Capítulo uno

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     Siete treinta y cinco.
  
     Gloria Zabini miraba por sexta vez el reloj en menos de dos minutos. Les había recordado a las chicas durante toda la semana la cita con la obstetra de Lucy. ¡Era increíble, inaceptable que lo hubieran olvidado!

     El desayuno había sido servido a las siete y quince. ¿Era posible que fueran tan impuntuales? No les daría tiempo para desayunar y luego ir al consultorio de la doctora Anna, tendrían que saltarse el desayuno e ir a la cita con el estómago vacío.

     Era la primera vez desde que Lucy Zabini anunció que tendría un bebé que Gloria no la acompañaría a su cita con la obstetra.

     Durante seis meses estuvo Gloria sosteniendo la mano de su segundo retoño y viendo las imágenes de su nieta en la pantalla del consultorio de la doctora Anna Bristol... Bueno, lo poco que su nieta dejaba ver.

     Siete treinta y siete.

     La puerta de la casa se abrió y entraron Rita y su hija Kayla.

     La hija mayor de Gloria Zabini era su vivo retrato de cuando era más joven, cuando tenía veintinueve años, la edad actual de Rita: un excelente cuerpo que se encargaba de ejercitar a diario, cabello rubio y lacio que llegaba a la mitad de su espalda, mejillas sonrosadas, piel de mármol y ojos azules como zafiros. Kayla, la hija de seis años de Rita, era un retrato más pequeño de lo que había sido su abuela y lo que era su madre.

     Por supuesto, ahora Gloria tenía cincuenta y cuatro años, y las patas de gallo alrededor de sus ojos estaban allí para demostrarlo.

     Gloria conservaba su hermoso cabello largo y rubio y sus ojos azules brillaban con la misma intensidad que a la edad de su nieta, sólo que empezaba a encorvarse, sus rodillas dolían durante el invierno y ya no podía escalar montañas como antes. Una vida entregada a criar dos hijas y una sobrina habían hecho no pocos estragos en ella.

     Después de saludar a su hija y a su nieta, Gloria volvió a prometerse que no armaría un escándalo a su otra hija por ser tan impuntual.

     -¿Sucede algo, mamá? -preguntó Rita desde la encimera de la cocina, al ver el rostro contraído de su madre observando el reloj que marcaba las siete y cuarenta.

     -Lucy y Kara sabían que hoy debían estar en el consultorio de la doctora Anna a las ocho. Ya son las siete y cuarenta y aún no hay rastro de ellas, no llegarán a tiempo.

     Justo cuando terminó de dar quejas a su hija mayor, las risas de su hija menor y su sobrina resonaron por la escalera de caracol.

     Lucy, la hija menor de Gloria, era totalmente opuesta a su madre y a su hermana. Su piel también era como de mármol, pero sus ojos eran negros y profundos, y su cabello era rizado y castaño, del color de las cortezas de los árboles.

     Aún así, era hermosa.

     A su manera era la más hermosa de la familia. Su sonrisa era lo que más le envidiaba su hermana Rita, y Gloria, que de pequeña siempre había tratado de alisar sus hermosos y frondosos rizos, con el tiempo aprendió a amarlos al igual que todos, ya que eran los que hacían tan especial y hermosa a su hija.

     Que ahora estaba felizmente embarazada y esperaba tener una bebé tan hermosa como todas en su familia.

     Kara ayudaba a Lucy a bajar las escaleras. El embarazo había hecho que sus pies y sus piernas se hincharan, y por más que Gloria y Kara insistían, Lucy no quería ni escuchar acerca de esa milagrosa y horrenda píldora que eliminaría la hinchazón y los síntomas.

     Quiero hacerlo a la antigua, mamá, solía decirle cada vez que Gloria insistía.

     -Pensé que en vez de llamarla Afrodita, podría llamarla Petrushka, ¿qué te parece, Kara?

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2018 ⏰

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