Prologo

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Una oscura sombra se cernía sobre la bella ciudad de Gallasteria. El Gobernante, junto a sus consejeros, observaban en su kazrefti que un terrible porvenir acechaba y que de difícil manera podrían hacer nada por evitarlo.

El Gobernante se mostraba preocupado. Uno de los mayores regalos que podía haber dado a sus súbditos era, al mismo tiempo, la peor de las maldiciones: la libertad de escoger por ellos mismos.

Una rebelión era inevitable, y no sería la primera vez que ocurría. En otra ocasión, miles de vidas se segaron y hubo gran lamento en toda Gallasteria. ¿Qué podían hacer? Debía pensar en algo cuanto antes.

—Lo mejor es acabar con ese mal de raíz —opinó Amón, el consejero representante de la casa de Lootah, muy alterado. —Si seguís permitiendo que Marou y su gente tengan libertad, nunca dejarán de atormentarnos.

—Pero eso iría en contra de todo lo que defendemos como sociedad —replicó Baruc, que era el consejero de Mahkah. —Creemos que todos son iguales y que tienen derecho de expresarse libremente y decidir por ellos mismos. ¿Censurarlos no sería ir en contra de nuestros propios principios?

—¡Ellos no entienden de principios! —exclamó Sela, la consejera representante de Kadeer, exaltada. —Les da igual quién tenga que morir para lograr sus propósitos y eso también va en contra de los valores de nuestra sociedad.

El Gobernante escuchaba a todos sus consejeros interesado mientras meditaba en su corazón. Estaba claro que no se podía combatir la violencia con más violencia, pues eso sólo lograría avivar la llama del descontento general y traería miseria a los corazones de la gente. ¿Qué podría hacer entonces?

—¿Qué es lo que tratamos de combatir?— musitó pensativo. Los consejeros lo observaron confusos unos instantes sin saber muy bien qué responder.

—La injusticia y el odio entre la gente del pueblo —se aventuró a contestar Edom, el consejero de Thanh.

—¿Y cuál es la mejor manera de combatir ese odio? —siguió indagando.

Los consejeros se miraban unos a otros desconcertados. No sabían a dónde pretendía llegar con esas preguntas. ¿No era eso lo que trataban de discutir en esa reunión excepcional?

—Señor, si usted tiene una respuesta, nos gustaría escucharla —musitó Set, el patriarca de Gallasteria.

—Esta rebelión que se aproxima debe ser combatida con amor. No podemos caer en los mismos errores del pasado y luchar contra ellos, pues esta guerra nunca terminará.

—¿Con amor? ¿Cómo se lucha con amor?

El Gobernante se puso en pie y se aproximó al gran kazrefti que colgaba de la pared de su despacho. Lo observó pensativo y sonrió.

—Crearé una hija especial.

—¿Una hija? —se extrañó Amón. —¿No debería ser un guerrero formidable? Fuerte y valiente...

—Da igual si es hombre o mujer —opinó Sela. —Debería ser alguien inteligente. Capaz de poder salir de cualquier impedimento que Marou le imponga.

—No. Será una hija —insistió el Gobernante. —Tendrá el valor necesario para hacer lo que deba hacer cuando se presente el momento. La integridad de mantenerse firme y no flaquear ante las debilidades. Tendrá la capacidad de amar incondicionalmente a todos los seres que haya frente a ella... Incluso a quienes le hagan más daño.

—Pero...¿Cómo vas a crear una hija así? —inquirió Baruc. —El amor es algo muy frágil...

—Y a la vez fuerte —puntualizó el Gobernante. —Es justo lo que necesitamos.

El sabio Gobernante fue, seguido de sus consejeros, a la sala de fabricación. Allí trabajaría en esa hija especial, a quien daría una dosis especial de amor en su interior, sin embargo, se encontraron con un inconveniente. El amor necesitaba ser constantemente nutrido por una fuente externa. No se regeneraba automáticamente, como otras cualidades.

—Esto supondrá un problema —se quejó Sela. —Si no puede dar amor constante, ¿Cómo conseguiremos que sea la que combata esta rebelión? Ya os he dicho que esto no funcionará.

—Eso tiene fácil solución. Ella será amada. Encontraré a alguien digno de ella, que le de todo lo que necesite para poder reabastecerse constantemente.

El Gobernante introdujo los datos en su computador central. Sería una tarea difícil. Probablemente necesitaría más tiempo del normal para terminarla del todo, pero sería justo lo que necesitaban. El amor era mucho más difícil de lograr que la fuerza o la inteligencia. Era una cualidad innata en el ser humano, sin embargo, si no se tenía especial cuidado en dar las cantidades apropiadas en el resto de cualidades, podría convertirse en odio fácilmente.

—Sigo sin entenderlo bien, mi Señor —protestó Amón. —Cualquiera de mis guerreros sería capaz de abatir al artífice de esa rebelión en cuestión de minutos, antes, incluso, de saber que va a organizar la rebelión. ¿Por qué tomarse una molestia tan a largo plazo?

—Mis queridos consejeros, —sonrió el Gobernante mientras observaba con expectación el tanque de agua donde se encontraba el cuerpo en el que insertaría todas esas cualidades en perfecto equilibrio. — de todas las probabilidades que existen, ésta es la única que promete una totalidad de éxito. Sin embargo, también será la que nos haga recorrer el camino más difícil.

—¿A qué se refiere con el camino más difícil? —indagó Baruc.

El Gobernante sonrió afligido. No sabía cómo decir a sus consejeros que todos tendrían que morir para poder volver a vivir. Que su bella ciudad tendría que ser destruida para volver a renacer. Que todos debían confiar sus vidas a la frágil hija que estaba a punto de crear.

—Me limitaré a rogaros que confiéis en mí —dijo atribulado.

Los consejeros, al escuchar a su sabio Gobernante decir esas palabras, asintieron sin dudar. Él sabía lo que hacía. Tenía conocimiento de todas las cosas, pasadas, presentes y futuras, y sabía, sin lugar a dudas, cuál sería la mejor manera de volver a evitar que hubiera más muerte y destrucción en Gallasteria. Desconocían el precio apagar, pero sabían que valdría la pena.

Guardianes 1.5: GallasteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora