El café dejó un gusto amargo al pasar por su lengua. Nada de azúcar y dos grandes de café siete días a la semana los trescientos sesenta y cinco días del año. Bebió un segundo sorbo y pasó la hoja de su libro, era la historia de un cosmonauta aventurero escrito por Daniel Langdon un autor que en su opinión era verdaderamente bueno.
-¡Neil!... - llamó Cassidy, su compañera de departamento.
-¡¿Cass?! - respondió sin levantar la vista del libro.
-¿No irás a trabajar hoy?
-Es miércoles - explicó -. Hoy soy todo tuyo, nena.
Ella apareció desde el marco que conectaba la sala con el comedor, con el cabello castaño cayéndole de lado derecho, su ojos verdes penetraron en él profundamente, y lo remató con una sonrisa entusiasta marca Cassidy, registrada desde mil novecientos noventa y algo.
-¿De qué tienes humor hoy? - preguntó mientras caminaba hacia la barra con su holgada ropa de dormir.
-Luces particularmente hermosa esta mañana - apuntó Neil cuando volvió a su lectura.
-¡Gracias! - posicionó ambas manos debajo de su barbilla y lanzó su mirada al techo para enaltecer el comentario de Neil -, tú luces bien también. Muy apuesto. Ése porte de guardia real no es muy común, y no a cualquiera le queda bien un saco rosado. Tú, mi amigo, estás vestido para matar - ella tanteó la taza de Neil y la levantó con intención de beber, su compañero pensó en advertirle del cargado y amargo sabor pero decidió abstenerse, sólo para ver qué pasaba.
-Tú no estás nada mal. Pantuflas, camisa blanca minimalista y un pantalón que parece robado de una niña de ocho años - el café bañó totalmente el suelo de la cocina, salpicando de gotas marrón las baldosas claras mientras el gesto de desagrado de Cass se hacía más notorio a cada segundo -. Todo un icono de la moda.
-¿¡Qué le pusiste además de sueños rotos!? - gritó ella, pasando por alto lo que Neil le había dicho.
-Un poco de dolor emocional - informó al cambiar de hoja. Se ponía cada vez más interesante, ése Dan Lan era un gran autor.
-¿Qué clase de monstruo bebe café cargado sin azúcar? - se dirigió a la alacena, sacó una caja de galletas de mantequilla y devoró tres de una sentada.
-Un monstruo al que los sacos rosados le vienen de maravilla - cerró el libro (no sin antes marcar su página) y se volvió a ver el festín que Cass se regalaba a sí misma con las galletas que él había comprado -, ¿entonces cuál es el plan?
Escupió sonidos ilegibles acompañados de migas antes de recordar que estaba comiendo, después tragó trabajosamente y siguió.
-Tú dime.
-¿Conoces algún lugar de Manchester en donde la comida sea realmente buena? - preguntó al levantarse. Se acercó a ella y robó dos de sus galletas.
-Ésta cocina - tomó otra galleta -. Lamentablemente no todo Manchester cuenta con mi ayuda en la materia, de otra forma seríamos reconocidos por algo más que el soccer, en el cual somos terribles, por cierto.
-Lo que digas - revisó su móvil después de sacarlo del bolsillo derecho del saco. Eran las 10:30 AM -, sugiere algo en los próximos treinta segundos ó tu pagas.
-¡Cine! - respondió de inmediato como si la idea hubiese estado rondando su mente por un buen rato.
Neil dudó un momento, hizo vibrar su mente por primera vez en mucho tiempo y la voz apareció en su cabeza, igual que un eco. Pizza y escocés, nene. Tú elige dónde. Sonaba bien para él.
-¿Qué tal suena una cena a lo As You Were? - propuso, ignorando la primera moción. Así llamaban a las comidas poco saludables acompañadas con una considerable cantidad alcohol, el nombre era una referencia a Liam Gallagher.
-Está bien - afirmó de manera dubitativa y analizando la cara de Neil con una sonrisa decorada por masa de galletas. Creyó haber sido descubierto rondando en la mente de su amiga. Se limitó a asentir para después mordisquear otra galleta -. Tú ganas esta vez, Neil. ¿A las...?
-Cinco - acompletó -. Tendremos bastante tiempo para sentir culpa por la mañana.
-Uhm... - exclamó - eso me gusta - se alejó en una marcha torpe hasta el umbral de la cocina y se volvió justo antes de salir -. Iré a dormir otro poco.
-¿Bromeas? - rió levemente mientras acortaba la distancia -, creo que ya dormiste suficiente.
-Una belleza como yo necesita de sus sueños reparadores.
Si ese es tu secreto puedes dormirdurante tres años, pensó, ¿cuál es la prisa?, la cena puede esperar.
Cass sonrió y le guiñó el ojo.
-Te veo al punto de las cinco, guapo - volvió a reír para dirigirse al corredor y posteriormente a su recámara.
Neil quedó embobado con ella. Cassidy Claire le fascinaba. Era divertida, lista, alcohólica en potencia y peculiarmente hermosa, como una aurora boreal. Era una chica inusual, bebía igual que un viejo veterano de guerra, comía como si alguien la hubiera secuestrado y llevado al borde de la inanición, sí. Pero tenía algo en ella que resplandecía, algo que era excepcionalmente cautivador, apenas lograba sacarla de su mente en el día, las noches eran mucho peores. Ella no necesitaba usar su toque para lograr rondar los sueños de Neil muy constantemente. Y esa sonrisa matadora con la que sería capaz de doblegar al mismo Lucifer.
La conocía desde hacía años, ambos compartían el mismo talento, lo habían descubierto justo al cruzar la primera mirada. En ese entonces Neil tenía 16 o 17, y Cass tendría unos 15. Él recordaba como se había sentido ese primer choque visual. Fue como dejar de contener la respiración después de pasar varios años viviendo bajo el agua había escrito en su diario de adolescente. Recordaba lo bien que se había sentido al saber que no estaba solo en aquel aislamiento que su especialidad le brindaba. Ella había enviado un mensaje en clase de gimnasia, mientras Neil hacía lagartijas obligado por el fantoche del Sr. Peterson.
-¡Si se tardan demasiado les daré otras diez de castigo! - había amenazado el robusto hombre.
Era un paradigma andante, Neil siempre se había preguntado porqué los profesores de gimnasia - o de cualquier rubro que tuviese que ver con un poco de actividad física - parecían ser los que en peor forma andaban. Casi ocho años habían pasado y seguía sin resolver el misterio detrás de la obesidad entre profesores, planeaba hacerlo algún día.
«Es muy rudo ahora pero llegando a casa atacará el refrigerador. Su cita, la señorita Sobrasde Pizzafría lo espera en casa». Era la voz de una chica la que oía, distante como un eco pero lo suficientemente cerca como para oír un tono bromista y burlón, se desconcentró y terminó dando de bruces contra la madera recién pulida y encerada del gimnasio.
¡Señor Lyndon!, escuchó mientras buscaba una pista de la voz a su alrededor. Le restó importancia a la obesa masa de autoritarismo y tanteó con la mirada las gradas seguro de que encontraría algo en ellas, y así fue. Unos ojos verdes lo miraban fijo acompañados de una sonrisa resplandeciente que lo ruborizó.
«Me encontraste» le dijo sin mover los labios.
Con el pasar de las semanas se volvieron muy cercanos. Conversaban mientras ambos estaban en diferentes puntos del colegio. Una noche incluso lograron mantener una charla corta justo antes de ir a dormir, siempre por gracia de Cassie, que era quien iniciaba las conversaciones. Neil actuaba como un receptor más que nada pues la chica poseía un poder y un control superior al suyo sobre lo que los hiciera más receptivos, aunque aquello cambió con el tiempo.
Su historia era larga y compleja, no podría ser de otra forma teniendo aquél don. Pero finalmente ahí estaban; compartiendo un departamento en una buena zona de una buena ciudad, no podía pedir más.
Regresó al presente y salió de la cocina con dirección al balcón, tomó su paquete de cigarrillos y un encendedor metálico que reposaba sobre la mesita de la sala, encendió uno al salir al húmedo y fresco aire de Manchester. Descansó su cuerpo en el barandal de piedra que lo protegía de ir a parar al suelo e inhaló profundamente. Comenzó a tararear una canción que hablaba sobre cigarrillos y alcohol mientras fumaba. Era un día nublado.
El silencio era impresionante, cautivador y tranquilizante, era todo lo que necesitaba después de todas esas noches en las que el sueño no lo alcanzó, o más bien: todas esas noches en las que el sueño fue ahuyentado, ahuyentado por una helada mirada en la oscuridad. Quería pensar que no eran más que sus alucinaciones, que le estaba dando cáncer cerebral y eran visiones causadas por un tumor o algo así, era más relajante pensar que era eso.
Dejó que la ceniza cayera al vacío e inhaló de nuevo y, súbitamente, mientras sus ojos estaban cerrados la sensación de ser observado le recorrió la espina dorsal, como si pensar en ella la invitara a pasar a la casa en su cerebro. Estaba ahí, pero no sé aventuró a saber si su espalda acertaba o si más bien era un mero presentimiento, después de todo llevaba sintiéndose así durante varios días; Cass no lo sabía y Neil no planeaba comentarlo, no quería asustarla. Ambos sabían lo que eso podría llegar a implicar, y además no estaba completamente seguro de que fuera aquello, podría ser que un adolescente descubriendo sus poderes lo hubiera captado a él, igual que un radio capta las frecuencias megahertzianas, y ahora lo estuviera observando. No le entusiasmaba demasiado la idea de que un mirón con poderes psíquicos lo visitase sin su permiso, sin embargo era indiscutiblemente más alentador que su primera impresión. ¿Era posible? ¿habría regresado después de cinco años?, Neil no lo pensó, no quería pensarlo.
Echó mirada atrás y se declaró ante aquello:
-No estás aquí - le dijo al invisible intruso -. No sé qué seas ni qué quieras y no me importa, porque no estás aquí.
Sofocó la brasa del canuto entre el barandal y sus dedos para después lanzarlo al espacio vacío del que la mirada provenía. El ardor llegó a su dedo justo cuando el tabaco a media vida golpeó el cristal.
Nada pensó, te estás, volviendo loco.
Un vendaval arrastró los restos del cigarrillo por la extensión del balcón, lo llevó a la orilla y lo arrojó.
Pero eso no lo dejó tranquilo. La sensación de ser espiado no lo abandonó sino que ahora era más hostil, como una tormenta que se intensifica en la calma nocturna. Sin duda necesitaba otro cigarrillo.
Tomó el encendedor y el paquete de papel, lo abrió y tanteó con los dedos su interior, sin apartar la vista del cristal hasta que el tacto vacío lo obligó a mirar en dirección de la cajetilla. Ahí no había nada más que tristes y abandonados despojos de tabaco seco. Bufó y la arrojó por detrás de sus hombros. Menudo momento has elegido para terminartelos.
Se internó de nuevo en el departamento, sin dejar de vigilar la incierta amenaza hasta que estuvo cobijado por los muros. Se prometió a sí mismo que ésa sería la última vez que saldría al balcón a fumar, ahora lo haría dentro del departamento, poco importaba si a Cass le molestaba - de manera hipócrita ciertamente, pues ella fumaba casi tres paquetes y medio por semana - que el lugar tuviera olor a una taberna de mala muerte.
Tomó uno de los tres juegos de llaves que colgaban junto al acceso de la cocina y recorrió todo el trayecto hasta la puerta principal. Salió en busca de otro paquete de cigarrillos al establecimiento más cercano y tal vez algo de alcohol, después del desagradable episodio en el balcón necesitaría de ambos.
Al cruzar la puerta se encontró con el largo corredor del complejo departamental, estaba un poco más oscuro que de costumbre, seguramente por los tubos de luz que el viejo inútil del señor Umber se negaba enérgicamente a cambiar alegando que mientras alcanzaras a ver tus propias manos aún eran funcionales, pero con ese olor a humedad sin duda era el mismo.
Se dirigió al inicio del corredor, en donde se ofrecían dos opciones para subir o bajar: las largas escaleras llenas de manchas pegajosas y el viejo ascensor que chillaba de manera dolorosa cada vez que alguien lo usaba. En un día normal Neil habría usado la segunda, sin embargo algo dentro suyo le decía que tomara las escaleras, que era hora de empezar a hacer ejercicio, y sin reprocharse nada a sí mismo siguió el consejo.
Bajó de dos en dos la primera tanda de escalones y continuó de esa manera hasta la quinta, dos más y estaría del otro lado.
Lo extrañó no encontrarse con la señora Brown una vez estando en la recepción, todos los días estaba ahí con su trapeador y su cubeta saludando a todo aquel que pasara por esas puertas. Era una buena mujer, nunca faltaba al trabajo y siempre tenía algo bueno que decir. Le envió los buenos días a dónde sea que estuviera y siguió su camino. Pasó de largo el escritorio vacío de Umber junto a la puerta doble y salió.
Como lo había descubierto desde el balcón: el sol estaba tapado por las nubes cargadas, lo que dejaba a un ambiente grisáceo hacerse con la ciudad. No había gente en las calle y el silencio imperaba por sobre todo. Le pareció bastante extraño, y aunque ciertamente lo prefería por sobre el ajetreo diario manchesterino aquella calma se sentía antinatural.
Es silencio. Te gusta el silencio. se recordó para tranquilizarse y continuó caminando.
Todo parecía triste, como un recuerdo nostálgico en alguna película existencialista y a pesar de ser el mismo mundo de siempre algo se sentía incorrecto. Ese pensamiento lo acompañó hasta llegar a un puesto de abarrotes una cuadra más adelante.
Entró al local, flanqueado por góndolas de golosinas y productos de panadería industrial a su izquierda; frente suyo dos enormes aparadores, uno de botellas de alcohol baratas -muchas de ellas familiares para Neil- y otro de cigarrillos. Se acercó y tomó un paquete de Lucky Strike clásicos, se dirigió a la caja con el dinero en la mano y esperó al dependiente del negocio, espero dos minutos vagando en su mente, pero el puesto permaneció vacío.
-No tengo tiempo para esto - bufó y azotó el billete en el mostrador para después alejarse.
Intentó no tomarle importancia al asunto una vez estando fuera del lugar, se decía a sí mismo que la ausencia de toda presencia humana en las calles aquella particular mañana de agosto no era más que una coincidencia derivada de una serie de eventos tremendamente raros, una un tanto espeluznante, pero coincidencia al fin y al cabo.
Echó a andar de vuelta al edificio. Al menos estaba seguro de que ahí estaba Cassidy dormida, ¿cómo si no?, Él la había visto irse a acostar apenas unos minutos atrás, era seguro que estuviera ahí. ¿Y qué si no?, su mente elegía el peor momento para jugarle una mala pasada, divagaba más de lo que debería y Neil odiaba eso. Decidió acallar los pensamientos (en la medida de lo posible) con un cigarrillo. Arrancó la película de plástico que cubría la cajetilla y la abrió para retirar uno. Colocó el paquete en el bolsillo izquierdo del pantalón y el cigarrillo entre sus labios, recuperó el encendedor de su otro bolsillo e intentó crear una flama, sin embargo ésta se deshizo tan pronto se vislumbró el tono anaranjado. En el segundo intento una corriente de aire apagó el fuego. Y, finalmente el tercer intento dio frutos.
Lo acercó al pitillo en su boca y dejó que éste se bañara del fulgor, después aspiró y liberó el primer soplido.
Alzó la vista para darse cuenta de lo cerca que estaba ahora del edificio, alcanzaba a ver la ventana... Y el balcón. Le echó una mirada rápida y se sintió aliviado al ya no sentir aquella presencia rondando el lugar. Creía que si eso aún estuviera ahí sentiría los invisibles ojos helados clavados en la frente, aún desde su lejana posición. Agradeció no sentirlos.
Un ruido mecánico lo conmocionó a unos metros del portón, las poleas y engranajes accionándose causaban un lamento en la maquinaría del ascensor. Le alegró escuchar algo familiar después de ese viaje solitario y silencioso de seis cuadras. Tal vez era la señora Brown, o Umber, o Sally de enfrente, quizá Aurora del piso de arriba, o tal vez Jack... No le importaba, se alegró de saber que había alguien allí adentro.
Su primer acto al cruzar el umbral fue posar su visión sobre el contador de pisos colocado sobre las puertas metálicas, estaba descendiendo e indicaba el número cuatro. Sin poder esperar la sorpresa tanteó con la mente el interior de la caja de acero esperando encontrar a alguien familiar. Se adentró y, en efecto, recibió una sorpresa. Era un interior oscuro. Oscuro como una noche en el bosque; oscuro como un mal pensamiento; oscuro como un asesinato; oscuro como el terror, lo entendió en ese momento. Entendió porqué no había nada en el balcón.
«3», marcó el contador.
Neil quiso echar a correr, su mente se lo pedía a gritos pero sus músculos perecieron hechos de cemento, en algún momento se habían vuelto demasiado pesados como para moverse. Estaba paralizado.
«2» sentenció esta vez con la aguja.
Creyó que se desmayaría, cayó en un aterrador abismo negro, el abismo del terror. Se preparó mentalmente para recibirlo, como a un viejo enemigo. Neil lo conocía, y aquello lo conocía a él.
«1»... ¡Corre!, ¡corre!, ¡core!
Las puertas comenzaron su apertura. Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza, estaba escrito sobre el umbral del Infierno y en ese momento el aparato parecía ser el acceso para visitar a Lucifer, in descensor al infierno.
El Satán quien estaba dentro de la caja, sino algo que en la opinión de Neil era mucho peor.
Una figura alta y oscurecida, aproximadamente 1.95 de altura, apenas cabía en el maldito aparato. Portaba una larga gabardina, ropa de vestir, un sombrero de ala ancha y guantes de piel, todo en color negro. Su rostro no existía, todo era un amasijo de oscuridad concentrada con forma de cabeza, tal como Neil lo recordaba. El espectro le tendió la mano, invitándolo a ir con él.
El miedo se volvió todavía mayor, cosa que Neil no creyó posible hasta que pasó. No supo qué hacer, el terror le inhibía el pensamiento todo se volvió negro hasta que... ¡Neil! gritó la voz de Cass desde algún lugar en su mente. ¡Corre!, esta vez fue la suya propia.
La punzada de conciencia se accionó dentro de él y antes de poder notarlo los primeros dos juegos de escaleras habían sido superados, siguió corriendo de dos en dos, esperanzado a que al llegar al departamento Cass y él podrían enfrentarlo.
¡Neil! volvió a gritar, como una pequeña explosión mental.
Escuchó nuevamente el accionar del elevador, sabía que para el Hombre Del Sombrero esto era un tipo de cacería no concluida, o una especie de anuncio que proclamaba un ¡Sigo vivo!
Estando en el tercer piso las puertas del ascensor se abrieron de par en par frente a él mientras las sorteaba. La mano negra rasgó el aire para intentar agarrarlo pero esta vez Neil fue más rápido.
Habiendo cruzado el tercer piso las puertas se cerraron nuevamente en un bullicio infernal y la máquina echó a andar de nuevo.
Estaba en el cuarto piso, ahora sólo un juego de escaleras y un pasillo lo apartaban de su hogar. El ascensor estaba cediendo a la velocidad de Neil, lo estaba dejando atrás. Tendría más tiempo prepararse. Unos segundos de ventaja; únicamente pedía eso.
Se aferró a la protección de las escaleras y subió tan rápido como pudo, giró hacia el pasillo con su mirada puesta en la caja. Al volver la vista al frente el miedo le cortó el paso nuevamente:
El Hombre Del Sombrero estaba ahí frente a él. Su oscura mano enguantada se cerró como una trampa para osos sobre el cuello de Neil, lo alzó por encima de su cabeza sin que él pudiera hacer nada y avanzó hasta el barandal que se colocaba en el centro de cada piso, aquel que iniciaba en la recepción como una larga serpiente metálicas subiendo piso tras piso para evitar que los residentes terminaran hechos mierda en el piso que la señora Brown limpiaba todos los días, aquel barandal ahora se hallaba inútil.
¡Neil!
Sus ojos se posaron debajo del sombrero, por primera vez pudo distinguir qué había en esa oscuridad. Un rostro cubierto de vendas azabache e inexpugnable le devolvía la mirada con unos agujeros de forma irregular en donde se supone los ojos deberían estar, inexplicablemente eran aún más negros que toda la presencia oscura. Había mucho más detrás de ellos, pero Neil sospechaba que no sobreviviría para descubrir qué.
Una macabra luz roja salió de los cráteres faciales, haciendo parecer aquel rostro como una isla de roca volcánica con dos puntos de lava en la extensión. La luz se adentró en sus ojos y Neil se sintió totalmente exhausto, comenzó a adormecerse, a caer en las oníricas garras de la muerte, y tal vez así habría sido, pero el del Sombrero lo arrojó al vacío. Cayendo de un quinto piso como una muñeca de trapo, esa sería su forma de morir...
¡Neil!... Sus ojos se volvieron a abrir, la luz lo cegó por un momento. Estaba acostado, tal vez en la recepción, ¡no!, estaba en la entrada del departamento. Tirado como un ebrio en la calle, Cass estaba a su lado mirándolo con una profunda preocupación.
-¿Qué te pasó? - preguntó con un nudo en la garganta. Sus ojos estaban cristalinos y la voz se le quebraba.
-Él volvió, Cassie - decirlo se sintió terrible, las palabras de volvieron cenizas en su boca -, volvió...
Nunca en su vida había necesitado tanto un cigarrillo y un trago como en aquel momento.-
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¡Hola!
Mi nombre es Alex, y soy el autor. Lo que acabas de leer es el prólogo de El Umbral Oscuro, mi nuevo proyecto. Espero les haya gustado.
Quiero anunciar que tardaré en subir los capítulos, pues mi proceso creativo es bastante tardado, pero creo que al final valdrá la pena.
Sin más que agregar; gracias por leer...
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El Umbral Oscuro
HorrorNicholas Morgan, un chico de 14 años observa su ventana todas las noches desde su cama en el orfanato Lago Santo. Atormentado por las visiones de su infancia, sus padres adictos y acosado por el eco del suicidio de hermana le es casi imposible encon...