Prólogo.

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Le duele el pecho cada vez que toma aire. No sabe si el corazón le late demasiado rápido o demasiado despacio. Sus rodillas tiemblan ligeramente.

—Lo siento —susurra él.

Lo siente. ¿De verdad lo siente? Ella ya no sabe qué pensar. Sucede constantemente, una y otra vez. Parece ser que nada de lo que ella dice puede hacerlo cambiar de parecer. Pero a pesar de que sabe que no debe seguir así y que debe cortar de raíz lo que hay entre ellos, no puede. Simplemente no puede.

Lo quiere, pese a todo, y eso no puede cambiarlo.

—No lo entiendo —musita la muchacha, y su voz suena repentinamente rota—. No lo entiendo.

El chico le quita el anaranjado pelo de la cara y recoge varios de los mechones tras sus orejas. Agarra suavemente su mentón y la incita a mirar hacia arriba, a sus ojos. Sabe tan bien como ella, que esa es su perdición. Los ojos de aquel joven son mágicos para la chica.

—Lo siento —repite él, y esa vez lo hace más lentamente, como si así le diera más credibilidad a sus palabras.

La chica traga saliva, tratando de hacer desaparecer el nudo de su garganta. Solamente consigue hacerlo aumentar de tamaño.

Él no quiere verla llorar. Ni quiere, ni puede. No puede decir que la quiere, pero le tiene tanto cariño que cuando la escucha sollozar siente su corazón resquebrajarse. Así que la besa. La besa con cariño, dulzura y delicadeza. La besa como mejor sabe. Y ella corresponde a su beso casi sin dudar, porque lo desea.

Cuando se separan, una lágrima se desliza por la mejilla de la muchacha, y el joven la seca con su pulgar.

—Hey, hey, no llores —le pide—. Por favor.

Ella asiente, pero no está segura de que pueda llegar a conseguirlo. Ese chico al que tanto quiere y al que tiene frente a ella, le ha roto y reparado el corazón demasiadas veces ya.

—Vas a volver a hacerlo —afirma, con voz temblorosa.

—¿Hacer qué? —pregunta. Conoce la respuesta de antemano.

—Volver a engañarme.

—No. No voy a hacerlo. No lo haré.

Lo mira, buscando algún signo en su rostro que demuestre que le está mintiendo, pero no lo encuentra. Ella es una tonta que cae una y otra vez en la misma mentira.

—Quiero que me lo prometas —dice ella—. Quiero saber que soy la única para ti. Saber que solo piensas en mi. Saber que solo quieres besar cada milímetro de mi piel.

El chico besa sus labios de nuevo, muy lentamente, saboreándolos.

—Lo prometo —dice, mirándola a los ojos—. Te lo prometo.

No aguanta más. La chica lo abraza y llora aferrada a su camiseta. Él se muerde el labio con fuerza, castigándose, y la abraza también. Mientras escucha los lloros de la joven, él piensa en la promesa que ha vuelto a hacer. Sabe que no la cumplirá. Lo sabe.

Muñeca de porcelana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora