El Reino Negro

9 1 1
                                    

Los rumores de la llegada de un rey con oscuros poderes llegaron a los oídos del Caballero Fialte en su pueblo natal mientras montaba guardia en las almenas del fortín. Decidido a salvar a su madre, pues nada más le importaba en el mundo, hizo su equipaje y le dijo a su progenitora que debían viajar al norte, pues allá no llegaba el reinado de aquella maligna influencia, las tierras eran libres y la gente feliz y trabajadora.

Sin embargo, un día las sombras frente a la pequeña casa se arremolinaron e invadieron el pueblo entre gritos de miedo y sorpresa. Frente al Caballero apareció una figura femenina con un mensaje para el caballero: Aquella oscuridad la había creado él y ahora devoraría Albán entera si no se presentaba frente al nuevo rey y pagaba con su vida la del resto del mundo. Asustado y confundido, aunque decidido, se puso su armadura para ir al castillo del reino vecino y arreglar el malentendido. Tres días después llegó al reino del rey al que previamente había servido y encontró nada más que miseria, desolación y penas que se reflejaban en los rostros de sus taciturnos habitantes, quienes huían del brillo de la armadura del Caballero. El sol ya no acariciaba aquellas tierras: las nubes eran tan negras que aquél país parecía maldito con una noche eterna. Ya en el castillo, el Caballero llamó al nuevo rey y estaba preparado para arrodillarse cuando, de una nube de cenizas incandescentes se arremolinaron alrededor del trono y depositaron a Prior, vestido con negros ropajes y joyas doradas y rojas. Le dijo a su antiguo amigo que aquella desolación era su venganza y que todo lo que sufriera el reino era su culpa. A un gesto del rey, las sombras transportaron a Fialte al jardín donde antes solían conversar durante horas pero que ahora era un conjunto de flores muertas y arboles consumidos por la podredumbre. Así que ahora su resentido amigo era el rey, reflexionó, y su venganza contra él no sería solo con su persona sino contra el mundo entero, pero su oscuridad no salía de aquel reino, algo la retenía, la frenaba.

Fialte se había dado cuenta de algo muy importante. Cuando Prior se sacó el corazón y lo convirtió en piedra antes de enterrarlo, un enorme árbol negro nació de este, adornando la colina detrás del castillo. Con sus nuevos y oscuros poderes, el nuevo rey intentó avanzar con sus sombras a buscar al causante de su sufrimiento pero era incapaz de moverse más allá del límite del reino, sin importar cuantas veces tratara. Su corazón de piedra aun latía en el árbol. Se acercó a este y de la oscuridad del árbol forjó una espada negra que llamó Desesperanza y juró que con ella atravesaría al Caballero cuando este último suplicara la muerte después de tanto sufrimiento. Sin que nadie lo supiera, aquella promesa fue tan fuerte que creó ondas en la Gran Magia. Sin embargo, tocar el árbol o la hoja de Desesperanza le hacía revivir los sentimientos que otrora lo atormentaban, que era lo que más odiaba. Por eso guardaba la espada lejos de él, clavada en las raíces del gran árbol negro de donde había salido.

Ya en el reino, fuera de los jardines podridos que alguna vez le trajeran alegría, el caballero se encontró con el herrero del reino, un hombre de anchas espaldas y fuertes brazos llamado Cornerd, quien le dijo que era posible derrotar al Rey Oscuro. Ya que usaba magia, era lógico que solo la magia pudiera derrotarlo, y conocía de un mago gracias a rumores que podría hacerle frente. Este mago se llamaba Edgardlim, y vivía en las afueras como un ermitaño. Los dos atravesaron el reino para llegar hasta donde el mago vivía, pero Fialte solo encontraba desolación y sufrimiento a su paso; más de una vez las lágrimas acudieron a sus ojos debido a las injusticias que veían, que el nuevo rey permitía solo por venganza. Esto último lo llenaba de ira y, a su vez, deseos de vengarse, pero decidió que no podía rebajarse a su nivel. Aquello era precisamente lo que Prior debía haber sentido, lo que lo arrastró a la oscuridad y condenó a las personas a su alrededor a sufrir sin haber hecho nada para merecerlo, así que descartó el pensamiento y siguió adelante.

Cuando llegaron, el mago los recibió con miedo, pues sabía qué iban a pedirle aquellos desconocidos, que no eran los primeros en requerir ayuda de las artes místicas. Les dijo que era incapaz de enfrentarse al Rey Oscuro, pues los magos solo aprendían el sutil arte de la magia para ayudar y sanar, no pelear. Además, agregó, la magia de Prior era tan oscura que bastaría un soplo para derrotarlo y ennegrecer sus huesos. El Caballero lo llamó cobarde e inútil, a lo que el despistado mago respondió que no iba a dedicar un esfuerzo inútil a una causa perdida, que el reino y pronto el mundo se perderían en la oscuridad por culpa de aquel mago maligno y de quien lo hiciese enfadar hasta aquel punto. Dolido por este comentario, pues la culpa aun asolaba su corazón, el Caballero bajó la mirada y salió de la pequeña choza en compañía del herrero.

Hablando de magia, pues se veía su oscura influencia en los arboles ennegrecidos, en las tierras estériles, en los frutos podridos que olían a cadáveres y los ríos de agua verdosa y cenagosa que ni siquiera los sapos y las serpientes podían tolerar, el herrero mencionó el árbol cuya aparición había marcado el inicio del reinado del Rey Oscuro. La curiosidad llegó hasta la mente del Caballero, que preguntó dónde estaba el árbol negro, pues podría estar relacionado con el mago o cómo vencerlo y devolver a aquellas tierras la luz del sol y la paz de antaño. El herrero, que sabía que aquel árbol estaría custodiado por guardias reales, creados con la magia oscura del mago negro, tomó su martillo y un par de cuchillos relucientes que dio al Caballero por si se quedaba sin su espada. Emprendieron la marcha atravesando las pobres calles que rodeaban el castillo, pues la colina estaba justo detrás de este. Con solo tocar las paredes se podía sentir la maldad emanando de ellas, como si respiraran un halito negro que mermaba la felicidad de todos cuántos le rodeaban.

Llegaron a la colina, el árbol negro se veía enorme y ninguna hoja adornaba sus escuálidas y enredadas ramas, tan negras como el tronco y este tan negro como como el cielo sobre sus cabezas. Visto desde abajo, con este ultimo de fondo, el árbol se hacía invisible entra la negrura y solo las raíces daban fe de su presencia. En una de sus raíces, clavada casi hasta la empuñadura, había una espada. Movidos por la curiosidad, tanto el Caballero como el herrero se acercaron, viendo que no había ningún guardia alrededor pero, cuando apenas notaban esto, las sombras se arremolinaron y revelaron a Prior, parado frente a ambos a cierta distancia del árbol.

Sonriendo, le preguntó a Fialte si había disfrutado la visita al reino y la vista de la desolación que él había provocado. El Caballero permaneció callado, incapaz todavía de creer que aquel al que conocía había propagado tanta desdicha. Así se lo hizo saber al mago, que volvió a reír y le espetó que solo había propagado la desdicha que él había provocado en su corazón, y al decir esto miró al árbol por un segundo, hecho que no pasó desapercibido al Caballero. Lo comprendió y vio en aquello su posible solución: Si quemaba el árbol, probablemente derrotaría a Prior para siempre, por eso había aparecido allí, por eso lo protegía él mismo. Con un gesto, las sombras incandescentes atacaron al herrero, que se defendía inútilmente con su martillo. Fialte lanzó uno de sus cuchillos al mago, pero este se quedó suspendido en el aire a pocos centímetros del rostro de su objetivo, momento en el que el Caballero aprovechó para correr hacia el árbol y asestarle un golpe con su espada, pero antes de que pudiera hacerlo el metal chocó contra el de otra arma: la de Prior, que la había sacado de las raíces para enfrentarse a su enemigo. Una luz naranja apareció a las espaldas del Rey Oscuro y las llamas se esparcieron por las ramas del árbol. Sorprendido, buscó al causante de aquello y vio al mago Edgardlim lanzando chispas a las raíces. Se dispuso a lanzarle un hechizo pero antes fue desarmado por Fialte, quien tomó la espada negra y atravesó el pecho del mago negro. Las sombras, incluidas las encendidas que conformaban el árbol, entraron en el Rey Oscuro, incendiándolo por dentro y, en una última explosión de sombras y cenizas el mago cesó de existir y su magia oscura salió disparada en todas direcciones, llevándose consigo las nubes que ocultaban el sol, la podredumbre que llenaba los ríos y las tierras, la pena y el sufrimiento de los habitantes del reino. Lo único que quedó fue la espada negra Desesperanza, que brilló con un fulgor oscuro y malsano que remitió a los pocos minutos. Fialte se la llevó para esconderla, ya que no sabía cómo destruirla y no quería que ningún otro mago la tocara o fuera influenciado por las artes oscuras de su creador.

Después de esto, la noticia de que el reino había sido liberado de la oscuridad llegó a todos los oídos y, en cuestión de un mes, Fialte fue coronado rey en agradecimiento por salvar aquellas tierras de la maldad. El Rey Fialte I convirtió a Edgardlim en el mago de la corte, le encargó diseñar un monumento que pudiera conservar escondida la espada a modo de trofeo, y así lo hizo, feliz de que el mal provocado por el apostata Prior sería olvidado para siempre. El herrero Cornerd fue ascendido a armero real y el reino no conoció otra cosa que felicidad durante décadas del reinado de Fialte. Sin embargo, a veces durante las noches sin luna, cuando la oscuridad se sumía sobre la mitad de Albán, Fialte recordaba a Prior y de cómo su indiferencia a su sufrimiento lo llevó al camino que finalmente lo destruiría. La espada, escondida a la vista de todos, soltaba chispas negras cuando el pensamiento de Fialte recordaba el nombre de Prior. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 26, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Crónicas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora