VII

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Diana dejó el violín, dijo que no era lo suyo. Sin embargo, no abandonó la música. Terminó siendo fiel a la guitarra. Ella dedicaba demasiado tiempo a practicar, más que al colegio, se desvelaba noches enteras aprendiendo a dominarla. También le gustaba componer y cantar.

Un día, mientras ordenaba su cuarto, la escuché cantar una de sus composiciones. Me sorprendió que no le diera pena mi presencia para cantar, y más me sorprendió lo bien que lo hacía, realmente tenía talento.

Desde el sillón aterciopelado de su habitación, cerca de la ventana que daba vista al jardín, Diana terminó de escribir la letra de su canción, tomó la guitarra oscura y comenzó a practicar.

Su canción decía:

Nos decimos adiós,

hemos crecido y la vida nos cambió.

Todo parece diferente,

ahora tiene un color distinto a lo que veo.

Abrí los ojos y conocí un maravilloso mundo,

estoy despierta, en una realidad donde mi corazón

se emociona sin necesidad de tu amor.

Nos decimos adiós,

hemos crecido y la vida nos cambió.

No es definitivo, desde mi corazón te voy a recordar,

hasta el final de mis tiempos.

Adiós, adiós, adiós,

he crecido y he cambiado.

Dejé de tender la cama para observar de manera discreta a Diana. Movió ágilmente sus dedos entre las cuerdas, arpegió de manera armoniosa. Me pareció que se encontró a sí misma. Era un momento donde solo importaba el interior, mientras que el exterior perdía relevancia. Fue como ver el nacimiento de Venus. Diana parecía una musa con la guitarra entre sus brazos, algunos mechones de su rojizo cabello le cubrían el brazo, haciéndole resaltar su piel delicada, la que parecía de leche. En su rostro había una paz envidiable. Mantenía los ojos cerrados, concentrada en su interior. El sol que se filtró por la ventana acariciaba su rostro. Los rayos del sol parecieron ser los dedos escuálidos de algún dios tocando a su amada creación. Las pecas de su rostro eran como estrellas en un universo blanco. Vestía una bata floral negra que le cubría hasta las rodillas. No pude evitar analizarla y grabarme aquel momento en mi memoria, porque me inspiró para hacer una nueva pintura. Era una imagen poderosa. Tomé una fotografía mental y volví a mis deberes.

—¡Diana! Te pusiste mi blusa —increpó Dana luego de entrar a la habitación e interrumpirla.

—¿Y qué hay con eso? —Diana dejó la guitarra.

—La aflojaste, mira, estás muy gorda. —Dana levantó la tela colgada de la blusa.

—No estoy gorda, simplemente no me mato a dietas y tengo más pecho que tú.

—¡Me sorprende que estés tan gorda! Si te la vives encima del profesor de ciencias —gritó molesta Dana.

—¡Mira quién habla! La que grabaron haciendo cosas cuestionables.

Dana se lanzó sobre su hermana, le jaló el cabello y le atinó algunos puñetazos. Diana se defendió cubriéndose con los brazos. No tardé en intervenir, no era la primera vez que peleaban así, solían hacerlo seguido y después se contentaban. Tomé los brazos de Dana para que dejara de golpear.

—¡Por lo menos no me meto con gente casada! —gritó eufórica Dana.

—Por tu culpa nadie me habla en el colegio, se burlan de mí y murmuran en mis espaldas. ¡Somos gemelas, pedazo de idiota! —Diana se levantó del suelo, empuñó su mano y con todas sus fuerzas soltó un golpe.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora