Qʋίถɕε

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La morada de la familia Rivera, era tan acogedora para la perspectiva de Marco. Y estaba en lo correcto una vez que paso sobre el umbral del la puerta, estando ya a la visión de la familia de zapateros.

Un ambiente tan legre, tan cómodo, sin que nadie le hiciera jetas a nadie. Algo en donde llegaba a sentir envidia, pero aquello era por culpa de su padrastro, mas no la familia de Miguel.

Fue muy bien recibido, a pesar de haber dicho en voz alta su interés hacia el joven Miguel, eso no dejo que la familia Rivera, tuviera misericordia de la historia del chico de orbes ámbar. Ya que, gracias a Ernesto, la mayoría de los pobladores de Santa Cecilia, sabía de su trágica historia de sus verdaderos padres, y del como Ernesto llegó a entrometerse en la vida de la pequeña familia de Marco.

Una cena tranquila, una cena que hace tanto necesitaba el pequeño de la Cruz, una cena que no llegaba a ser tan fúnebre como las que sentía que era en su hogar. Todo estaba bien, todo estaba en orden, todo parecía en paz.

Acabada la cena, Marco agradecía humildemente, no solo por la comida; sino, también por el ambiente tan avivado que sintió.

La matriarca de la familia, doña Elena, se enternecio por aquel acto tan humilde, y no obstante, por las palabras de agradecimiento del joven de la Cruz. Lo tomo entre sus brazos dándole un cálido; y mas que nada, fuerte abrazo al menor, quien gustoso; y con escaso aire en sus pulmones, sintió la conformidad y la aceptación de una familia tan querida como lo eran los Rivera.

Con el manto estrellado de la noche , tanto Marco como Miguel, se encontraban bajo la tenue luz de luna, sentados en aquel pozo tapado que les otorgaba un descanso a todo lo ocurrido, mas por parte de Marco.

— En verdad, gracias… por la cena — hablo con suavidad el invitado de la casa Rivera.

Miguel por su parte sonrió, mirando al joven de la Cruz, quien miraba hacia abajo, intentando ocultar aquel sonrojo en sus mejillas, pero que claramente se llegaba a notar por la luz que daba la luna, pareciese como si ella le otorgara un protagonismo al de orbes ámbar, dando como un tipo de reflector al rostro del moreno.

Rivera no apartaba la mirada de la espectacular vista que le ofrecía Marco, dándole la completa atención a su visión panorámica, siendo que solamente se centrara en el castaño, quien seguía inerte en su posición.

— Entonces… — una tercera voz, saco a ambos jóvenes músicos de su silencio tranquilo, y de los pensamientos que atormentaban a ambos en aquel momento.

Tanto Miguel como Marco, voltearon a ver quien era el dueño de la voz que interrumpía su tranquilidad y paz, en una excelente velada.

No tardaron mucho en ver que era Rosa, prima de Miguel, quien irrumpía su silencio grácil. Ambos ya con la atención que deseaba la Rivera, sonrió y miro curiosamente a ambos artistas.

— ¿Son novios? — fue una pregunta sacada al aire, como si fuese de lo mas normal posible.

Marco sonrió con cierta altanería, era su momento de dejar aquella burbuja que le atormentaba la cabeza, y llegar a tomar como posesión lo que para él era su fuerte. Amar y declarar el amor que le tiene al joven Rivera.

— ¿Se nota mucho, dulzura? — la voz de Marco volvía a ser potente, dominante, tomando un nuevo asiento en las piernas de Miguel, acurrucandose cual minino en su pecho, dando una sonrisa socarrona, intentando intimidar de alguna manera a la Rivera y que los dejara solos, pero no desaprovecharía la oportunidad que esta le estaba brindando.

Por otro lado, Miguel rodó los ojos divertidos por ver de nuevo aquella actitud que representaba al joven de la Cruz.

Rosa rió ante las acciones y respuesta del invitado de Miguel, con ambas manos se sostuvo la cadera.

— realmente parece que hacen excelente pareja — bramó con un toque de burla Rosa, ahora cruzando sus brazos, mirando con cierta diversión a la “pareja de enamorados”.

Miguel llegó a sentir algo de vergüenza ante ese dicho, aparto la mirada, queriendo ocultar sus expresiones de cualquier mirada que ambos presentes le pudieran llegar a dar.

Por otro lado, Marco se le iluminaron ambos ojos, recargo su cabeza por el hombro de Miguel.

— ¿En serio eso crees? — ilusionado preguntó, sin quitar el tono de voz.

Rosa al percatarse de ambas actitudes de los dos jóvenes rió bajo ante el hecho de ver a su primo en un gran dilema, y con un rostro que apostaba era un gran show a su deleite.

— sigan en lo suyo, par de tórtolos — y así como llegó la Rivera, de inmediato se fue dándole un guiño a de la Cruz por hacer las cosas divertidas en su corta conversación.

— Ay amor, ya tengo la bendición de tu familia, ya podemos casarnos — alego con alegría, siguiendo abrazado cual oso al joven Rivera.

Miguel no hablo, se quedo callado mirando fijamente al joven de la Cruz, brindándole un recuerdo nuevo a su memoria, obteniendo lo mas preciado que podía tener en manos.

Miguel estaba enamorado de Marco en tan solo un parpadeo, sin siquiera notarlo.

Grandisimo IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora