cómo voy a enfocarlo. Así que Alan, podrás ir a mi propia fiesta sin mí, si tan duro has trabajado por ello - se deja caer al suelo como si una flecha hubiera sido lanzada hacia su corazón y todos estallamos en risas.
Siempre voy a echar de menos no haber tenido ningún hermano o hermana, pero sé que Molly y Alan son como mis hermanos reales aunque llegaran a mi vida hace poco, ellos me conocen mejor que los amigos que dejé en Crest Hill. Tengo que llamar a mis padres este fin de semana para sacudir un poco mis nervios, estoy segura que mi madre no duerme por las noches desde que dejé la pequeña ciudad para estudiar en la gran Chicago, el próximo fin de semana les visitaré, les echo de menos, creo que echo de menos todo, me estoy sintiendo un poco melancólica y es que se va acercando el
momento de decir adiós a este trabajo que tan feliz me ha hecho, mi primer trabajo real.
Me voy con las chicas para hablar de nuestras cosas mientras observo como les dan de cenar a los pacientes encamados. Algunos de ellos son conscientes y otros no tanto, pero sonrío al pensar que ellas están hablándoles como si les escuchara aunque no recibamos ningún tipo de respuesta.
Después de dar la cena a los pacientes, el grupo se reúne para rellenar informes, miro el reloj y solo
me falta una hora para irme. Mientras tanto, bromeo un poco con todos mis compañeros cuando cuento aventuras de Alan con las chicas bajo las risas de todos nosotros, mi amigo me hace gestos imaginando que mete mi cabeza bajo su brazo y frota mi pelo como si fuera una niña pequeña.
- Chicos, los pacientes 480,481 y 482 hay que sacarles sangre. El Doctor Howard quiere los análisis mañana a primera hora - interrumpe Betty muy seria después de haber colgado el teléfono.
- ¿Por qué no lo hacen en el turno de noche? - Alan se levanta y prepara el carro.
- Porque laboratorio no trabaja por la noche, ahora a las siete cierran, quiere tener los
resultados mañana a primera hora. ¿Vas tú?
- Si voy yo, ¿y qué pasa con el paciente 483?
- De él ya me encargo yo, aunque creo que se me ha olvidado dejarle las pastillas para dormir, ¿puedes dárselas Alan?
- Entendido jefa - dice un Alan sonriente mientras saca el carro de enfermería por la puerta y me hace un guiño para que vaya con él.
Me hago dueña del carro empujándolo mientras mi amigo me guía, hablamos de que vamos a hacer el fin de semana, me obliga a ir de fiesta con él y yo le niego una y otra vez que voy a estar en plan marmota, con pijama y con mal aspecto. Pasamos por algunas puertas cerradas que se abren con su tarjeta de identificación hasta que la última se cierra bloqueándose con una pequeña alarma, en este lugar hay un cambio de temperatura que hace que me estremezca rápidamente olvidándome del carro y ajustando mi bata para poder entrar en calor. Mi cabeza gira hacia todos lados intentando descubrir donde estamos, en la oscuridad no se ve mucho, unas luces me sorprenden cuando Alan da a un interruptor para encenderlas. El techo parece que no tiene fin en la oscuridad, habrá como unas tres plantas de altura y algunas puertas cerradas con números sobre ellas. Este sitio es oscuro y temeroso, la temperatura ha cambiado a un frío polar intenso, no he estado aquí nunca y parece ser que este centro esconde pasajes secretos. Que boba soy. Son enfermos y aquí vienen médicos.
Sacudo mi cabeza y sonrío a mi amigo.
- ¿Dónde estamos? - Pregunto caminando hacia él que está leyendo los informes que ha dejado sobre el carro.
- Se llama Zona Restringida. Solo tienen acceso los altos cargos, es decir, los jefes y médicos, porque hay pacientes con patologías especiales. No se pueden mezclar con el resto de los pacientes de la Zona 4 por enfrentamientos entre ellos, aunque estén divididos en sus respectivas habitaciones, hubo unos casos en el que se gritaban unos a otros y se decidió separarles para no alterar su estado mental. Así que usaron esta parte del centro para aislar a los casos especiales. Vamos, sígueme.
- ¿Qué tipo de pacientes hay aquí? - Empujo el carro siguiéndole.
- Ahora mismo solo hay cuatro y suelen estar los de rojo y negro. Son conscientes de que están encerrados, tienen patologías muy raras y están aquí por prescripción médica, la verdad es que solo he venido un par de veces.
Seguimos un pasillo donde sigue predominando la oscuridad y el frío, aquí ya no hay tanta luz, no me quedaría encerrada ni por todo el oro del mundo, si he sentido miedo alguna vez ahora mismo estoy reconociendo que estoy aterrada. El temor se extiende a través de mi cuerpo pero no voy a decírselo a mi amigo, estoy segura que seré su hazmerreír por mucho tiempo si le cuento que tengo la sensación de orinarme encima con cada paso que doy.
El carro choca con su trasero indicándome que mire el número de la puerta donde se puede leer 480. Él prepara la bandeja con los instrumentos necesarios para la extracción de sangre y saca
de su bolsillo unas llaves, vuelve a leer el informe una vez más y susurra cosas que solo él entiende.
- Sophien McLarnon, residente en Suiza. Ya sé quién es, ya estuvo aquí hace tiempo. Voy a entrar ¿vale? No es necesario que entres si no quieres, él es bastante tranquilo y no hay ningún tipo de problema, no te asustes. Enseguida vuelvo.
Asiento con la cabeza y espero. Miro detrás de mí y solo veo la luz al fondo del pasillo por donde hemos venido, escucho ruidos y veo sombras, puede que este imaginándome esto pero realmente se siente extraño aquí. Doy un paso hacia la puerta entreabierta y oigo una conversación entre dos personas que se ven todos los días, como si el paciente no estuviera encerrado en esta jaula en el puro infierno, porque a juzgar por el lugar creo que el purgatorio no se aleja mucho de esta sensación. Reconozco las risas de Alan porque está bromeando y me atrevo a asomarme por la puerta encontrándome con los ojos del paciente.
- ¿Quién es esta jovencita?
¡Joder! Me ha visto. Me asusto y retrocedo dejando ver solo un poco de mi cabeza.
- Ella es mi compañera. No es enfermera, por eso no ha entrado. Cierra un poco más el puño Sophien, así, muy bien.
- Entra jovencita, no te quedes en la puerta, debe de hacer frío ahí afuera.
- Nancy, entra si quieres - Alan me obliga a avanzar por la puerta. Veo que el paciente está sentado en la cama con una sonrisa en mi dirección mientras mi amigo está sacándole sangre.
- Es tímida ¿verdad enfermero?
- No. No es nada tímida lo que pasa es que no le gusta ver las agujas y por eso ha preferido quedarse afuera.
Me abrazo a mí misma tapándome con mi bata elevando un poco las comisuras de mis labios en señal de respeto hacia el paciente e intento poner mi mejor cara para que no note mi pánico, no puedo olvidarme de donde estoy. No he estado con ningún otro paciente en este estado y mucho menos en esta parte del centro, solo he tenido contacto con los encamados y a los chicos los he observado por el cristal de la puerta cerrada. Ahora estoy frente a un paciente de unos cincuenta años y no he dejado de sentir la necesidad de correr sin parar hasta salir de este lugar.
- Hace frío ahí afuera ¿verdad? Aquí no da ni un rayo de sol, a penas escuchamos la lluvia o la nieve. Sabemos que la temperatura no es muy elevada ahí afuera porque todos los médicos vienen abrigados aquí abajo. Enfermero, debió usted abrigarla, ahora tiene frío.
- Tiene usted razón Señor McLarnon, pero ya nos vamos. Ha sido una visita rápida, tenemos prisa porque tenemos que llevar esta sangre al laboratorio lo antes posible. Te dejamos, si necesita algo pulse el botón, bueno que voy a decir yo que ya no conozca. Nos vemos.
- No os vayáis tan rápido, veamos una película, ahora echan una muy buena a las ocho.
- Lo siento señor McLarnon, hoy tenemos prisa, mañana venimos a verla ¿vale?
- Sí, estaré aquí de todas formas. Adiós chica con frío.
- Adiós.
Tras mi susurro, Alan cierra la puerta con llave otra vez poniendo los ojos en blanco, saca un aparato, pega una pegatina en el bote con sangre y lo mete dentro.
- Es para que no se coagule la sangre. Esto mueve los tubos hasta que se lleve al laboratorio.
Asiento aún impactada de ver a una persona que parece totalmente en un estado mental aceptable y sabiendo al mismo tiempo que no está bien. Me da pena y tristeza de esta gente que se
debe de sentir sola, metidos en un mundo que han tenido que crear a su alrededor porque no pueden
soportar su propia realidad. Los pacientes siguientes son muy simpáticos, aún nos estamos riendo en el pasillo. Con Jennifer nos hemos divertido mucho desde que Alan ha abierto la puerta, ha tenido que pedir que entrara para ayudarle a colocar sus instrumentos porque ella no dejaba de hacerle reír, al final hemos acabado los tres con lágrimas en los ojos y aún no sabía el porqué de tanta alegría. El Señor Stevenson nos ha hablado como si su mujer estuviera a su lado y he empezado a reírme sola contagiando la risa a Alan e inclusive al propio paciente que ha acabado contándonos unos chistes, previo aviso a su mujer que según él, ella estaba muy risueña aunque no pudiéramos verla. Aún me
duele la barriga después de haber reído tanto, caminamos por el pasillo hacia la luz dejando la oscuridad, las lágrimas gotean por mi cara.
- Basta Alan, no sigas que no puedo reír más.
- ¿Yo te hago reír? Eres tú quien ha empezado esta guerra de risas.
Pasamos unos minutos callados mientras observo como rellena papeles y pega pegatinas de un lado a otro, creo que de cada informe hay como diez o veinte copias aunque en administración trabajamos con otro tipo de informes. Más calmados y relajados, seguimos hablando de la fiesta.
- No me apetece Alan, no me apetece ponerme un vestido y salir para sufrir con los tacones y todas esas cosas de chicas.
- Mentirosa - me pega una pegatina en la nariz - te he visto salir millones de veces y no sufres ni un poquito por los tacones, además no tienes que ponerte nada diferente para estar muy guapa.
- Bobo, eso lo dices porque eres mi amigo. ¿Dónde vamos ahora?
- Nos vamos ya pero primero vamos a ver al paciente 483.
Se cierra la última puerta tras haber abierto tres. Me ajusto más la bata para calentarme y empiezo a reírme, este lugar es siniestro, no me atrevo a preguntar dónde está el paciente porque solo hay una puerta frente a nosotros y estamos parados. Miro a mi derecha e izquierda y solo hay oscuridad, creo que he perdido el temor hace media hora desde que entramos aquí, pero esto es el maldito infierno, no deseo que nadie estuviera encerrado en este lugar.
- No sé dónde he puesto el informe del 483 - remueve todos los papeles encima del carro.
- Déjame ayudarte - no puedo evitar sonreír y aguantarme la risa. Ya no sé si es porque tengo frío, miedo, o porque realmente ha perdido su informe.
Alan empieza a empujarme hombro con hombro y estamos como tontos delante de la puerta, riéndonos y buscando el informe hasta que lo encuentra.
- Aquí estas tú - abre la carpeta y empieza a leer, se le escapa un "oh".
- ¿Qué pasa? - Empiezo a hacer muecas con mi cara ante el frío, me estoy congelando aquí.
- No me lo puedo creer. Es Trumper, el jodido Bastian Trumper - susurra a pesar de que las habitaciones están aisladas - está de vuelta. Así que los rumores eran verdad.
- ¿Qué rumores?, ¿y quién es Bastian Trumper?
- Los rumores de que está aquí.
Su tranquilidad me pone nerviosa, tan solo quiero salir de aquí o voy a parecer un helado de fresa y nata a su lado.
- No hay mucha información en su informe, solo sus datos personales. No hay patología ni tratamiento, por lo tanto es inofensivo.
- Ah. Ya veo. Pero ¿Quién es?
- ¿No conoces a Bastian Trumper? Chica ¿en qué país vives? - Me despeina sabiendo queodio que me toque así la cabeza, le saco la lengua - él es lo más grande de la UFC.
- ¿UFC?
- Última Te Fighting Championship.
- Sigo sin entender - hago una mueca.
- Es el único que ha ganado doce años seguidos el campeonato de las artes marciales o más bien conocido como MMA. Los mundiales de lucha. Es un luchador. ¿No lo ha visto tu padre por televisión? Algo tienes que saber sobre esto. Ha sido el único en el mundo en conseguirlo. Dios, tienes que ver cómo es su gancho.
- Um... no Alan, me dedique a crecer y estudiar, además yo no veo nada de televisión. Ni siquiera puedo usar mi móvil o Internet porque no sé.
- Pero él ha salido en las noticias, en todo el universo. Además, dicen que el último hombre que intentó arrebatarle el campeonato salió en silla de ruedas.
- No me cuentes eso - ajusto mi bata más - no me gusta la violencia.
- Es arte, no violencia. Es un Dios para los hombres y bueno, para las mujeres supongo que también.
- Está bien. Date prisa. Solo quiero salir de aquí, tengo mucho frío y mi turno termina en quince minutos.
- A sus órdenes - bromea.
El agudo sonido del móvil de mi amigo retumba en este eterno oscuro lugar, solo hay una tenue luz sobre la puerta de la habitación que nos ilumina. Veo que sonríe a la pantalla y susurra el nombre de Hillary. Levanta el dedo índice en mi dirección y se aleja.
- No puedo creerlo. No te vayas. Oye, no me dejes aquí.
- Espera Hills, un momento - lanza unas llaves hacia mí - dale el bote de pastillas que está sobre su informe. No tardo. No es agresivo, puedes entrar.
- No voy a entrar ahí. Alan Wallace, no te atrevas a irte.
Su voz suena a lo lejos y sé que está flirteando con esa chica como hace a diario, no es la primera vez que me deja sola para irse detrás de alguien. Me siento tonta esperándole aquí. Me ajusto más la bata y miro hacia todos lados. No veo nada. Podría aparecer algo de la oscuridad. Un bicho. Un monstruo. Un lo que sea. Las risas de mi amigo se escuchan cada vez más lejos, siempre se pone a andar de un lugar hacia otro cuando habla con sus chicas, espero que no me deje aquí mucho tiempo, tengo frío y estoy empezando a no sentir los dedos de los pies. Solo veo las llaves que he dejado junto a las pastillas.
- Ni lo pienses Nancy - susurro para mí misma.
Vuelvo a girar mi cabeza hacia mi derecha e izquierda y trago saliva, mi estómago empieza a arder y mi mirada se enfoca en esas llaves una vez más, veo que están numeradas, la llave 483 destaca entre todas y no sé por qué. Quiero irme de aquí ahora mismo, no creo que pueda aguantar mucho más. Soy más delgada que mi amigo, no puedo soportar este helor que no sé de donde viene. Pero puedo esperar. Sí, puedo. Miro las llaves una vez más.
- ¡Al diablo!, me estoy congelando aquí abajo. En menos de cinco segundos tengo en mis manos las llaves y el bote de pastillas. El conjunto plateado resuena mientras las muevo y las lanzo en el aire frente a la puerta. Es un deportista profesional que no puede hacerme daño si entro. Estará acostumbrado a que enfermeras o médicos entren. Claro, que no soy enfermera ni siquiera médico. También puedo esperar a que Alan venga y no discutir conmigo misma si entrar o no. Eso es. O puedo abrir la puerta, lanzarle el bote y cerrar. Oh no Nancy, son personas, no animales. Vale, espero. Escucho en mi interior el tic de un reloj, esperando por mí.
- No. No espero.
La llave 483 gira lentamente en la cerradura con total facilidad, probablemente el paciente me esté oyendo en este momento, mis manos blancas tiemblan. Las pastillas se encuentran en mi mano izquierda y un soplido congelado sale de mi cuerpo. Me han dicho que cuando interaccione con pacientes me muestre tranquila porque ellos pueden sentir si estoy nerviosa y eso les puede afectar. Trago saliva e intento aparentar que soy una enfermera normal y vengo a traerle sus pastillas. Es solo un momento y estoy haciendo de todo esto un drama, probablemente mi amigo hubiera entrado con seguridad, le hubiera hablado y le hubiera dejado las pastillas despidiéndose amablemente, pero no, ahora está con Hillary en vez de estar aquí haciendo su trabajo. Me debe una y muy grande. El paciente no tiene que saber que no tengo nada que ver con la sanidad. Eso le enfadará. Oh Dios si, puedo provocarle una crisis y matar al paciente. No puedo. No puedo entrar. Pero me encuentro abriendo un poco más la puerta. Es un deportista. No me hará nada. Lo sé. Algo de mi propia sombra refleja en el suelo por la poca luz que proyecta esa tenue bombilla de ahí afuera. La puerta está abierta totalmente y no veo nada en el interior, solo oscuridad. Unos rayos de luz traspasan de algún lugar e iluminan algo que no puedo ver muy bien que es. No sé dónde está el paciente, ni donde se encuentra una mesa, una cama o algo para dejarle las pastillas con la mejor de mi amabilidad. Me estoy volviendo loca. Esto, no puedo hacerlo yo. Pero mis piernas se mueven solas lentamente adentrándose en la habitación.
- ¿Señor Trumper?
No escucho respuesta, ni siquiera su respirar, aunque pensándolo bien no tengo porque hacerlo, solo me basta con lanzarle las pastillas y salir huyendo. Uno de los protocolos de este centro es cerrar las puertas de las habitaciones cuando se está dentro con un paciente, pero me niego y no quiero quedarme encerrada en la oscuridad con el Señor Trumper, no debo de olvidarme que está ingresado por alguna razón. Camino un poco más adentrándome en la habitación y puedo ver que justo en frente de mí esta la cama, veo una sombra al final de ella.
- ¿Señor Trumper? Vengo a traerle las pastillas para dormir. ¿Dónde se las dejo? ¿En la cama está bien? Aquí puedo dejarlas. Las voy a dejar aquí y usted las cojera cuando las necesite.
Estúpida. No digas estupideces. Lo voy a alterar y no quiero. No debo de hablar más de la cuenta. Me atacará. Ni siquiera está atado a la cama. Aquí no se ata. No puedo respirar, siento que me voy a ahogar, de repente en esta habitación hace calor. Estoy muy nerviosa y quiero salir corriendo hacia la realidad. Aquí te vuelves loca y solo he estado un momento. Mis piernas siguen su rumbo lentamente hacia la cama hasta chocar con ella, ni siquiera he visto su tamaño pero esta parece más grande. La luz del pasillo y la poca que hay aquí no llega hasta mí para que podamos vernos, esto lo va a hacer más difícil para mi confianza, si quisiera me hubiera atacado de algún modo ya o yo hubiera huido, pero por una extraña razón quiero seguir aquí para dejarle las pastillas al paciente 483.
- Señor Trumper. Se las voy a dejar aquí. Tenga cuidado para que no se haga daño al acostarse.
- Acércate.
Una voz ronca y autoritaria sale de su garganta. Trago saliva y no me muevo, ni siquiera he dejado el bote de pastillas aún. ¿Por qué me pongo tan nerviosa? Es solo un hombre normal, encerrado en un Centro Psiquiátrico, pero no tiene por qué hacerme daño. ¿O sí?
- He dicho que vengas aquí.
Repite una vez más y como nunca antes en mi vida había hecho, me encuentro obedeciendo y caminando hacia el final de la cama directa a la sombra de este hombre desconocido. Ha debido de notar mis nervios, quiere atacarme y aun sabiéndolo me voy acercando a él. Su sombra está marcada por la luz de la noche que traspasa a través de unas rejas en lo alto de una de las paredes, se va haciendo más lejana cuando voy acercándome a él y ya sé que lo tengo en frente de mí.
- ¿Señor Trumper? - Agito las pastillas - Aquí las tiene. En un rápido movimiento del que ni siquiera me percato, enciende una pequeña lámpara que hay sobre una mesa al lado de la cama. Sentado, su cara hace contacto con la mía y caigo rendida en los ojos más bonitos que jamás he visto en mi vida, sé que son claros pero parecen dos gotas plateadas de cristal, ni siquiera sé si tienen color o solo es un reflejo. Su pelo es rubio castaño y un poco alborotado sobre su cabeza, tengo ganas de pasar mi mano y sentirlo entre mis dedos. Me está mirando y no me he parado a pensar en mi miedo cuando sigo analizando su cara. Sus rasgos son agresivos y fuertes, facciones muy marcadas y una mandíbula cuadrada, podría matarme con tan solo mirar esa parte de su cuerpo ya que la tiene apretada y forzada, no sé si lo estoy enfadando. Me pierdo en sus ojos, en su cara y en lo guapo que es. Algunos reflejos de cicatrices se reflejan en su bello rostro, pero no quiero molestarle más, he quedado rendida ante su belleza y prefiero evitar que se dé cuenta.
- Coge las pastillas - susurro temblando.
Él no deja de mirarme a los ojos, parece flechado por mí y lo entiendo, no debe de reconocer a nadie aquí y pensará que soy su nueva enfermera.
- No se asuste señor Trumper, tenga sus pastillas. La Doctora Betty me ha dicho que se las de. Sus ojos están clavados en los míos, explorándome. Su respiración es intensa y fuerte, sus inspiraciones y expiraciones se hacen notables desde que ha encendido la luz, temo provocarle algún tipo de alteración y me temo que como siga aquí voy a hacerle sentir mucho peor. Me niego a que se levante, quizás esté teniendo una batalla interna sobre ello, no sé nada sobre este paciente, solo que es un luchador y a pesar de que no he mirado mucho más lejos de su cara, sé que es grande y fuerte, hombros anchos y músculos donde no quiero ni imaginar.
- ¿Quiere que le deje las pastillas aquí a su lado? Puedo dejárselas si usted quiere.
- Nombre.
Impone en voz alta y clara. Doy un paso hacia atrás no descartando la posibilidad de huir y gritar como nunca, pero me temo que él me atraparía. Mi labio inferior empieza a temblar y siento que mi cuerpo no responde. Este paciente no es como los otros, este me observa y me ordena. Temo decirle mi nombre y hacerle saber que le tengo miedo, así que señalo mi nombre en la bata.
- Nancy Sullivan - susurro intentando poner mi mejor sonrisa. El bote de pastillas lo lanzo torpemente hacia la cama, si lo sabe cómo si no me da igual, quiero salir de aquí tan pronto tenga la oportunidad porque no me gusta cómo me está mirando, puede ser un agresor y yo me he metido en la boca del lobo. Cuando mis piernas se empiezan a mover otra vez retrocediendo para salir de la habitación, no veo venir como su mano atrapa mi bolsillo superior izquierdo donde se encuentra mi nombre bordado.
- Nancy - susurra sin dejar de mirarme a los ojos.
Las fuertes pisadas de mi amigo Alan nos alerta de que está entrando en la habitación, al encender las luces ambos podemos mirarnos mucho mejor.
- Dios santo - susurro.
Es el hombre más hermoso que jamás haya visto. Sus ojos son de color plata, un color azul precioso del que me he enamorado con tal solo mirarlos, parecen dos diamantes únicos en el mundo y él tiene el placer de poseerlos. Su tímida barba de color castaño asoma en su cara cubriendo esas fuertes facciones intimidantes y agresivas de hombre enfadado, verlo sonreír debe de ser como haber encontrado el paraíso. Su cabello brilla en la luz en un tono castaño dorado al igual que su piel que parece tonificada y reluciente, es simplemente, radiante. Su camiseta gris y pantalones anchos me impiden poder admirar a semejante Dios, solo puedo fijarme que algunos tatuajes decoran sus fuertes brazos llenos de venas y músculos. Estoy rendida.
- Hola aquí. ¿Nos vamos ya?
Miro eclipsada bajo el hechizo de este hombre hacia mi compañero.
- Si, vamos. El Señor Trumper ya tiene sus pastillas. Encantada de conocerle.
Una fugaz mirada de vuelta a sus ojos y me doy cuenta de que sigue observándome en silencio y no ha dejado de hacerlo, no puedo reprocharle nada porque yo he sido igual de descarada que él. Habrá visto que soy muy normal, no he tenido porque eclipsarle solo le habré extrañado porque es la primera y la última vez que entraré en una habitación como esta. Mi cabello está recogido pero es mi rubio natural, mis ojos son grandes y azules, aunque son mis labios los que le han podido impactar, a mi ex novio les gustaba, dice que son carnosos y están hechos para ser besados y mordidos. Por lo demás, no he tenido porque llamarle la atención. No sé porque me estoy preocupando en sorprenderle, él es un paciente que está sufriendo y yo estoy comiéndomelo con los ojos. No miro de vuelta para saber si sigue mis pasos hacia la salida. Una parte de mí quiere sentarse a su lado y preguntarle porque está tan apartado del resto de los pacientes, conocerle, calmarle, entenderle; pero por otra parte quiero huir y no regresar nunca porque este hombre tiene escrito en la frente una palabra y muy grande. Problemas.
- Adiós Señor Trumper, cierro la puerta.
Con un fuerte portazo por parte de Alan tropiezo con la realidad volviendo al frío polar del que huía. Ese momento en la habitación ha sido mágico, como si dos astros chocaran entre sí sin romperse y sin ni siquiera rozarse. Reajusto mi bata y vuelvo a intentar taparme lo máximo que puedo, me he sentido desnuda y expuesta frente a ese hombre pero es un roce del brazo de mi amigo lo que me trae de vuelta a la realidad. Me indica que andemos lo más rápido posible y empieza a contarme sobre su amiga Hillary. Mi turno acaba en cinco minutos y aún no he ido a hablar con Rony, no quiero hablar ahora con nadie, porque en lo único que puedo pensar ahora mismo es en Bastian. ¿Le llamo ahora por su nombre de pila?_______
La mesa está rodeada por todos los miembros de administración y algunos del personal sanitario. Una gran tarta se encuentra en el centro rodeada con platos de plástico usados tras habernos comido un trozo cada uno. Todos estamos aquí sujetando un vaso de plástico con un poco de champagne y mi mirada está perdida mientras mis compañeros hablan de lo mucho que van a echarme de menos. Unos ojos plateados aún me persiguen y no puedo sacarlos de mi mente. Los aplausos que resuenan me hacen reaccionar de mi mundo de cristal cuando mis compañeros me están mirando, voy a patear el culo a mi amigo Alan, todo ha sido por su culpa, sabe la vergüenza que siento con este tipo de cosas. Mi pelo ya está suelto y me quité la bata, paso un mechón por detrás de mí oreja izquierda y sonrío, todos están esperando que hable.
- Gracias. Yo, no sé qué decir. Me ha gustado conocerles a todos y espero que sigáis trabajando así de bien, es muy bonito todo lo que hacéis por los pacientes. Gracias. Os voy a echar de menos. Alan empieza a aplaudir y a silbar bromeando con que debo de quitarme la camiseta y regalarnos algún striptease como despedida, apuesto a que mi cara esta colorada y mi amigo es el culpable. Entre abrazos y despedidas de todos mis compañeros vienen los del turno de noche y ya vamos saliendo poco a poco. Rony me ha dado una charla hace unos minutos, instando a que le llame cuando tenga dudas y que tengo un trabajo para siempre en este lugar. Me he emocionado al escucharle, nunca nadie había apostado a ciegas por mí y eso me halaga. Ya en la calle, el crepúsculo del atardecer se esconde dejando un camino libre a la noche. Ando abrazada a mi amigo Alan mientras caminamos hacia nuestros coches, tímidas risas salen de mi boca porque lo ha intentado durante un par de semanas, no deja de insistirme en que deberíamos celebrar que voy a empezar un nuevo trabajo y aunque me apetece un poco salir, prefiero irme a casa.
- Que no cariño, que me voy a casa. Mañana toca colada, limpieza y tengo que estudiar los protocolos, son casi doscientas páginas. Además de...
- Tu proyecto, Molly y todas esas mierdas, sí. Ya me lo sé. Solo quiero que te diviertas un poco, prométeme que me llamarás si quieres salir un rato. Es tu fiesta. Vamos a ir a tomar unas copas ahora, ven con nosotros.
- No Alan, ha sido un largo día. Gracias por la mini fiesta sorpresa ahí adentro, me ha emocionado - le doy un último abrazo y abro la puerta de mi coche - por cierto, no te vayas a olvidar de mí ¿eh? Que aunque empiece a trabajar en otro lugar seguirás siendo mi mejor amigo. Empuja la puerta de mi coche con un portazo suave mientras yo estoy sentada frente al volante.
- No te olvidaré Nancy. Sabes que eres la primera de mi lista. Su sonrisa ilumina la noche.
- Oh, que halago. ¿Por encima de Hillary y Lucy?
- Sí, bueno. De Lucy puede, de Hillary, ya hablaremos. Le saco la lengua y él me da un beso en la cabeza mientras me susurra que conduzca con cuidado. La carretera me guía hacía el centro de la ciudad, poco tráfico y muchas luces alrededor, veo los grandes edificios a lo lejos pero lo único que realmente veo son como dos ojos plateados siguen clavados en mi interior, no dejo de pensar en cómo me miraba el paciente 483.
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NEANDERTAL (Mary Ferre)
Roman d'amourNancy Sullivan es una joven emprendedora que lo tiene todo, familia, amigos y ha conseguido un trabajo del que se siente orgullosa. En su último día en Ravenswood, su descaro hizo que cruzara una puerta prohibida para el resto de los trabajadores y...