1.Un sin fin.

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Creo que todos tenemos una historia que contar de la que aprendemos. Dicen que el tiempo cura las heridas sin cicatrizar, pero no es así,  creo que solo aprendemos a vivir con ello.

Os voy a contar la historia de mi vida que nunca conté. Una historia que quiero que lleguéis a conocer, y que todos aprendáis de ella.

Me llamo Alexis Crawford, tengo 15 años y vivo en Livingston, Montana, una ciudad dónde puedes acostarte en su hermoso paisaje verde y contemplar las vistas a las montañas. Para que me conozcáis mejor, os diré que siempre llevo mi guitarra y una libreta con un bolígrafo en mi mano. Ahí es donde convierto mis abundantes sentimientos en canción. También mi cámara, me encanta explorar a través del objetivo de la cámara, es como observar con un telescopio las estrellas, como profundizar dentro de las cosas. Pero no he venido aquí a contaros mis aburridos pasatiempos, pero sí mi historia.

Todo empezó cuándo tenía 7 años, vieron que tenía Síndrome de Turner. Veréis, resulta que las chicas tenemos dos cromosomas en forma de ''x'' y de ''y'' y yo tengo un pequeño roce en el brazo de la 'x',  eso me lo causó. Resulta que el síndrome de Turner, me impide crecer, también impide tener hijos, y el desarrollo adecuado de las articulaciones, también no tienen muy buen subconsciente intelectual, por suerte,  mi grado de síndrome es poco grave.

Como ya he dicho, tenía 7 años, y no veía la gravedad del problema, era bonito vivir en la inocencia de esa edad, sin haber empezado a saber lo que es la vida. A esa edad yo no era una niña muy bonita de físico que digamos, así que era despreciada por la sociedad. Yo no tenía amigos en el colegio, cada recreo jugaba con una pala y un cubo que mis profesores me daban para jugar con las piedras del patio.

Una noche que iba acompañada de mi abuela Olivia, y mis padres Brian Crawford y Sophy McLauren, una mujer que no conocía de nada nos perseguía con su coche. Me parecía raro, aunque en esos momentos de mi vida no era lo más raro, porque tenían que hacerme muchas pruebas y escáners por todo mi cuerpo,  para saber donde tenía el síndrome de Turner. 

Mirando por la ventanilla de atrás del coche observando a la mujer, le pregunté a mi padre:

-'Quien es esa mujer, Papá?' 

-Esa mujer lleva en las manos la solución para tu síndrome de Turner, para que crezcas cariño. y nos va a enseñar a como utilizarlo, -me dijo-

Cuando por fin llegamos a casa, y la mujer también, mi abuela me llevó a mi habitación y cerró la puerta para entretenerme jugando mientras la mujer explicaba a mis padres como debían inyectarme la dósis de la hormona.

El entretenerme no funcionaba sinceramente, me invandían un montón de dudas sin resolver y preguntas en mi cabeza que todavía no había obtenido respuesta.  

Llegó mi primera noche en la que me tenía que inyectar esa hormona, con la esperanza de que hiciera efecto en mi cuerpo y pudiera crecer. No sabía si iba a funcionar, así que era como jugar a la ruleta de la suerte. Creo que la vida es una ruleta de la suerte, nunca sabes cuando te puede tocar la quiebra, mientras tanto, la ruleta gira.

Los primeros días fueron duros porque me tenía que acostar a las 19:00 de la tarde, para que me hiciera efecto la dósis. Siempre me quedaba llorando porque me quería quedar jugando en el párque, ahí entonces esa era mi única preocupación. Cada tarde mi madre se tenía que acostar conmigo para que pudiera dormirme, y cada vez la culpabilidad me mataba mas, porque la privaba de muchas cosas y sobre todo porque sabia que tenía miedo, de ver como me trataría la sociedad, y de como conllevaría el síndrome, si funcionaría o no.

Al poco tiempo me dijeron que había heredado azúcar por parte de mi padre, con lo cuál era mas pruebas todavía. Aún recuerdo la prueba que me hice del azúcar, duró tres horas, me sentaron en la camilla después del pinchazo. Resultó que el azúcar me daba sueño, y no podía quedarme durmiendo en ese momento, porque podía entrar en coma, así que me leían cuentos, aunque siendo sincera, eso me daba mas sueño. No sabía porque, pero cada prueba que hacía, las enfermeras me daban un máximo de buen comportamiento al terminar.

Cuando todo el mundo se enteró de mi problema, me miraban con caras extrañas, como si fuera un experimento científico o algo parecido, mientras que yo observaba a mis compañeros de clase como jugaban y yo estaba sentada en un banco del recreo, sólo tenía un chico que estaba enamorado de mi y por  mi cumpleaños me regaló una carta describiendo cada parte de mi cuerpo que le encantaba. Os diré algo, llevé casi toda mi infancia siendo despreciada y cada vez tengo mas claro que los monstruos no están debajo de la cama, viven en nosotros. Pero la cuestión no está en como me miran o me juzgan los demás, sino en como me miro y me juzgo yo misma cuándo lo hacen.

La vida de Alexis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora