Sentimientos en tiempos de caos

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(VI)

Atrapando a la flor

Frecuenta ya la florería con la intensión de volverla a ver. Pero parece que Sai no tiene la mejor suerte del mundo. La busca a la misma hora todos los días, esperando encontrar a esa mujer de cabello rubio. Sabe bien que debe matarlos, a todos y cada uno de ellos. Él es el mejor de ANBU-Raíz, nunca ha fallado en ninguna misión. El General Ibiki lo tiene en alta consideración e incluso Sai es el líder de su propio equipo de trabajo. Sin embargo, al terminar el día la sensación de odio y asco hacía sí mismo incrementa. Suele golpearse y desquitarse con la pared. Siempre sus puños se lastiman en el acto. A veces le dan ganas de entrar a la habitación del General Ibiki y tirarle un tiro directo a la cabeza, ver como muere. Sólo así podrá dormir bien. Pero no puede, sus pensamientos sólo se quedan en ideas y nunca las lleva a cabo. ¿Cómo podría hacer eso? Se supone están a favor de la dictadura de Danzo Shimura, él es una más de las máquinas de Danzo. Sai siempre fue y ha sido buen chico, buen hombre y mano de Danzo. Incluso lo ha conocido en persona. Pero al final, siempre desea asesinarlos.

Nada le causaría más placer que verlos morir a sus pies. Por fin su alma descansaría y podría dormir en paz, y tal vez morir tranquilo. De ese modo vengaría a Shin y todo el sufrimiento que les hicieron pasar. Pues aunque él no fue un ser emocional nunca, sí veía como su mejor amigo a quién consideró un hermano, sufría por matar gente. Lo veía en su rostro, en la manera en que tomaba el arma. Shin no era un hombre que hubiera nacido para destruir, él era un hombre nacido para crear, para crear arte y dar alegría. Ese debió haber sido Shin en otra vida, un ser bueno y compasivo, no una máquina de matar que temblaba a cada oportunidad. Lo veía afligirse cuando las personas morían. Shin tenía un corazón noble, y nunca entendió por qué. Él era huérfano también, nunca tuvo el amor de una madre o un padre. No comprendía la manera de ver la vida de Shin e incluso después de muchísimo años tampoco lo entendía. Pero lo que sí anhelaba era darle muerte a aquellos que lo hicieron sufrir, aquellos que destruyeron lo que podía haber sido Shin.

Sai sigue esperando, pero el integrante número siete de ese grupo rebelde no vuelve a aparecer. Para disipar más sus amargos pensamientos, se fuma el noveno cigarrillo. No saben mal, pero tampoco bien. Sólo quiere que su mente deje de pensar cosas.

—¡Hey!—Entonces la ve, de nuevo con ese rostro fruncido y una mueca en los labios—, ¿por qué fuma en mi florería? ¿qué acaso no está claro el letrero que está prohibida la entrada a fumadores?

Sai tira su cigarrillo y lo apaga con la punta del pie.

—Y de nuevo lo mismo, ¿no se cansa? Lo he visto, ha venido con frecuencia aquí. ¿Qué es lo qué quiere?

Ve en ella agresividad, y comprende que ella ya tiene una idea del porqué está ahí. Pero no se atreve a dar el primer paso y matarla. Su mano se dirige a su arma y acaricia el gatillo. Ella no ve el movimiento. Sai quiere terminar con todo, pero esta vez no puede. No puede sacar el arma.

—Para su información, no estoy interesada en los raritos.

—Ino Yamanaka, ¿cierto?

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Acompáñeme a tomar un té.

Sai le sonríe amablemente, sabe que las personas nunca pueden decir que no ante una sonrisa. Ino alza sus cejas y parpadea unos instantes.

—No gracias.

—Bien, será en otra ocasión señorita Yamanaka.

Se retira a pasos lentos mientras siente la culpabilidad de no haber terminado con ella. Su misión se ha demorado mucho, ya no es tan rápido como solía serlo.

Crónicas del hombre que no tenía nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora