Sacacorchos

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Últimamente había dado tanto uso a su preciado caballito de madera que finalmente había decidido apartarlo y encargar un nuevo juguete que estrenar en su esclavo, a quien había desvirgado al usar la obra artesanal por primera vez.

En más de una ocasión se había cruzado por los pasillos del castillo a aquel joven y este le había mirado con miedo, pero desde aquella noche no le había vuelto a rozar ni siquiera la piel. Prefería mirarle desde lejos, admirar en silencio aquella figura grácil que vio retorcerse sobre el corcel. Aquella velada no solo había centrado su mirada en esas nalgas pomposas que tenía el joven, la había centrado también más arriba, en dos pequeños botones rosados. Y había decidido que, tarde o temprano, todo el cuerpo del chico sería profanado por sus perversiones, empezando por aquellos diminutos pezones.

Cuando le trajeron su nuevo juguete, meses después del primer uso al caballo, hizo llamar al desdichado. Mientras le esperaba, su paladar se deleitaba con un vino dulce y espeso, pensando en como quedaría finalmente el muchacho. Su mirada vagó por el escenario que había mandado hacer en su propia alcoba. Había ordenado que anclasen a la pared unas aspas de madera, en forma de "X", en los extremos había unos cinturones de cuero donde tanto brazos como piernas serían sujetados. Multitud de velas alumbraban la estancia, colocadas por todo el lugar para tener una buena iluminación y que no se le dificultase ver cada una de las expresiones del muchacho. Una pequeña mesita aguardaba junto a las aspas, allí descansaban un paquete de tamaño medio, donde estaba metido el nuevo juguete y una caja de costura, donde el Marqués se había tomado la libertad de guardar un elemento al que seguramente daría uso.

Dos golpes en la puerta le sacaron de su ensimismamiento, devolviéndole a la realidad. Carraspeó un poco antes de permitir la entrada a dos sirvientes y al esclavo, quien no parecía muy contento de estar allí, dada su última experiencia en el lugar. Los siervos habían seguido su orden al pie de la letra y el muchacho estaba completamente desnudo. Su delgado cuerpo temblaba a la lumbre de las velas, quizá de miedo por lo que podría ocurrirle, quizá de frío, pues la época invernal era inminente. Desde el cómodo sillón depositó la copa que sostenía en una mesa baja e hizo un gesto hacia las aspas. Los sirvientes tomaron con firmeza el brazo del joven, quien se removió un poco, visiblemente intranquilo, para llevarlo al lugar indicado. Aquella velada el joven no parecía muy colaborativo,trataba de resistirse a ser atado a la madera, incluso pataleaba un poco, por lo que el Marqués decidió intervenir. Se levantó de su silla y avanzó hacia el chico, con pasos amplios y seguros, al llegar a su altura le agarró con fuerza la barbilla y le obligó a mirarle.

—¿Si te ahorro parte del dolor serás obediente? —inquirió mientras su pulgar se deslizaba por el carnoso labio inferior del chico. 

El muchacho asintió, cohibido, y dejó de oponer resistencia, por lo que inmediatamente ataron a las aspas sus extremidades. El dueño del castillo se relamió al verle así, atado e indefenso, con el miedo brillando en sus ojos, tratando de mantenerse sereno sin demasiado éxito y la respiración agitada. Se acercó al joven un poco más y acarició la blanca piel de su torso,  admirándola e imaginándose como quedaría cuando decidiera adornarla a su antojo, con mordidas y golpes hasta hacerle perder su color natural. A pesar de que había querido tardar más en catar personalmente al crío, el Marqués acercó su boca a uno de los pequeños pezones, comenzando con una lenta succión que provocaba suaves jadeos del joven, nada que ver con sus desgarradores gritos al ser desvirgado. Sentía como aquel pequeño montículo rosa creía en su cavidad bucal mientras el otro era estimulado con sus dedos pulgar e índice; atrapaba el pezón libre con sus dedos y comenzaba a acariciar la cabecita que pronto se puso erecta, lo pellizcaba y retorcía un poco, buscando arrancarle más de aquella melodiosa sinfonía de gemidos.

Mordisqueó con fuerza el pezón que tenía en la boca, queriendo endurecerlo hasta que no pudiese más. El chico por su parte se retorcía de placer, no sabía que aquella era una zona tan sensible de su cuerpo y le gustaba que fuese explorada. Cuando la húmeda calidez que manaba de la cavidad bucal le fue retirada, gruñó un poco al verse desatendido y un soplo le fue regalado en el erecto montículo, haciendo que la curva de su espalda se pronunciase un poco más mientras su otro pezón recibía el mismo trato. Por otro lado, su pene se alzaba desafiando a la gravedad y al miedo que había sentido, necesitaba que aquella zona fuese estimulada y su placer se desbordase, pero posiblemente aún no le sería concedido aquel capricho.

Cuando el Marqués decidió que ya había jugado bastante, hizo unas señas a los sirvientes. Uno de ellos extrajo del paquete dos instrumentos de metal que parecían un sacacorchos, con la particularidad de que no tenían la punta metálica, sino una pequeña pinza dentada. El otro siervo, calentaba una aguja al fuego de una de las velas, mientras miraba con curiosidad el procedimiento.

El primer instrumento le fue colocado. Primero la pinza detanda mordió la punta de su botoncito rosado, haciéndole gemir de dolor cuando las puntas mordieron la sensible carne llena de terminaciones nerviosas. Después los bordes de la obra de artesanía fueron puestos de tal forma en la que la aureola también quedaba dentro del instrumento. Fue el propio Marqués el que empezó con el tormento del joven. Giró la plumilla del sacacorchos, una, dos, hasta tres veces, haciendo que el esclavo diese un alarido mientras todos sus músculos se contraían. Aquel instrumento de tortura estaba provocando que su pezón se estirase. Un par de vueltas más, rápidas, provocaron un nuevo grito del joven.

—Ve colocándole el otro —ordenó el Marqués al siervo que había traído los instrumentos.

No hizo falta repetirlo dos veces. El sirviente pronto estuvo aplicándole el mismo tormento al otro botoncito libre. Sin compasión e ignorando las súplicas del joven, ambos hombres fueron retorciendo más y más la plumilla, hasta el punto en el que el chico creyó que sus pezones iban a ser arrancados de cuajo de aquella forma al ver su carne estirada. Lo dejaron así, retorciéndose y sollozando mientras rogaba que el tormento llegase a su fin.

Había perdido su erección y ahora el miembro viril que se alzaba antes orgulloso parecía que iba a esconderse entre las piernas del esclavo. Con toda la delicadeza, el Marqués lo tomó con la mano y empezó a masturbarle, haciendo especial incapié en el glande mientras lo estimulaba con el pulgar. Se acercó al oído del chico y besó el cartílago de su oreja, lo mordisqueó un poco y acarició su húmeda mejilla a causa de las lágrimas.

—Mi pequeña criatura, ahora vas a recibir un regalo de tu amo, va a dolerte pero cada vez que lo veas pensarás en mí —susurró en su oído antes de apartarse y abrir la caja de costura que descansaba sobre la mesa...

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2018 ⏰

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