Cómo iba diciendo: cada día iba mejorando, pues podía acceder a puestos donde podía verla a ella. Se había convertido en mi todo. En mi mundo.
Y ella simplemente no lo sabía.
Iba revisando su estado mental: cuando asistía a la ayuda psicológica, yo iba notando y viendo que iba mejorando. Eso me encantaba, me emocionaba como si se tratara de mi propia madre. Puesto que el mejorar, significaría que podría salir al patio o al comedor, sin tener qué pasarse los días enteros encerrada en esa pequeña habitación para enfermos.
Observaba con detalle cómo realizaba las cosas: haciendo esto casi todos los días observé que, tenía un lunar en el cuello, le gustaba separar la comida antes de comerla toda y beber un trago de agua después de cada dos cucharadas.
Todo era diferente en ella. Parecía como si hubiera forjado esa personalidad para hacer que los demás se fijaran en ella. Me parecía hechizante. Aunque me doliera: tenía qué admitir que probablemente era diferente antes de padecer su transtorno.
Tan hermosa. Sus gestos, sus reacciones vacías y todo de ella era espectacular.
Cualquiera en su sano juicio habría caído a sus pies.
Los días siguientes podría acercarme un poco más a ella, pudiendo entablar algunas palabras: al menos yo dirigirlas a ella y que ella me escuchara.
Yo ayudaba a transportarla a Ayuda y así poder mejorarse, y parecía que había cambios. Sin embargo, iban muy lentos. Apenas podía ya salir un rato los días.En mi día de descanso, pude analizar con más detenimiento fotos que había tomado de ella en mi trabajo: mientras vigilaba de reojo a los pacientes cuando salían o les dejaban pasear un rato.
Pasando de una foto a otra, llegué a sus expedientes. Que me dió tiempo a poder observar con tiempo y sin prisas. Sus datos eran normales: edad 24 años, caucásica, fémina, trastorno de estrés postraumático… espera, ¿qué?Volví a leer. Trastorno de estrés postraumático. La primera vez que me lo dijo uno de los hombres que la había traído, no puse atención y había pasado desapercibido de mi cabeza.
¿Qué le habría sucedido a aquél ángel caído para quedar de esa manera?
Sin embargo, por primera vez desde que la vi me puse a pensar sobre en dónde estaba; un psiquiátrico. Era una posibilidad de que todo lo que estaba haciendo por ella fuera en vano, pues el estar en un psiquiátrico no sería un recuerdo grato para alguien normal. Por momentos, me quedaba completamente paralizado. ¿Valía la pena lo que estaba haciendo por ella? Aunque no estuviera haciendo algo muy significativo para ayudarlo: no es como si yo fuera el que le receta sus medicamentos para su trastorno, no es como si fuera el psicólogo que le está ayudando para salir de su embrollo…
Pero… ¿todo ésto me funcionará? ¿Qué estoy haciendo?
El convivir tanto tiempo con enfermos me está convirtiendo en uno de ellos, pensé.
No. No debo pensar así. Sí quiero hacer algo por ella desinteresadamente: lo haré desde aquí y ahora.
(…)
Un día, un familiar suyo fue a verla. Supuse que era un familiar pues se estaba preocupando demasiado por ella.
Viendo cómo veía por la ventanilla observándola en su cuarto de metal de cuatro paredes, me acerqué a tratar de consolarla.—¿Está bien? –le puse una mano en su hombro.
—S-Sí… simplemente que a mi hermano no la hubiera querido verla así…Su hermano… ¿algún novio? ¿Alguna ex-pareja? Decidí no entrometerme más, por lo que sólo le apoyé con mi presencia, haciéndole saber que estaba allí. Sin que nadie me viera, le entregué una tarjeta dónde yo personalmente le recomendé un psiquiatra que podría darle un tratamiento mejor que esperar que se recupere lentamente en éste horrible lugar. Ella lo aceptó con gusto, pero no la volví a ver por el lugar para llevársela o siquiera volverla a visitar.
El tratamiento parecía ir a mejor. Ya podía articular algunas palabras sin tener ataques de pánico o de ira, o terribles flashbacks. Yo era uno de los que tenían qué ayudar a calmar a los que se alocaban o comenzaban a golpear a los demás. Sin embargo, me dolía mucho el tener qué reducirla cada vez que volvía a tener sus recuerdos y devolverla a esa habitación asfixiante.
En mis tiempos libres, había veces que salía con mis compañeros o amigos. Mis amigos pensaban que estaba enamorado de una chica "normal". No quería que pensaran que me estaba aprovechando de ella, por estar en un punto muy bajo. Pero generalmente no solía hablar de ella: porque realmente no habíamos tenido contacto directo o alguna plática muy larga y extendida. Simplemente hablaba de su cabello, su rostro, sus gestos, vamos… lo que siempre observaba de ella. Y de que era una persona excepcional, sin conocerla a profundidad. Podría ser una neonazi, psicópata, travesti, trans, pedófila y aún seguiría hablando de ella como una Madre Teresa de Calcuta que me rescató de un incendio.
Simplemente a los que les hablaba de ella, caían enamorados de ella. Bromeando sobre que se merece algo mejor detrás de ella que un loco enamorado como yo.
No hacía caso. Me encantaba cómo a veces sentía una mirada, la mía, y buscaba de dónde procedía: siendo yo, desde mi asiento vigilando a los pacientes.
Pero de un día a otro, cuando parecía que estaba mejorando: su salud mental estaba empeorando. Ninguno de los expertos que estaban en el edificio sabía a qué se debía, pues me enteraba cuando pasaban entre los pasillos o en mi lugar de trabajo. Siempre solían hablar de una paciente que "está muy buena"… malditos asquerosos. Hablar de esa manera de una persona que no está en su mejor estado. Patético.Y por fuentes fidedignas, me iba enterando que la iban a transladar, a un psiquiátrico mejor para que pudieran tratarla. Me llenaba de pánico pensar que de un día a otro, ella ya no estaría en el mismo edificio conmigo… que ya no podría ver cómo se recuperaba. Verla a ella.
Vivía con el miedo constante de llegar a mi puesto y que mi compañero me avisara de que realmente se habían llevado a Aby. Un apodo cariñoso que le había puesto después de dos semanas y media de verla completamente.
De alguna manera había estado reaccionando cuando la llamaban Aby dentro de la habitación, pero yo era el único que lo sabía. Sin embargo, no sabía si el que reaccionara a que la llamaran Aby fuera positivo o negativo.Llegué a mi puesto el día donde se supone que irían a transladar a Aby, me puse mi uniforme rápidamente y caminé a su habitación. La 45-B. Y abrí la ventanilla…
(…)
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Mi atroz bendición.
RomanceDesde que aquella chica llegó a la institución, todo mi mundo cayó a sus pies. Mis ojos inconscientemente la buscaban, nada era igual sin esos perfectos ojos claros, su negro cabello rizado y su cuerpo delgado y perfecto. Me encantaba verla sonreír...