Epílogo

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– ¿Me das otro?

– Oye, no tienes que pedirlos ¿sabes?

– Sí, pero me encanta que obedezcas.

Samuel rodó los ojos algo sonrojado, sin dejar de abrazar a Guillermo por la cintura y volvió a apresar sus labios en un dulce beso.

Un par de meses habían pasado desde el incidente de los anillos, un par de meses juntos en los que Samuel y Guillermo habían aprendido que las casualidades dudosamente existían y que todo lo que habían atravesado juntos no había sido más que una torcida y graciosa forma de conocer a una persona que podían amar.

– ¿No va siendo hora de que te vayas, chiqui? – se separó Samuel, sin dejar de verlo.

– ¿Me está echando de su casa, señor fortachón? – se simuló molesto.

– Que no, pillo, pero no quieres llegar tarde a tu nuevo trabajo.

– Ash... – se rascó el trasero hastiado – No sé por qué te hice caso, mi vida iba bastante bien.

– Pues porque...

– Robar está mal... lo sé... – repitió mecánicamente, como un niño al que le enseñan su primera lección.

– Ese es mi chico – Samuel besó su cuello – ¿Quieres que te lleve?

– Mmm, mejor no – se levantó y caminó por la sala hasta el perchero, de donde sacó su chaqueta y su mochila – No quiero que te vean y quieran quitarme a mi novio – sonrió – Además debes tener cosas que hacer y no quiero molestarte.

– Sabes que no es molestia – se levantó Samuel también y se le acercó – así no tendrás que caminar hasta allí.

– Estaré bien – le sonrió maliciosamente y volvió a besarlo, pasando sus manos sensualmente por la cintura del más grande – Nos vemos, fortachón.

Le guiñó un ojo y salió por la puerta de la casa de Samuel, y éste se sintió algo estúpido por verlo alejarse casi hipnotizado, con una tonta sonrisa que desde hace meses no se podía borrar.

Se giró para volver al salón cuando escuchó el pitido de la alarma de su auto sonar, paró en seco y llevó sus manos a sus bolsillos, las llaves de su coche ya no estaban. Fue hasta la puerta y la atravesó corriendo, encontrándose con un entretenido Guillermo montando su carro.

Lo encendió, le lanzó un beso por la ventanilla y arrancó.

Samuel sonrió entretenido, algunas costumbres nunca cambian y no iba a culparlo por ello. Al fin y al cabo, así era como quería a su escurridizo bribonzuelo.

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Bribonzuelo - WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora