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Esto no era lo que había imaginado para cobrarle su móvil a Guillermo, pero tampoco iba a quejarse.

Samuel tuvo que patear la puerta para que se abriera, no estaba pensando con claridad, solo estaba prestándole atención a los labios de Guillermo que aprisionaban los suyos con más fuerza de la que le creía capaz. Se besaban desesperadamente en lo que entraban a la casa de Samuel, tan absortos en ello que, a pesar de tropezar de tanto en tanto con los muebles, no se separaban ni para respirar.

– ¡Au! – se quejó Guillermo cuando Samuel le arrancó la playera, pasando a llevar las heridas en su vientre.

– Lo siento, lo siento – gruñó sobre sus labios – Si quieres param...

– Claro que no, fortachón...

Guillermo lo lanzó bruscamente contra la pared y lo mordisqueó deseoso, le quitó la camisa y el pantalón tan rápido que, antes de que Samuel pudiera reaccionar, ya tenía la caliente boca de Guillermo alrededor de su miembro, devorándolo ansioso. Se quejó, jadeó, cerró los ojos y se entregó. Por un segundo pensó que tal vez no era el mejor momento, estaban heridos, sucios, sudados y adoloridos, pero también demasiado hambrientos y calientes para esperar más.

Lo detuvo y levantó, pudo ver en sus pequeños y brillantes ojos el anhelo de más, así que no lo hizo esperar. Lo desnudó también mientras lo guiaba hasta la sala, allí lo lanzó al sillón y lo atacó.

Tal y como la noche anterior, Samuel lo tomó entre sus brazos, lo besó, lo marcó por completo, lo degustó y devoró con tantas ansias, que le fue imposible parar. Y claramente Guillermo no quería que lo hiciera.

Fueron eternos minutos de gemidos, gritos, ritmos intensos, un poco de dolor, embestidas y explosiones imparables de placer, no hubo descanso ni minuto de tregua, no los querían. Pero cuando sus cuerpos estaban totalmente mojados por el sudor, rojos por el calor y acalambrados por el placer, ese descanso se hizo necesario.

– ¿Mi... mi deuda está pagada, fortachón? – dijo a penas un sonriente Guillermo, recobrando el aliento.

– ¿Tú que crees? – bufó Samuel, removiéndose junto a él, con un ligero tono coqueto que no sabía que tenía.

– Que... ¿Si? – se le arrimó al pecho – Aunque no molestaría pagarte un par de cuotas más...

– Pues me alegra oírlo, porque, aunque no me quejo, en realidad estaba pensando en cobrártelo de otra forma – le guiñó – Vamos a ducharnos.

– ¿Ducharnos? ¿Tan pronto? – sonó molesto, pero en realidad no lo estaba ¿Cómo podría estarlo después de tal... enriquecedora experiencia?

– Ven, vamos, que casi es la hora.

Samuel se levantó y ayudó a Guillermo a hacerlo. Bobearon un poco más mientras subían las escaleras al segundo piso, donde se encontraba el baño y la habitación de Samuel. Fueron hasta el primero, y pese a que sabían que era una mala idea, tomaron esa ducha juntos. Obviamente duró mas de lo que debía, el agua tibia cayendo sobre sus cuerpos y la excusa de enjabonarse el uno al otro hicieron que Samuel terminara empotrando a Guillermo contra las baldosas de la pared... más de una vez.

Pero contra todo pronóstico -de ambos- lograron al fin salir de la ducha.

– Creo que esto te quedará – Samuel dejó sobre la cama un conjunto semi formal para Guillermo, ambos traían una toalla alrededor de la cintura, una que en realidad no era para nada necesaria.

Bribonzuelo - WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora