Capítulo 12: miénteme.

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El domingo a la hora de comer abandono mi casa. Niko y yo hemos quedado en una hamburguesería en el centro de la ciudad, así que me viene a buscar en su coche. Cuando lo veo, tiene una sonrisa totalmente despreocupada en el rostro.

—Dime que tienes hambre, porque en esa hamburguesería es imposible no pedirlo todo.

Hace tiempo que no tengo hambre. De hecho, he adelgazo alrededor de tres kilos desde que lo dejé con Evan, y no es que me hiciera necesaria falta.

Estar con Niko en el coche me recuerda a Evan. De un momento a otro siento una ganas de llorar inmensas, pero muerdo mi lengua tratando de ignorarlas. He de ser fuerte. He de seguir así. He de mostrar que no soy una muñeca de porcelana.

Niko me abre la puerta del coche una vez hemos llegado y entramos juntos al local. Una chica joven de media melena y una sonrisa impecable nos guía hacia una mesa junto a un gran ventanal, donde nos deja la carta con todo tipo de hamburguesas.

—Oye, sé que probablemente no quieras hablar del tema pero... —Niko se revuelve el pelo nervioso y espera alguna reacción. Continúo mirándolo en silencio—. A penas hablo con esa chica. Quiero decir, yo estoy con mis estudios y ella con los suyos. ¿Cuánto podemos llegar a hablar? ¿Una vez cada dos semanas?

Aparto la mirada de él y vuelvo a concentrarme en la carta. Una sonrisa cínica aparece en mi rostro.

—¿Hace cuánto estáis juntos?

Parece pensárselo antes de responder.

—Año y medio.

—¿Y siempre ha sido así? ¿Una relación tan frívola?

—No —responde rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Al principio nos veíamos todos los fines de semana. A veces venía ella y a veces iba yo. Pero la cosa fue enfriándose. Le he propuesto varias veces dejarlo, ya que las pocas veces que hablamos solo discutimos. Pero ella no quiere.

—No tiene que querer —rechisto—. Acabar una relación no siempre es decisión de ambas partes.

Él dice que lo sabe, pero entonces no entiendo por qué no termina con ella. Quizá sí la quiera. Quizás sea como Evan, que me amaba, pero no de la manera correcta. Quizá existan diferentes tipos de amor. Quizá no todos amemos de la misma manera.

—Oye Dianna. ¿Estás bien?

La pregunta me toma por sorpresa. Fijo mi mirada en sus claros ojos y pienso en que no estoy bien. ¿Cómo voy a estarlo? Pero hacía tiempo que nadie me preguntaba algo así y mi pecho se contrae.

—Sí.

Niko tuerce la cabeza hacia la izquierda y me mira inquisitivo, como si no me creyese.

—Te veo diferente.

—¿A mejor o a peor?

—No lo sé.

A peor, por supuesto. Incluso mi nívea piel, la cual Niko había comparado con la porcelana, ha adquirido un tono enfermizo y ronchas de color bermejo.

—Escucha Dianna...

—Deja de llamarme así —lo interrumpo.

La bonita y menuda camarera que nos ha acompañado a la mesa aparece de nuevo con una libreta entre sus manos, dispuesta a apuntar nuestros pedidos. Indico con un gesto a Niko que pida por mí, porque realmente no he prestado atención a lo que la carta reza.

—¿Por qué? —pregunta cuando la chica se ha ido.

—No me gusta.

En realidad no sé si me gusta o no. Me gustaba, eso seguro. Pero él es la única persona que me llama así. Me hace sentir expuesta a él de alguna manera, me hace sentir desnuda y frágil, como si con solo una palabra lograse hacer a mi corazón estremecerse. Como si, solo por llamarme de ese modo, mi corazón creyese que Niko es diferente.

Muñeca de porcelana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora