salvaje obsecion

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#SalvajeObsesión

Capítulo 15

No, por supuesto que no Molly Fernandez le sonrió al mesero del hotel cuando llevó al pan tostado a su mesa. El se las arregla muy bien solo y quizás incluso disfruta del silencio. ¡Siempre me acusa de que hablo demasiado! No, Maria, eres tu quien me preocupa. ¿Todo está bien?
¡Por supuesto! respondió con demasiada rapidez y Fingio concentrarse en untar la mantequilla en una rebanada de pan tostado que no quería. Debajo de la charla trivial de su madre había una mente astuta y siempre fue demasiado protectora con su única hija. Haría bien en recordar eso, así que continuó despreocupada: ¿Por qué lo preguntas?
Porque has cambiado, aunque no puedo saber exactamente en qué sentido. Pero hay en tus ojos una tristeza que a veces me hace sentir deseos de llorar.
¡Tonterías! fue un esfuerzo hablar con tono ligero y sonreír. ¿En realidad se adivinaba en ella el dolor por el que había pasado? ¿Sus ojos decían una cosa, mientras su cerebro decía otra? ¿Aun le faltaría recorrer un largo camino para desterrar de su corazón el amor de su esposo? No soportaba ese pensamiento, así que sonrió resuelta e ignoró el comentario de su madre.
Es tu imaginación. ¡Tienes delante de ti a una mujer que padece dolor de espalda frecuentes, que tiene los tobillos hinchados y suficientes magulladuras que demuestran que un pequeño monstruo está jugando fútbol con sus entrañas! Y bien, ¿qué haremos el día de hoy? ¿Visitaremos la exposición de joyería victoriana, o regresaremos a Harrods para ver ese traje que casi te convencí que compraras el miércoles?
Pero no podía seguir eternamente lejos de su hogar y, ciertamente, Esteban no daba señales de echarla de menos. ¿Pero por qué debería hacerlo? Ambos dejaron de fingir cuando sus sentimientos por Daniela quedaron al descubierto. Además, ella tenía muchas cosas en qué ocuparse. Tenía la excusa dé que debía ponerse al corriente en su trabajo en la agencia y por consiguiente, podía encerrarse en su oficina todo el día, saliendo sólo para compartir con Esteban, una cena apresurada y casi siempre en silencio; después se retiraba de inmediato a su habitación, con el pretexto de que estaba cansada.
En realidad no era un pretexto, pues se sentía cansada y adolorida, pero su mente no le permitía descansar. Una noche del mes de marzo, con la helada lluvia azotando los cristales de su ventana, renunció a todo intento de conciliar el sueño, se puso una bata y se dirigió a la habitación que preparó para el bebé.
Aunque Esteban no hizo ningún comentario, una ceja alzada bastó para decirle a Maria que la juzgaba loca, pero que estaba dispuesto a tolerar los caprichos de una mujer embarazada, insistió en redecorar la habitación. Fue allí donde durmió Hector, no era que culpara al inocente pequeño, pero no podía olvidar que vio a sus padres inclinados sobre la cuna comprada con tanta excitación, para el hijo que ella perdió. Incluso ahora, si permitía que el recuerdo penetrara el muro que construyó alrededor de su mente, podía ver a Daniela con el ceñido camisón de satín y a Esteban sosteniéndola, y escuchar de nuevo esas fervientes palabras de bienvenida para el niño que ella le llevó...
Recorrió la habitación, tocando las cosas; sintió que se relajaba y se sentó sobre el borde de la cama individual que por indicación suya uno de los jardineros llevó allí. Dormiría en esa habitación durante los primero meses de vida del bebé, pues tenía toda la intención de amamantarlo y ninguna de pedirle a Esteban que desocupara el dormitorio principal.
El pensar ahora en él, acostado en la amplia cama, no la ayudó en su determinación de relajarse, así que apartó de su mente el pensamiento y se puso de pie. La señora Penny había insistido en llevar allí los paquetes de ropa en la que se gastó una pequeña fortuna, cuando estuvo en Londres, declarando con cierta justificación que ya había ropa suficiente para vestir a un ejército de bebés, antes de guardar todo en lo alto de los anaqueles que cubrían una pared de la habitación, pintada en color crema.
Hacía semanas que estaban allí, era necesario ordenarla y guardarla en los anaqueles, pero incluso parada sobre la punta de los pies, no podía alcanzar los paquetes. Decidida a no renunciar a su propósito, tomó una sillita baja y la arrastró sobre el suelo. Subida en ella, apenas podía alcanzarlos y sus dedos se cerraron sobre los montones de diminutas prendas envueltas en papel de seda y las cajas de juguetes que no pudo resistir la tentación de comprar.
El primer indicio de que no estaba sola fue el áspero sonido de un juramento y luego sintió la fuerza y el calor de unos brazos masculinos rodeando su cuerpo.
¿Qué diablos crees que estás haciendo? su voz resonó como un latigazo y Maria sintió que todo el cuerpo le ardía cuando los brazos de él se tensaron para bajarla con suavidad de la silla y depositarla en el suelo. Aún la tenía abrazada, pero sin estrecharla y Maria giró dentro del círculo de sus brazos y luego deseó no haberlo hecho.
El vestía una de sus batas cortas de felpa y por experiencia sabía que debajo de ella estaba desnudo. Nunca se ponía nada para dormir. El solo hecho de contemplar los ángulos y planos severamente esculpidos de ese rostro inolvidable; el vello que cubría la aceitunada piel del pecho y las largas piernas musculosas hizo que el corazón le latiera apresurado y fuera incapaz de pensar con coherencia.
¿Y bien? preguntó él, mirándola a los ojos y haciéndola bajar la vista a toda prisa para no dejarle ver el efecto que aún le causaba.
Se pasó la lengua por los resecos labios y logró responder:
Aún no he guardado las ropas que compré en Londres para el bebé debía conserva la calma, no era el momento de actuar con indecisión. Pero después de meses de sostener breves conversaciones en un tono de velado sarcasmo o, lo que era peor, de helada cortesía, la repentina cólera de él, esa demostración de una emoción real, la hacía sentir el deseo de huir asustada, pues no sabía cómo enfrentarse a eso.
Era algo que no tenía cabida en el mundo de lo que debería ser su matrimonio y si no pedía aferrarse a sus condiciones cuidadosamente plateadas, corría el peligro de desviarse peligrosamente de su curso.
Así que, después de semanas, decidiste hacerlo ahora. ¿No pudiste esperar para decirle a alguien que bajara esos paquetes?
La soltó y metió las manos en los bolsillos de la bata, balanceándose sobre los talones. Maria retrocedió, huyendo de su poderoso atractivo sexual y se golpeó contra el respaldo de la silla, lo que le ganó una mirada impaciente de él.
No podía dormir ¿por qué su voz sonaba tan agitada?, se preguntó nerviosa. ¿Y por qué de pronto era consciente del aspecto terrible que debía tener, con los pies separados debido a su voluminoso cuerpo y el exceso de peso que incluso se veía en su rostro?
Tampoco yo reconoció él y la bella boca masculina esbozó una de sus raras sonrisas. Por eso escuché tus movimientos torpes.
Movimientos torpes. Maria se mordió el labio ante esa elección de palabras. Sería mejor que le dijera con franqueza que se veía como una ballena fuera del agua. Se apartó furiosa. ¿Qué importaba eso? A las mujeres en su condición no debería importarles si se veía poco atractiva y el hecho de que le disgustara que él calificara sus movimientos de torpes era algo anormal, en especial porque nunca la amó, sólo la usó porque era su esposa y estaba disponible.
Pero los dedos fríos de él le sujetaban una mano y el tono de ternura en su voz era algo que no había escuchado desde que huyó de su lado
para irse a Francia.
Puesto que ninguno de los dos puede dormir, ¿por qué no hacemos juntos ese trabajo? apoyó las manos sobre sus hombros, ejerciendo una presión firme, pero suave cuando la hizo sentarse en la silla y luego bajó el montón de paquetes y bolsas. Tú te encargarás de desenvolverlos y me dirás en dónde debo guardar todo.
En su voz se percibían de nuevo, el antiguo calor y la ternura ya olvidados, sus ojos la miraban sonrientes y comprensivos y Maria se quedó sentada allí, sintiéndose como un mamífero varado en la playa, sorprendida al ver la facilidad con la que él derribaba sus muros cuidadosamente erigidos. Pero sólo era una brecha, se dijo, algo que le indicaba que no debería permitirle que atravesara sus defensas. Así que para aclarar las cosas, comentó:
En realidad no es necesario que te molestes en su voz había un leve dejó de indiferencia, no la suficiente para no ser ofensiva.
El le dirigió una mirada rápida, retuvo el aliento y luego respondió con tono ligero:
No es ninguna molestia. Me gustaría familiarizarme con el guardarropa de mi heredero.
Era de suponerse, pensó ella, tratando de despertar en su interior un resentimiento que simplemente no existía. Renunció a ello y poco a poco sintió que desaparecía el nudo de tensión en su interior; se dejó llevar y bajó la guardia, su cerebro había dejado de funcionar, aunque en realidad eso no le importaba mucho.
Empezó a disfrutar mientras desenvolvía las diminutas prendas, deslizando los dedos sobre la suave lana y los listones de seda y se echó a reír cuando Esteban sostuvo entre sus largos dedos la bolita tejida, con una expresión de absoluta perplejidad masculina.
No puedo pensar que existía algo tan pequeño que pueda caber aquí.
Podrías tener razón al día siguiente se arrepentiría de haber bajado sus defensas, pero por el momento se relajaría, disfrutando de la intimidad que había surgido entre ellos durante la ultima media hora.Por la forma que patea, podría nacer con zapatos de fútbol comentó y se sobresaltó cuando un fuerte movimiento confirmó su comentario.
¿Qué sucede, Maria? con una rapidez que la dejó sin aliento, Esteban se arrodilló a su lado y tomó sus manos en las suyas, mirándola con el reno fruncido. ¿Te duele algo?
Lo más sorprendente era que parecía preocupado, pensó Maria incrédula. En el transcurso de media hora había vuelto a ser el hombre cariñoso y solícito, el esposo tan amado que era antes del accidente y del regreso de su amante. Eso la puso nerviosa, pues no sabía cómo manejar la situación. Estaba tan segura de haber desterrado de su corazón su desesperado amor por él y sin embargo...
No movió la cabeza creo que decidió bailar música disco.
Una expresión de alivio cruzó por sus rasgos ansiosos, pero en sus ojos había una indecisión que para ella era algo desconocido, cuando le preguntó con voz ronca:
Me gustaría sentir los movimientos de nuestro hijo. ¿No te importa?
Por lo que sabía de él, siempre tomaba lo que quería y ahora veía el aspecto de Esteban que no sabía que existía. Con suavidad, le tomó una mano y la apoyó sobre el abultado vientre, la mirada incrédula y maravillada en los ojos oscuros cuando el bebé se movió hizo que Maria sintiera los ojos anegados en lágrimas.
Todavía arrodillado, él se acercó más y la rodeó con un brazo, con la mano aún apoyada con suavidad sobre el estómago, durante un momento que pareció una eternidad la miró a los ojos y Maria sintió que si corazón saltaba de júbilo cuando lo oyó comentar en voz baja:
Eres tan bella, Maria y a mis ojos, nunca has sido más bella que ahora luego pasó el momento y él sonrió, alzando las cejas. ¡Ha vuelto a moverse! ¡No me sorprende que no puedas dormir si lo hace toda la noche! alzó una mano, le sujetó la barbilla entre el índice y el pulgar y la miró a los ojos. Dime algo... siempre hablamos del bebé refiriéndonos a "él". ¿Te sentirías decepcionada si fuera niña?
Ella movió la cabeza aturdida, sin comprender. Esa era la clase de intimidad que quería borrar de su matrimonio... por el bien de su dignidad y su cordura; y allí estaba, disfrutándola con avidez, como una tonta. Su condición debía hacerla vulnerable, pero logró responder con voz ronca.
No. ¿Te importaría a ti?
Por supuesto que no.
En silencio, repitió esas palabras como un eco en su mente. Por supuesto que no. El ya tenía un hijo y no podía sentir un intenso deseo de un varón, para educarlo a su imagen. Lo más extraño era que, aunque ese pensamiento no tenía el fin de poder herirla, lo apartó de su mente, todas las células de su cuerpo parecieron derretirse cuando él se puso de pie, tirando de ella con suavidad para que hiciera lo mismo, vio un músculo temblar en su mandíbula cuando le dijo, con voz apagada en la que había algo indefinible que la debilitó:
Quiero dormir contigo esta noche. Sólo estrecharlos en mis brazos, a ti y a mi hijo, nada más.
Maria no podía hablar, pues la emoción le cerraba la garganta y lo vio apretar la sensual boca en un gesto de determinación, cuando la alzó en sus brazos y le confesó:
Sentí que el mundo se oscurecía cuando te vi tambaleándote en esa silla. Esta noche necesito la seguridad de tenerte cerca y saber que estás a salvo.
Y como si no estuviera dispuesto a escuchar ninguna protesta ni discusión, cruzó la puerta entreabierta del dormitorio principal y la depositó con suavidad sobre la amplia cama, arropándola con cuidado con las mantas.
Maria parpadeó para ahuyentar las lágrimas y sepultó la cara en la almohada, aspirando el leve aroma de la loción que él usaba y de la embriagante presencia masculina. Hacía un año que no compartía con él esa habitación, esa cama. Experimentó la sensación de volver a casa y de nuevo advirtió que los ojos se le anegaron en lágrimas, porque él nunca antes reconoció la necesidad de una seguridad.
Cuando la encontró subida en la silla, tratando de alcanzar los paquetes, eso debió recordarle el accidente que causó su aborto y renovó los sentimientos de culpa que no debería experimentar. Cuando sintió que el colchón se hundía bajo el peso de él y la estrechó en sus brazos, supo por qué no protestó; se acurrucó en la protectora curva de su cuerpo, asegurándose que los dos se necesitaban esa noche.
Al día siguiente, pensó, cuando la respiración regular de él le dijo que estaba profundamente dormido, las cosas volverían a ser como antes, porque sabiendo lo que ambos sentían, ¿como podrían ser diferentes?

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