El Parto De La Orfandad

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Las campanadas de la catedral resonaban fuertes especialmente para Matilde, pues esa noche había sido diferente, ya que, aunque presentía que estaba por nacer su séptimo hermanito.

El pudor y las buenas costumbres le habían hecho callar la pregunta que le hubiera gustado hacerle a su mamá cada vez que notaba que su vientre iba aumentando de tamaño y que al cabo de un tiempo llegaba un nuevo bebé a la casa paterna.

Trataba de dormir pero la seguía inquietando el abrir y cerrar de la puerta de la recámara de sus padres, los pasos fuertes de Don Trinidad, alcanzaban a mover los adoquines del pasillo y Matilde se preguntaba el por qué abría el portón que daba al corral donde lo único que se le podría ocurrir es que fuera a ensillar un caballo para salir, pero a qué podría salir a esas horas, aún en su inocencia lo único que indicaba, es que la señora que siempre ayudaba a su mamá, en esos casos (la partera) no era suficiente y tendría que venir un doctor.

Con ese pensamiento logró dormirse pero al cabo de un tiempo que a Matilde le pareció muy poquito, unos golpecitos en la puerta del cuarto que compartía con sus hermanitas Maclovia y Adelina, la sorprendieron, pero no lograron despertar a sus hermanas que no alcanzaban a tener la madurez de Matilde, se puso de pie rápidamente, sacudió sus babuchas* pues siempre le había dicho su mamá que un alacrán podría entrar a sus zapatos. Ya que estuvo segura, metió sus pies, se puso la capita encima del camisón y abrió la puerta, y ahí estaba Don Trinidad, con los ojos enrojecidos, lo que asusto a Matilde y amorosamente le preguntó.

-Papaíto ¿qué pasa?

-Matildita- cómo él cariñosamente le decía.- Mi muñequita de porcelana-haciendo referencia a la mamá de Matilde.-se nos esta yendo.

Los dos caminaron deprisa atravesando el patio central, entraron por la recámara de los chiquitos, de Eva y Trinito, que era contigua a la de los papás, abriendo la puerta con dulzura, Matilde, tímidamente preguntó.

-Mamacita ¿puedo pasar?

La escena que vio la guardaría por siempre, pues había un bebé que estaban limpiando, vio restos de sangre en una palangana, igual que unas sábanas que otrora eran albeas, tenían grandes manchas de sangre.

Por fin se escucho el llanto del bebé y en esos momentos escucho a su madre decir.

-Bendito sea Dios, él va a vivir, Matildita, acércate; ya eres una mujercita, has llegado a tus quince primaveras, y tal vez pronto, conozcas el amor, como el que yo le he tenido a tu papaíto, pero Matildita, Diosito quiere que yo me vaya, y yo quiero encargarte mucho a tu papaíto y a tus hermanitos, Dios te dará la fuerza para lo que te estoy pidiendo, siempre los voy a bendecir donde quiera que esté.

El sudor que bañaba su cara, impresionaba a Matilde, pues era el invierno, y esa noche especialmente, era fría, en esos momentos llegaba el sacerdote, y la nana de los niños, sacó a Matilde del cuarto, turbada por todo lo que había pasado, sólo atino a encender su quinqué y ponerse a rezar en su librito de oraciones que le habían regalado en su primera comunión, sin embargo, de todo lo que había escuchado, lo único que se le había grabado fue "Cuida a tu papá y a tus hermanos" algo que cumplió hasta el último día de su vida.

Habían pasado quince días y aún se sentía que la tristeza no abandonaba a la familia, Don Trinidad descuidaba su trabajo como juez del pueblo, y aunque Matilde tenía ayuda de las nanas y de las criadas, ella había tomado, sin querer el papel de ama de casa que dejará su madre.

Que cambió de aquella niña consentida por su madre a la mujer en la que se había convertido después de su muerte, sus hermanitos, inmediatamente la aceptaron como mamá, ya que sí antes era la hermana mayor, ahora al encargarse de sus cuidados y darles todo el afecto que les hacía falta la convertía en la única figura materna a la que podían recurrir, el hermano mayor, Rafael, por su puesto, era el que quedo sin faro, pues su padre, sumido en la tristeza, no compartía su dolor, por lo que también Rafael aprendió a guardar la pena de la pérdida de su madre, contaba entonces con dieciséis años.

El vómito no paraba, y Matilde sin poderlo expresar, pero sentía que lo mejor era que su mamá recogiera a ese bebé, al que ni siquiera habían bautizado por la tristeza de Don Trine, pero insistía en darle té de manzanilla, aunque el estómago del bebé estaba tan debilitado por el vómito, que en un último esfuerzo quedó mirando a Matilde, se puso rígido y expiró.

Matilde gritó y ni así logró que su papá se levantará de aquel equipal donde permanecía, prácticamente de día y de noche, inconscientemente, tal vez como Matilde, también Don Trinidad culpaba a ese bebé de la muerte de Su Muñeca De Porcelana, a la que, nada más de verla una vez al salir de misa con aquel vestido de organdí y color plumbago, el nácar de su piel resaltaba con el negro de su hermosa cabellera, recogida en un elaborado moño, desde entonces él había sentido que ella se había apoderado de su razón, de su amor, y de su entendimiento.

Pasados quince días de esa visión, al salir del templo, y no pudiendo más con la angustia de no verla, pues no coincidían más en el templo por su trabajo, decidió ir a pedirla en matrimonio, sin importar que era dieciséis años mayor que ella.

Matilde le confesaría después que ese siga cuando el se presentó en su casa, por la emoción de volverlo a ver, pues ella también había quedado hechizada con el verde de sus ojos, pues a través del velo que cubría su cabeza, sin que el se dieran cuenta, ella también lo había observado, y viendo desde el balcón de su casa, que el estaba llamando a la puerta, no sabiendo qué hacer, se escondió debajo de su cama, y cuando su papá la llamó a la sala, para preguntarle si estaría dispuesta a desposarse con el juez Don Trinidad Amezcua, temblándole los labios, contestó, que no sabía, y al escuchar que Don Trine, expresaba "Que dolor tan grande me causa esa respuesta" inmediatamente y con seguridad, dirigiéndose a su papá, dijo:

-Si padre, acepto casarme con Don Trinidad.

Era una anécdota que disfrutaban mucho repitiéndola una y otra vez entre amigos, hijos y parientes, pero ahora, todo era un doloroso recuerdo, para aquel hombre encanecido que parecía que hubiera envejecido veinte años.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2014 ⏰

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