El caballo de Jade

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Estaba atardeciendo en la comarca y las sombras otoñales del castillo avanzaban amenazantes sobre el pequeño poblado que lo rodeaba. Prados de tonos dorados, iluminados por la luz del crepúsculo otorgaban a la morada que se erguía sobre una loma un reflejo de oro. Aunque, lo que nadie espera es que el corazón de una piedra preciosa, como era el castillo, estuviese corrompido por oscuros deseos carnales.

El Marqués estaba paseando ansioso por sus aposentos a la espera de un "juguete" muy especial prometido por un artesano extranjero, uno con el que satisfacería sus fantasías más retorcidas. Finalmente, pasadas largas horas de espera, un lacayo interrumpió sus cavilaciones para anunciarle que el artefacto había llegado al patio en un carromato.

Entre varios mozos de cuadra, subieron el pesado cajón, enorme, y que contenía el osado invento. Ya en los aposentos del Marqués fue abierto y las maderas retiradas. Y allí estaba en todo su esplendor un bonito caballo de madera, algo más grande que lo común y bastante realista. Un mecanismo de poleas lo ponía en movimiento a diferentes velocidades pudiendo asemejar un trote, un paso de carrera y hasta un galope sostenido. Unos ojos siniestros de cristal,  de color verde, le daban un toque muy especial. Así como muy especial era la silla de montar, finamente repujada y que, como detalle, llevaba en el asiento en su parte media una pequeña "protuberancia", que asomaba algo así como una esfera ovoide de unos 5 centímetros de diámetro. El mecanismo secundario que más le interesaba al Marqués era justamente el que se activaba tirando de las riendas, al hacerlo la protuberancia se elevaba conformando un falo que crecía proporcionalmente al tramo de rienda jalada. Llegaba hasta un máximo de 25 centímetros con un grosor total de 10 centímetros revestido de un caucho rígido como para soportar la "cabalgata" más exigente. El Marqués de Jade se retorció un mechón de cabello, satisfecho, y pasó la mano por la grupa del "caballito". Esa misma noche lo estrenaría con el candidato idea.

Ya había salido la luna cuando un criado acompañó hasta los aposentos a un joven esclavo virgen, una reciente adquisición del dueño del castillo. Era un joven de finas y delicadas facciones, de piel blanca como la porcelana y ojos marrones, que desprendían una calidez propia de una taza de chocolate caliente en invierno, y una rubia cabellera de divertidos e infantiles caracoles.  El Marqués lo saludó con un maléfico afecto, acariciándole el cabello, y entre risitas le dijo que este sería un desafío para un audaz joven como lo era él. El muchacho miró dubitativo el corcel de madera, no parecía un reto muy difícil y la recompensa sería cuantiosa, no todos los días un esclavo recibía 50 monedas de oro. Tras aceptar, el Marqués le indicó que debía montar desnudo y el joven no tardó mucho en despojarse de sus pobres vestimentas.

El Marqués lo hizo agacharse para inspeccionarle el culo y, hurgando, pudo comprobar la virginidad del ano, mas durante la revisión aprovechó para untarlo con un preparado lubricante, el mismo que pasó por la protuberancia de la silla. El joven no entendía exactamente de qué se trataba pero fue accediendo a todas las indicaciones ya que la recompensa era más que generosa. Se montó y mientras los sirvientes lo acomodaban sobre la silla, el propio Marqués supervisó la posición exacta del ano sobre la protuberancia de la silla de montar, recomendándole al joven que para la prueba era muy importante retener con el ano esa protuberancia, que si la soltaba quedaría automáticamente descalificado.

El joven mortificado se sentó sobre ella y seguidamente los sirvientes rodearon su cintura con un arnés ancho, con varias argollas por las que pasaron gruesas cuerdas que ataron al cuerpo del caballo ciñendo estrechamente la cintura del joven contra el equino. Luego fijaron cada pie a un estribo corto que mantenía apropiadamente flexionado al jovencito, casi en cuclillas.

Ya todo listo, a una orden del Marqués comenzó a activarse el mecanismo tipo trote suave. El caballo comenzó a hamacarse, subiendo y bajando suavemente y el joven jinete acompasaba ese movimiento, sintiéndose un poco molesto por la protuberancia que asomaba dentro de su ano masajeando el estrecho esfínter. Se lo veía contento, feliz, de poderse ganar todo ese oro con tan simple demostración y hasta agitaba los brazos vanagloriándose de poder cabalgar sin agarrase de nada. Paulatinamente, el caballo mecanizado comenzó a moverse más rápido llegando al trote galopado, allí el joven se aferró a las riendas y al estirarlas sintió que algo grueso avanzaba en su ano y le provocaba dolor, por lo que las aflojó. El Marqués al comprobar esta situación, le dijo que un buen jinete debía sujetar firmemente las riendas y tener dominada a su cabalgadura por lo que a su vez le tomó resuelto las riendas y las jaló firmemente. El jinete acusó con un grito el ingreso del falo, su cuerpo se retorció y arqueado instintivamente procuró despegarse del asiento, pero las fuertes cuerdas apenas se lo permitieron y en el siguiente descenso del trote, su propio peso hizo que se ensartara nuevamente hasta el fondo. Y así una vez y otra y otra, el falo manejado ya por el Marqués no perdonaba e ingresaba por el recto del jinete rítmicamente.

El joven empalado gritaba pero el endemoniado mecanismo lo agitaba despiadadamente arriba y abajo, mientras el falo le pegaba una terrible cogida. El virginal orificio había recibido semejante pedazo prácticamente de una sola vez y si bien la buena lubricación mejoraba la cosa un trémulo hilito de sangre certificaba la sádica violación buscada con tanto corcoveo. Los minutos pasaban y el joven lagrimeando, ya casi desmayado imploraba un poco de piedad. A su alrededor todos reían, sirvientes que estaban allí desde el inicio y el noble. El marqués, extasiado, comenzó a masturbarse hasta eyacular, casi al mismo tiempo que el jinete eyaculaba involuntariamente ante tanto masaje prostático.

El Marqués humedeció sus dedos con ambos espermas y los pasó por los labios del joven exhausto. Recién después disminuyó la velocidad del mecanismo. Finalmente lo desataron y lo bajaron del caballito, el mismo Marqués le limpió la sangre verificando sonriente que ese ano ya estaba algunos centímetros dilatado. Le dio unas palmadas aprobatorias en las nalgas y dejó que lo vistieran mientras depositó en sus manos la recompensa prometida, recomendándole que debía conservar la experiencia en secreto, ya que le quedaría la fama no sólo de buen jinete, sino de muy bien cogido. Luego se retiró a descansar, con la satisfacción de haber estrenado este nuevo juguete mecánico sobre el que con el correr de los días fueron cabalgando unas cuantas amazonas y varios mozos jinetes de la comarca.

A pesar de eso, el Marqués planeaba darle más usos al joven.

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