DOS

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Un nuevo domingo llegó para nosotros y minutos antes de ingresar a la cabina para comenzar otro programa, observamos que Óscar, el propietario de la radio, nos esperaba sentado en el pequeño sillón de color negro, al lado de la puerta. De inmediato intercambié miradas cómplices con mi compañera y sin comentar nada le dije estamos despedidos, fue un gusto, y mucho más, trabajar contigo..., pero el jefe interrumpió nuestra abstracta conversación para desearnos buena suerte y añadir que esperaba con mucho interés la llamada de Cáceres. Eso escapa a nuestra responsabilidad, quise refutar, enfurecido ante la primera petición que nos hacían y que escapaba completamente de nuestras posibilidades. Las llamadas no las controlamos nosotros, no las controla nadie. Estos pensamientos, sobra decir, se quedan dentro del emisor.

Instantes después de las once de la noche, porque ningún programa comienza a la hora señalada, mientras se oía el tema musical que nos daba viada, recibimos la primera llamada de la noche. De esta surgió una voz animosa, instándonos ─sin saludar─ a repetir las anteriores llamadas de Cáceres, pues lo que hablábamos durante los cuarenta y cinco minutos iniciales no le importaba a nadie. No nos pareció mala idea. Constanza sugirió lo mismo, ¡como si la idea hubiese sido suya! Repetir los relatos no nos costaba nada, a lo más unos cuantos minutitos de búsqueda auditiva. Durante el lapso en el cual nuestro productor preparaba la mezcla de relatos, recibimos más llamadas que felicitaban la iniciativa de Constanza. ¿De Constanza? Sí, le agradecían a ella, vaya mundo.

─Vamos a una pequeña pausa y volvemos... ─Profirió Constanza y nos tomó por sorpresa.   

LLAMADASWhere stories live. Discover now