LOBO

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─Hay un poco de cordura en sus peticiones. Un hálito de racionalidad y mucho de emoción. Impulso, si lo quieres resumir. Creo, sin dudas, que desean buscar a Cáceres, ir detrás del responsable que nos relató aquellas historias. Somos nosotros los que debemos buscarlo, a eso se resume nuestro papel en esta historia ─me dijo Constanza aprovechando la pausa que ella misma había creado. Una táctica genial por su parte.

Yo había pensado en lo mismo. Llevaba los relatos grabados en mi mente y solía repasarlos mientras caminaba buscando un rumbo. Es más, me había dado el trabajo de transcribir aquellas invenciones para poder fluir en ellas. Algo real se ocultaba en esas historias y nuestro público ─el de Cáceres─ lo notaba. Nadie coincidía en qué era real y qué no, pero los detalles eran tan vívidos que parecían concretos.

─Si hemos de empezar, que sea desde el comienzo ─exclamé, en un intento de rima.

─Ir detrás de un lobo. Solo esto te faltaba Constanza ─dijo para sí─. No contenta con ayudar en un programa en el que hablas para nadie, ahora se supone que debes ir detrás de un lobo.

─Volvemos en diez segundos ─Dijo nuestro productor al suponer que nuestra conversación había terminado─. Nueve, ocho...

Di unas breves palabras que explicaban el origen de las historias y quién las relataba. No quise perder el tiempo innecesariamente, por lo que señalé que transmitieran el audio.

Esa historia, como el resto, la conocía bien. Fue la primera llamada que Cáceres realizó, la cual inició este abanico de posibilidades que influyó en nuestras vidas. En ella se relataba la historia de un hombre que descansaba en el sofá de su hogar, sin más protección que la de una sábana, debido al calor. Mientras esperaba a quedarse dormido, unos aullidos lo obligaron a estar alerta, aguantando la respiración y aguzando el oído, dispuesto a percibir el más mínimo peligro. La casa, de un piso y construida con madera que presentaba hoyos en algunas partes, dejaba filtrar los ruidos exteriores. El hombre, protagonista del relato, se acercó a uno de los mencionados agujeros, del lado que supuso se originaban los lamentos del animal. Acercó el ojo derecho y logró ver una sombra que se sostenía sobre cuatro patas, de la que sobresalían dos círculos azules (¡Azules! Escucho que exclamamos Constanza y yo, habituados al color rojo) a manera de ojos.

Pero el terror del hombre, siguió Cáceres, no quedaba ahí. La sombra que se suponía era un lobo se irguió y se mantuvo sobre sus dos patas (tal vez pies), en un momento en el que la luna decidió opacar a su hermanastro el sol, esta brilló como si quisiera mudar de superficie y dejó al descubierto la cabeza de aquel animal.

Lo que el hombre del relato ve en aquella sombra que acaba de ser expuesta a la luz es su propio rostro. El hombre no puede sostener la mirada ante semejante revelación y aparta la cabeza del hoyo, alarmado ante lo inconcebible de su visión. Invadido por la agonía y calmado por la reflexión, el protagonista de la historia vuelve al punto que le permite ver el exterior y nota que la sombra bípeda sigue afuera. En esta ocasión, está seguro, la figura también lo mira y observa, nuevamente, su rostro sobre aquel ser. Entonces el hombre está seguro de que no es el único humano ahí, que fuera de su hogar existe otra figura que no sabe desde cuándo habita cerca a su casa.

El hombre, sin familia ni lazos que perder, decide salir de su refugio. Desea ir al exterior para perder el último rastro de cordura que le queda y, entonces, recuerda. Encarará a la figura y le preguntará por qué está ahí, frente a él, por qué demoró tanto en llegar si lo necesitaba antes. Tiene decenas de dudas, se pregunta si es cierto que la reencarnación existe ─aunque la prueba está frente a él─, se pregunta si es el único en su especie, si sus padres, que son los suyos, también rondan por ahí, quiere saber todo lo posible sobre él mismo, sobre el doble que acaba de ver, pero la llamada se corta. Tal vez Cáceres cuelga o lo obligan a cortar.

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⏰ Last updated: Sep 09, 2018 ⏰

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