La llegada (No la peli, si no la mía)

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El día era soleado, no había mucho ruido de coches por la ciudad, los arboles tenían un especial color verde, los pájaros cantaban y todas esas mierdas para describir lo buen día que es. Lo que significa que odié ese día. Iba andando por Princeton, sin muchas ganas de llegar a mi destino la verdad. ¿Estaba nerviosa? Dios, me moría por dentro de lo jodidamente nerviosa que estaba. Pero no me paré. Los días de esperar se habían acabado y el miedo al fracaso... Bueno, eso no, pero se intentaría superar. O ignorar.

Ahora que miro hacia atrás veo que era una miedica, aunque intento excusarme. En una ciudad nueva, a punto de conocer a un montón de gente de la cual no estaba ni segura de querer conocer. No cabe la menor duda de que cualquiera se hubiera asustado. Cualquiera.

Llevaba los auriculares puestos mientras cada vez caminaba más lento. Aunque tampoco servía de mucho. El hospital estaba delante de mis narices. Miré hacia adelante con la esperanza de encontrar algo que me diera tanto miedo que no pudiera entrar y tuviera que echarme atrás en mi retorcido y malévolo plan. Por desgracia ni siquiera mi sarcasmo lo hizo. Entré de mala gana mientras los médicos pasaban alrededor mío. Antes de hacer lo que quería hacer decidí sentarme en un banco y mirar a los que pasaran por allí. La vida que había en un hospital era única, de hecho, continúa siéndolo. Había médicos corriendo, enfermeras a toda prisa, gente estresada por el papeleo y pacientes vomitando. No es que todo eso me gustara, pero si que lo echaba de menos. Me levanté y me fui hacia la zona de urgencias, donde me hicieron rellenar el cuestionario correspondiente y sentarme. Eso si, las horas de espera no me las quitó nadie. Hasta que una enfermera me hizo pasar a una consulta y allí esperé, mucho más tranquila, a que un médico me mirara que demonios me pasaba. O que decía yo que me pasaba. No había un silencio absoluto, pero era mejor que el jaleo de fuera. Decidí cerrar las cortinas para estar más a oscuras y, porque no, no quería que tener que ver todo el rato a los enfermeros y los médicos de arriba para abajo. Es que me marea. En ese corto y preciado momento de paz intenté convencerme de que lo que estaba a punto de hacer no era una locura. Lo cual no conseguí, así que después de convencerme aún más de que lo que estaba haciendo estaba fuera de lugar intenté tranquilizarme. Mi avión había aterrizado esa mañana y en esos instantes eran las doce. Había hecho una pequeña parada al hotel para dejar mis cosas y me había ido directamente hacia el hospital. Supongo que para que no me diera cuenta de que lo mejor era no seguir con mi plan, o no darme tanta cuenta. Pause la música de los auriculares, ya que hacía rato que la notaba de fondo en el bolsillo de mis pantalones. Y allí estaba yo, con sudor nerviosa en mi espalda, temblando de puro miedo y envuelta en un medio silencio. Preparándome con lo poco de paz que había en ese lugar. Hasta que alguien decidió estropearme el momento.

-A ver, dolor de barriga y nauseas, a parte de una fuerte molestia en la laringe. Acabemos rápido.

Dijo un doctor al entrar, bueno doctor. No llevaba bata, así que tuve que suponer que era un doctor de ese hospital y no un loco que había decidido o asesinarme o gastarme una broma. Aunque con cualquiera de las dos opciones mi reacción sería la de pegarle un puñetazo. A falta de saber si era alguien con serios problemas o un doctor (o las dos cosas a la vez) decidí seguir siendo la paciente, la típica paciente con una gripe normal y corriente.

-Si, empezó a dolerme hará unos tres días, des de entonces he tenido que ir al baño a vomitar unas dos veces por día.

Dije mirando al hombre, quien parecía más interesado en la sala que en mi. Extraño es poco.

-¿Cuántos años tiene?

Me preguntó mientras se acercaba a palparme la laringe. Iba a responder, pero no me esperaba que lo hiciera tan fuerte y me sobresaltó. Definitivamente para ese hombre el trato con el paciente no era su fuerte.

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