Llegué a contar hasta diez transeúntes que deambulaban con la mirada perdida y arrastraban sus piernas como si de pesadas cargas se trataran. Comencé a caminar, y en tan solo una docena de pasos, uno de ellos cruzó a escasos metros de mí. Enseguida pude percatarme del olor nauseabundo que desprendía incluso a esa prudente distancia. Se giró hacia mí. Sus pálidos ojos me analizaron de arriba abajo, mientras su mandíbula se desencajaba al mismo tiempo que su lengua se retorcía nerviosa dentro de esta. Una sensación de pánico me invadió. Mi instinto primario me alentó a huir y ponerme a salvo, sin embargo, mi vena curiosa prevaleció y di únicamente un par de pasos atrás para observar desde la seguridad la macabra escena.
De su mentón caían alargadas cadenas de babas que goteaban en el suelo, a la vez que finos hilos de sangre que salían de una profunda herida en el hombro iban tiñendo de magenta su camisa. Horripilado por la visión que tenía enfrente, salí corriendo, alejándome todo lo rápido que pude de aquel escalofriante escenario. Cuando me hube alejado lo suficiente, paré un momento a contemplar la ciudad. Excepto por esos entes, estaba completamente desierta, pero pude divisar un par de gatos que maullaban presas del pánico acorralados en una esquina, mientras que el resto de criaturas que se habían alertado de su llegada, acudían con paso lento al festín que se les acaba de presentar.
Ya no podía hacer nada por ellos, por lo que huir fue la mejor decisión que podría haber tomado. Espantado por la escena que acababa de contemplar, y a la vez aturdido por la inminente invasión de aquellos seres, decidí volver a mi apartamento cuanto antes y ver en las noticias qué estaba pasando. Mientras daba grandes zancadas para acelerar mi llegada, noté cómo algo tiraba de mí hacia atrás. Al girar la cabeza, pude observar temeroso, como una de aquellas criaturas me había agarrado la maleta con una mano, y acercaba la que tenía libre para intentar atraparme. Ante mi asombro, esta no era como la anterior que había visto de cerca. Se trataba de una mujer, no tenía rastros de sangre, ni si quiera se le veía alguna herida o algo parecido. Al contrario que la otra, esta tenía la mirada perdida y parecía simplemente guiarse por instinto. Si no fuera porque sus ojos blancos denotaban una frialdad y ausencia descomunal, y que su piel tenía un tono pálido, cualquiera hubiera podido pensar que se trataba de una persona cualquiera. Asustado aún por el encuentro, saqué los brazos de las asas de la maleta, y corrí aún más rápido, haciendo que la mujer cayera al mismo tiempo que la maleta. Tras varios minutos de pura tensión, llegué a la puerta del portal. Volví a sacar mis llaves del bolsillo, y entré rápidamente.
En el recibidor se hallaban algunos vecinos, todos con expresiones preocupadas y miradas de intriga, mientras yo les devolvía la mirada aún jadeante. El primero en articular palabra fue un vecino de la planta baja, Michael. Era un hombre moreno, de elevada estatura y complexión delgada. Sus grandes ojos me miraban casi desorbitados mientras me bombardeaba con preguntas.
- ¿Acaso estás loco? ¿No te das cuenta de que pudiste haber puesto a todo el edificio en completo peligro?
- Lo siento señor, fue un poco imprudente por mi parte. Lo cierto es que pensé que los avisos no eran más que exageraciones absurdas.
Doña Rosa intercedió:
- No descargues tu miedo con el muchacho, Michael. Nosotros también fuimos jóvenes y despreocupados antaño - Añadió, al mismo tiempo que me guiñaba un ojo y un leve impulso de sonrisa se dibujaba en su rostro.
Mientras la conversación avanzaba, comenzaba a sentir los rayos de sol que atravesaban la puerta de cristal del portal y que poco a poco causaban que pesadas gotas de sudor ocuparan mi frente. Tras unos instantes de saturación en los que los vecinos gritaban acelerados mi nombre y negaban con la cabeza indignados ante la locura que acababa de cometer, mis ojos se dirigieron intuitivamente hacia las primeras escaleras, de donde paso a paso iba asomándose una figura femenina. Aún conmocionado por la terrible bronca a la que me habían sometido los vecinos, pude observar claramente cómo aquella persona se acercaba, cada vez a mayor velocidad, y a medida que avanzaba, el rostro de desaprobación que la acompañaba. Cuando se encontraba a una distancia moderada, comenzó a correr en mi dirección, y de sus mejillas caían pequeños grupos de lágrimas de quién sabe qué emoción. Cuando finalmente llegó a mi posición, sin pensárselo dos veces abrió sus brazos y me rodeó con ellos, transmitiéndome instantáneamente una reconfortante sensación de calidez. Su melena dorada acariciaba suavemente mis facciones. Durante ese momento, pude apreciar el cautivador olor que desprendía, aparentando aquellos escasos segundos, haber sido largas y bien empleadas horas. Cuando finalmente se separó de mí, pude ver cómo el resto de vecinos me miraban estupefactos, probablemente confundidos al no encontrarse con una merecida reprimenda, sino por el contrario, un gesto de cariño inesperado de parte de la hija de mi casero. Efectivamente, era Lucy, y yo estaba tan asombrado como ellos.
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El último día para sobrevivir
Science FictionTras levantarse una mañana, Marcus, es alertado por algunos vecinos sobre comportamientos extraños que están teniendo lugar en la ciudad. A pesar de todo, él hace caso omiso de las advertencias y decide salir a la calle, para ver, con sus propios oj...