INTERREGNUM

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Antes de la unificación de Tamriel y el ascenso divino de Tiber Septim en la Tercera Edad, existió una época de guerras continuas, mucho antes de que se pudiera vislumbrar, sentir y ver el sueño de un continente unido. A este periodo se le llama:

Interregnum

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El último potentado akavir ha muerto sin heredero alguno y el imperio que fue su dominio se ha disuelto, a causa de constantes guerras, intrigas y traiciones. Donde el más pequeño pedazo de tierra es causa y víctima de continuos ataques, saqueos y conquistas. Donde caballeros, mercenarios y aventureros de todas las clases se encuentran en multitud de cortes y castillos demostrando sus habilidades, ofreciendo sus servicios al mejor postor. Muchos se han dividido sus territorios y se han coronado como reyes; nobles, cortesanos, mercaderes, artesanos, campesinos y guerreros, ladrones y asesinos, etc.; no sin antes pagar un elevado precio. Un objetivo que solo los más hábiles y astutos han logrado.

De entre esos múltiples reinos, en Cyrodiil, existen dos que luchan por la supremacía en el valle del Niben, en el sureste. El reino del Nibenay y el reino de Leyawiin. Esta región se enfrenta a peligros al oeste con la gran región de Elsweyr, dominio de los hombres-gatos; al este y sureste con los Paramos (o Pantanos) Negros, hogar de los argonianos y al sur del mar de Topal, en una gran península en forma de brazo, la Republica de Senchal. Parece que nubes de tormentas de grandes proporciones acechan a ambos reinos.

Finalmente tras años y años de guerras, el Nibenay y Leyawiin comenzaron a hablar de paz. A lo que en el consejo de Leyawiin se discute si dar o no la paz...

El consejo estaba lleno, todos los magistrados atendieron la llamada y fueron puntuales. Aunque la última guerra había llegado a un punto de equilibrio, hasta ese momento no se había desarrollado ninguna batalla importante, solo pequeñas escaramuzas y combates.

Todos se reunieron alrededor de una mesa larga de madera de roble marrón oscura, con bancas de madera de caoba traídas del Páramo Negro. El rey como costumbre se sentó al final de la mesa, a la vista de todos. Y su hijo mayor Cunio se sentó a su mano derecha. No había ningún plato servido en la mesa aun, el rey no lo considero adecuado para el momento. Primero lo importante.

-Estoy seguro de que se trata de otro engaño, lo sé. - comenzó el magistrado de Nomore, Constano Baalim.

- ¿Cómo puedes estar seguro de eso? - respondió Jirolio Tamrugh, el magistrado de Irony. -  El rey Clasomo nos está ofreciendo una de las princesas del Niben para obtener la paz y a mi parecer es un precio justo. Y no cualquier princesa sino una princesa con títulos de herencia.

- ¿Justo? ¿Consideras justo que muchas vidas hayan sido sacrificadas contra el Nibenay solo para obtener un matrimonio? - replico Baro Afrarunceian, magistrado de Deepscorn.

- Si el viejo rey está dispuesto a dar una de sus hijas en matrimonio es porque ha de estar desesperado. - dispuso Molvirio Reedstand, el magistrado de Stonewastes.

- Y el oro, no olvidemos la cantidad de oro que se ha invertido en esta guerra. – dijo Gregorio Pewter, magistrado de las islas del Topal.

- ¿Qué hacer entonces? ¿Seguir con la guerra o iniciar la paz? A mi parecer es mejor continuar la guerra y darles a entender a esos inútiles quien es el nuevo dueño del Niben. - contesto el magistrado de Alabaster, Arco Afronian.

- Lo apruebas porque tus tierras no estan amenazadas por la guerra. -  replico exasperado Sirolio de Darkfathom, magistrado del mismo lugar.

- Contra el Nibenay no, pero contra los arenosos gatos del Elsweyr sí. Por eso prefiero terminar rápido esta guerra para estar preparado por si ocurre la siguiente. - le responde Arco.

Hasta ese momento el rey Lorgrenio había escuchado toda la conversación sentado en su silla ponderando cual sería la mejor decisión, quizás su última decisión. Había dirigido a la joven Leyawiin y sus pequeños territorios a liberarse de sus amos nibeneanos, y que luego la convertiría en un poderoso reino, desde que apenas era un hombre hasta ahora que estaba a punto de cumplir setenta y ocho años. Se levantó de su silla con el espíritu de un joven pero con el cuerpo de una persona anciana. Se dirigió a Arco tocando su hombro derecho.

- Magistrados, las guerras comienzan cuando se pretende obtener algo, pero no terminan cuando se desea. Eso lo he aprendido luego de muchos años de experiencia. Y en nuestro caso lo que pretendíamos se ha logrado. Lord Molvirio tiene razón, si el rey está dispuesto a darnos una de las princesas significa que está desesperado en terminar la guerra en nuestro frente. No puede engañarnos sabe que si lo hace perderá esta oportunidad de paz y rodeado de enemigos, no solo podría llegar a perder su trono. Y nosotros también estamos rodeados. Por lo que he decidido que aceptaremos su propuesta de paz y de matrimonio. Queríamos tierras, él nos las dará.

- Pero señor, con todo el respeto, ¿Quién podrá desposar la princesa? ¿Su hijo Asto? Hace años que se fue al extranjero y no sabemos si volverá. - responde dubitativo el magistrado Jirolio, diciendo la pregunta que los demas se formulaban.

- Hace unos días recibí una carta en la que me dijo dónde estará por un tiempo. Pero no puedo ir a la Ciudad Imperial en mi estado actual. Por lo que él debe venir. Debe venir. - se repitió el rey en voz baja como si hablara consigo mismo. Con el rostro cansado y pensativo. - Pero ya que terminamos de discutir el tema principal, comencemos el festín. - Tras lo cual el rey fue a sentarse, aplaudió y sus sirvientes obedecieron. Trayendo una buena cantidad de manjares a la mesa. Nadie se quejó de la comida.

Los Hijos de LeyawiinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora