Caso particular de serendipia

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No hablamos por meses. A veces veía a Marco en la cafetería, otras en la puerta principal de la escuela, pero siempre en la clase de poesía. Por eso fue muy extraño de su parte no haberse presentado por varios días. Un jueves, cuando el equipo de futbol americano tenía el partido para las semifinales, yo decidí buscar a Marco yendo a la iglesia, a preguntar al padre si sabía algo sobre su repentina desaparición.

Ahí, en la parte trasera del edificio, estaba un pequeño grupo de personas; los dueños asiáticos del mini-mercado en la Plaza Este a un par de cuadras de aquí, el hombre de la tintorería a las afueras del pueblo, unas monjas y el coro completo. Deduje que estaban reunidos por la misma razón que venía, y así fue. Pasaban por un equipo de futbol reunidos para discutir la siguiente jugada, pero el entrenador, en este caso, era el padre de la iglesia. Se veían muy preocupados sus rostros, y se podía distinguir cierto dolor en las voces de aquellos que pronunciaban el nombre de Marco. A decir verdad, yo también lo estaba, horrorizada de las posibilidades, pero de alguna manera sabía que Marco estaba bien, de un modo u otro tenía que estarlo.

Dos semanas después de haber asistido a la reunión, descansaba en casa. No pasaba un día sin que mi mente me recordara a Marco y su posible locación, ya que no sirvió de nada que la iglesia pidiera ayuda a los vecinos y residentes, ni la búsqueda por el bosque, las afueras del pueblo y el pueblo mismo; no dejaba de repetírmelo, como si mi cerebro se burlara de mí. Eso fue hasta que un golpe que venía de la puerta delantera me tomó por sorpresa; pero la gran sorpresa no era el golpe, pero quien lo produjo.

Al bajar por las escaleras, a mitad del camino alcé la voz y pregunté quién era. Nada. Luego otro golpe. Fue tan extraño, pero nunca percibí alguna forma de amenaza o peligro, así que abrí de todas formas. Marco. Era Marco. Estuve inmutada por un breve momento, y luego unas ganas abismales de abrazarlo surgieron dentro de mí. Mientras estaba en su agarre, en sus brazos, él sugirió una charla en privado y lo guíe a mi habitación. No resistí y lo abracé una vez más cuando ya estábamos en mi cuarto. No dijo una palabra más después de haber entrado por la entrada, como si en realidad no quisiera hablar. En lugar de eso, sacó de su sudadera un cuaderno, tenía hojas saliendo por los lados y estaba doblado como si lo usara mucho. El cuaderno contenía los poemas que los chicos de la escuela habían parcialmente destruido. Los pedazos rotos los había unido con cinta adhesiva y agregó las hojas sueltas también.

Marco tomó el cuaderno y luego lo abrió. Se sentó a mi lado en la cama y leyó los poemas en voz alta, mientras sostenía mi mano, y a veces se acercaba a mi oído a susurrarlos. Fue lo más hermoso que alguien había hecho para mí.

Cuando terminó, solo me vio a los ojos y sonrió. No hablamos por unos segundos, pero no fue del tipo incomodo, sino de cuando estás con un chico que te gusta y tú sabes que le gustas a él, pero no sabes si besarlo o esperar a que él lo haga primero.

En ese momento recordé al padre de la iglesia y a todos los reunidos ahí hace dos semanas y la expresión en la cara de todos, su preocupación, y decidí mencionarlo a Marco. Su reacción no fue lo que esperaba, la verdad no sé qué esperaba como respuesta. Su sonrisa se borró por completo de su rostro, cerró el cuaderno y lo guardó en su sudadera. Se levantó y caminó en dirección a la puerta. Lo detuve y cuestioné sobre su repentino desaparecimiento en la escuela y en su hogar. No respondió, en lugar de eso dio media vuelta y salió de la casa, y de mi vida, de nuevo.

No supe de Marco por mucho, si estaba en algún lugar escondiéndose, o si aún seguía en el pueblo. Fue hasta tiempo después, casi tres meses que lo vi en la iglesia. Estaba tan molesta con él. Molesta y preocupada, pero no me atreví a acercarme. Lo extrañaba, aunque él no se presentara en clase o incluso a la escuela. Aunque no si quisiera contactar de cualquier modo conmigo, aunque retenía los sentimientos que tenía por mí. No lo pude perdonar en ese entonces,incluso con mi mente aliviada y despreocupada por su bienestar.

Observando desde lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora