Capítulo único

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Se detuvieron en la décima tienda, repletos de bolsas hasta decir basta y aún sin que su esposa estuviera del todo satisfecha de la búsqueda del tesoro que habían tenido durante gran parte del día.

—¿Recuérdame por qué los estoy ayudando? — inquirió Félix, deteniéndose a su lado y dejando una hilera de cajas en el suelo.

—Por que ella te obligó — señaló a su alocada esposa que se paseaba por el área infantil, tomando todo artículo que le llamara la atención —. Y te amenazó.

—¡Joder con ella! — murmuró Félix, con un suspiro agotado.

Ambos la observaron recoger un montón de peluches de felpa y varias mantas de colores.

—¿Qué más le hace falta al renacuajo? — musitó cruzándose de brazos y observando a su descarriada cuñada.

—Ni yo lo sé — dijo suspirante.

—La mimas demasiado — frunció el ceño y puso los ojos en blanco cuando Chloé alzó la mano para señalar un par de pequeñas camisetas para bebé.

—Ella lo vale — respondió Adrien.

—Te has vuelto tan blandengue — se burló Félix.

—Y tú tan seco — se la devolvió con una sonrisa guasona.

Ambos se quedaron en silencio, de pie en mitad de la zona infantil. Donde varias madres, embarazada o ya con niños, se paseaban por el lugar. La mayoría allí eran mujeres y, los pocos valientes hombres que se encontraban dispersos, sentados cerca de un pilar repletos de compras y con cara de agotamiento o eran arrastrados por sus parejas por toda la tienda.

Félix era ajeno a eso, pues él no estaba casado ni pretendía estarlo en un futuro cercano. Por lo que ver la cara de agotamiento de algunos hombres, a excepción de su bobo hermano de sonrisa eterna para su esposa, le daba repelús. Era como una demostración más de que el matrimonio y los hijos eran algo inequívoco. Y, además, aquella experiencia en contra de su voluntad solo reforzaba lo que ya creía; él no estaba hecho para la vida familiar.

—¡Ay, no! — musitó con cara de apuro, señalando como su cuñada se acercaba hasta ellos con un enorme oso de felpa con un listón de corbata en el cuello —. Yo no pienso cargar esa cosa. Olvídalo. Me voy. Renuncio — agregó recogiendo las cajas de compras dispuesto a huir.

Adrien se rió de su pánico y lo detuvo del brazo, y Félix gruñó.

—No seas cobarde — se mofó.

—Mira, se parece a ti — dijo Chloé, llegando hasta ellos, arrastrando al tremendo oso y señalando a Félix —. Es feo por fuera y tremendamente blando por dentro.

Adrien se rió más fuerte.

—Olvida que voy a llevar eso conmigo — le dijo a su cuñada mirándola mal —. Antes muerto que cargar esa cosa.

—Pero si se parece a ti de lo feo que es — hizo un puchero y señaló al enorme oso con corbata —. Compralo y me lo regalas.

—¿No te basta con todo lo que has comprado hoy? — le increpó pasando la mirada por las innumerables bolsas y cajas con compras.

—Nop. Y aún falta lo mejor. La parte más colorida de este viaje — sonrió aún más, dejando el oso de lado y volviendo acercarse a ello. La sonrisa de su marido vaciló cuando ella posó los ojos en él.

—Ya te dije que me haría cargo de eso, Chloé — dijo Adrien con seriedad, pero sin ser brusco.

—Y yo te dije que no voy a dejar que un montón de extraños decoren la alcoba de mi bebé — replicó.

3. Contigo de principio a fin [OS Adriloé/Chlodrien]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora