Décimo capítulo

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-¿Mamá? ¿Dónde estás?

Alfred miró a Aitana, y ella lo miró a él. Sus miradas se posaron en Amaia, quien se retorcía en la cama frunciendo el ceño.

-¿Mamá?

El joven apretó su mano, dándole leves caricias, intentando que la chica se tranquilizase. Aitana, por su parte, miraba emocionada y a la vez asustada la escena. El rostro de Amaia era puro miedo. No paraba de moverse en la cama, cada vez más y más rápido. Sus movimientos no tenían control.

Alfred intentaba pararla. Hacer que reaccionara.

-¡Aitana ayúdame!

El chico miró a Aitana buscando un apoyo, un refuerzo ante aquel repentino estado de Amaia. Segundos después, Aitana fue capaz de reaccionar, colocando sus manos sobre Amaia, frenando sus movimientos.

-¿Amaia? ¿Nos oyes?- Quiso saber su amiga, desesperada por una respuesta.

-¿Mamá? ¡Mamá! ¡Ven, mamá!

Amaia solo llamaba a su madre, sin abrir los ojos, aunque más calmada.

-Ve a llamar al médico Aitana. Yo me quedo con ella.

Aitana salió disparada de la habitación.

-Amaix, tranquila. Estoy aquí. Soy Alfred.

Entonces Amaia, lentamente, abrió los ojos, para encontrarse con los de Alfred, llenos de purpurina. Ojos que la miraban entre emocionados y asustados.

Sus miradas se clavaron una en la otra creando su burbuja particular.

-¿Alfred? ¿Eres tú?

Amaia miraba a su amigo desconcertada. No sabía cómo había llegado allí. Ver el rostro de Alfred junto a ella, le supuso un gran alivio.

-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado titi?

Escuchar "titi" de nuevo, por parte de Amaia, hizo que Alfred se desmoronase en lágrimas. Amaia, sin comprender que le ocurría, agarró sus manos y las llevó hasta ella, depositando un beso sobre ellas.

Alfred estaba sorprendido ante la precisión de los movimientos de Amaia. Hablaba y se movía con gran destreza, algo impensable debido a su estado. Eso le emocionó aún más.

-Amaix... estás en el hospital. Sufriste un accidente.

Amaia sintió un gran desconcierto. No recordaba cómo había llegado allí. Su último recuerdo era estar en su casa preparando la ropa para una noche de fiesta con Aitana. Recordaba a su madre llamándola porque tenían que irse, o llegarían tarde.

-¿Fue de coche?

Alfred se tensó. No sabía si era oportuno seguir contándole lo ocurrido, si era el momento o él la persona indicada para hacerlo.

Sin embargo, asintió levemente. Soltó las manos de Amaia para llevar las suyas alrededor del rostro de la joven, y así, depositar un cálido beso en su frente. Quería transmitirle tranquilidad, aunque en esos momentos, fuese lo más complicado.

Agradeció que la puerta se abriera y por ella entrará el médico seguido por Ángel, quien con lágrimas en los ojos fue hasta su hija, envolviéndola en un abrazo. Fue correspondido, para su gran sorpresa.

-No puedo creerlo Amaia... ¿Me recuerdas, pequeña?

-Claro que si papá, ¿Por qué no iba a hacerlo?

Ángel besó sus mejillas, sin apartar sus brazos de ella. Alfred miraba la escena desde la puerta de la habitación, por la que seguidamente salió, dándole su espacio a Ángel y a Amaia.

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