La última decisión

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  No esperó ni un minuto más. Ni siquiera atendió los llamados de Hal o de Barry. De inmediato voló entre los pasillos, esquivando a quienes se encontraba. Su rostro reflejaba el odio que sentía en ese momento, la desesperación, la angustia y unos enormes deseos de destrozar cada hueso de Joker. Llegó a la entrada de la celda. Solo necesitaba unos segundos y el maldito conocería lo que era el dolor de primera mano, pero Diana alcanzó a tomar su brazo con fuerza. –Ni se te ocurra Kal.
-¡El maldito debe pagar!
-¡Eso no hará que Bruce se recupere!
El kriptoniano dejó de forcejear y bajó la mirada. Respiró profundo y con la voz entrecortada preguntó, -¿Dónde está?
-Alfred insistió en cuidarlo en la mansión. Debes estar tranquilo, es fuerte, no es la primera vez que...
-¡Debí estar aquí! ¡Debía protegerlo!
-No estabas en la Tierra, Clark. Ni Flash puede estar en dos sitios a la vez, y conoces a Bruce, él...
-Fue sin apoyo, ¿no?
-Aunque hubieses estado en la Tierra, te lo habría ocultado. No te culpes.
-No... supongo... que debo culparlo a él.
Finalmente Superman se retiró sin decir más, con dirección a la Tierra. Llegó en cuestión de minutos a la mansión. Entró como siempre lo hacía. Alfred le había dejado la ventana de la habitación abierta y se había retirado para darles privacidad. La habitación solo estaba iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana. El kriptoniano descendió con suavidad y caminó lentamente al pie de la cama. El viento hacía que el bordado de las cortinas flotara con gracia. Clark miró con pesar el cuerpo inmóvil de Bruce. Nuevos golpes y cortes aparecían en su pálida epidermis, y una máscara de oxígeno hacía trabajar sus pulmones. Se sentó a su lado, y ahí se quedó. Pasaron horas, días. Hasta que, en la semana tres, los ojos del millonario se fueron abriendo de a poco.
Miró el dosel de su cama con intriga. Aun mareado, no entendía que hacia ahí... o quien era. Giró su vista y observó a aquel hombre imponente, con un pantalón flojo gris y una camisa a cuadros dormido en el sillón justo al lado de la cama. Por algunos segundos lo estudió y poco a poco fue recordando todo. Pasaron varios minutos hasta que Alfred entró. Al mirar a su señor despierto hizo el intento de llamar al hombre de acero, pero Bruce acercó el dedo a su boca, y le pidió que guardara silencio.
-¿Hace cuánto... está aquí? –preguntó entrecortado, aún débil por tanto tiempo inactivo.
-Desde que fue herido tres semanas –le susurró el anciano, quien le ayudaba a enderezarse. –No se ha separado de usted desde que regresó del espacio y supo de su condición. Por eso me atreví a prestarle ropa suya, amo Bruce.
El millonario sonrió un poco, -Le queda bien.
-Señor, los chicos también han estado viniendo. Incluso Damian estuvo el fin de semana. Los cuatro están muy molestos con usted –enfatizó el anciano, ya que él mismo no estaba del todo feliz.
-Imagino... que él también –insistió el millonario sin quitarle la vista a Clark.
-Quizás, pero poco le durará. La felicidad de verlo bien podrá más, ahora si me disculpa, le traeré algo decente para que coma.
Alfred se retiró, casi al instante en que Clark despertó. Sorpresa había en sus ojos cuando miró a Bruce sentado en la cama, mirándolo con una sonrisa. Luego recordó todo lo que sintió aquellas semanas, ansiedad, dolor, desesperación. Quería reclamarle. ¡Estaba furioso! Gritarle, mandarlo al diablo. ¡¿Por qué siempre hacía eso?! ¡Nunca pensaba en los demás! Ponía su vida en riesgo, sin importar lo que eso causaba a sus amigos, su familia... a él.
Tantas veces quiso irse. Bruce estaba en coma, sin saber si despertaría algún día. La decisión de desconectarlo recaía en su apoderado legal, Alfred. Y tal como se esperaba, el anciano cumpliría con las órdenes de su señor: esperar cuatro semanas, sino había cambios, terminar con su vida en el día treinta. El plazo iba a concluir en cuarenta y ocho horas. Por ello, durante tres semanas el kriptoniano sufría al no ver cambios en Bruce.
Durante ese tiempo, sus hijos estaban divididos, Tim se negaba a desconectarlo por ningún motivo. El siempre fiel nunca dudo que despertaría. Dick y Damian habían aceptado la voluntad de su padre, y reconocían que la decisión debía tomarla Alfred. Con Jason fue todo más dramático, como de costumbre: decidido a no dejarlo ahí ni un segundo más intentó robarse a Bruce. El más loco y conflictivo no iba a permitir que le alejaran para siempre de su mentor, por más diferencias que tuviesen. Bruce siempre le dio una oportunidad, y él haría lo mismo. Pero aquello solo creo tensión entre los cuatro, ya que Tim coincidía con él en sus motivos, pero no en los medios, y los otros dos no le iban a permitir a Red Hood un atropello más.
Todo aquello generó preocupación e inestabilidad en Clark, que al parecer era el único que no tenía voz ni voto. Los cuatro hijos de Bruce lo ignoraban olímpicamente, no tenía autoridad sobre nada, sin embargo, era quien no se había separado ni un minuto de su amado millonario. ¡Era doloroso! Lo amaba más que nadie, pero no tenía derecho a decidir.
Esa incertidumbre caló en su corazón en ese momento. Necesitaba irse, dejarlo. No podía seguir así. Su vida se había detenido por él, como siempre. Bruce era primero. Su trabajo, su misión como Superman siempre quedaba a un lado por Batman.
Hasta ese momento ambos estaban en silencio. Se puso de pie y sintió como sus piernas temblaban. Solo debía encaminarse a la ventana y volar, alejarse. Estaba vivo, lo había logrado, ya no lo necesitaba más. Podría irse sin remordimientos, sabiendo que Bruce lo había logrado. Después de todo para el millonario siempre su misión como justicieron sería primero. El reportero no era una prioridad, poco le afectaría si éste se fuera de su lado.
Clark respiró profundo, pero en contra de toda su lógica fue hacia la cama, lo tomó entre sus brazos y lo aprisionó con su cuerpo. El millonario no dijo nada. Se quedó inmóvil al escuchar al gran hombre sollozar en su cuello. Se quedaron los dos así, aferrado cada quien al otro.
Algún día llegaría el final, lo perdería para siempre. Ese era el destino de Clark y Bruce. Pero ese día no era hoy. Y él kriptoniano no podía estar más feliz por ello.  

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