Esa mañana, bajo la normalidad aparente de una numerosa ciudad aislada entre las lúgubres montañas selladas con símbolos rojiblancos, Scott hacía su ronda en el centro.
Tres adolescentes salieron a la carrera de una licorería. Reían y se empujaban entre ellos.
–¡Alguien que los atrape!—gritó el dueño del local— ¡Son unos ladrones!
Scott habló a través de la radio en su hombro y corrió tras los jóvenes.
Los chicos reían a carcajadas y se metieron en uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad. Scott los siguió fielmente, empujando a la multitud y manteniendo el equilibrio de sus botas de seguridad sobre el lustroso suelo de mármol.
Los transeúntes soltaban gritos de sorpresa cuando la persecución los dejaba en medio. Scott no podía creer que su trabajo de aquella mañana fuera correr tras un grupo de jovenzuelos descarriados. ¿Acaso había pasado tanto tiempo en la academia de policía para correr tras tres adolescentes?
Después de unos minutos más de carreras, Scott logró atrapar a uno de los chicos, los otros dos fueron frenados por dos vigilantes del establecimiento que lo ayudaron.
–¿Qué estaban buscando con esto? ¿Eh? ¿Correr como perdidos por las calles los hace sentirse bien?—gruñó el joven policía mientras arrastraba por el brazo al joven que no se quedaba quieto. Debía de estar drogado, pues sus ojos se perdían, y su rostro pálido y cubierto en sudor era un reflejo del temblor que le recorría el cuerpo.
–¿Con qué coño se drogaron estos?—bufó uno de los vigilantes. Scott aumentó la presión alrededor del brazo del chico, quien profirió un gruñido desde lo más profundo de la garganta y se estremeció con violencia. Scott perdió la fuerza por un segundo, y el chico cayó en el suelo, convulsionando.
–¿Qué demonios...?
El cuerpo de facciones delgadas y anémicas del joven se retorcía en el piso de mármol con una violencia inhumana al tiempo que sonidos escalofriantes se combinaban con la terrorífica y confusa escena que transcurría a plena luz del día en aquella ciudad conocida por su pacifismo y la benevolencia de sus habitantes.
Varios curiosos se acercaron a ver la escena, pero los vigilantes de redor los mantuvieron a raya.
–¿Qué le pasa?—uno le preguntó a Scott, quien sin poder entenderlo tampoco, se encogió de hombros. Sus delgados labios estaban entreabiertos y su garganta hacía eco de sus pulsaciones.
Un grito hizo que el joven oficial volviera la mirada hacia los otros dos chicos, quienes parecían imitar al primero, sacudiéndose y replicando la tenebrosa mezcla de gruñidos y quejidos.
Scott habló a través de su radio con sus superiores. La R.P.D. estaba acostumbrada a lidiar con jóvenes yonquis que tenían ataques epilépticos, pero él no había escuchado durante su formación o sus años de residencia en la ciudad, que tres tuvieran los ataques al mismo tiempo.
–¡Se quedó quieto!—gritó una señora. Un vigilante la hizo alejarse, pues con sus redondos ojos de par en par, había sobrepasado la línea marcada por los agentes de seguridad. Scott miró de nuevo al joven pálido que había estado arrastrando del brazo, para conseguirse con que ni siquiera su pecho se movía, las aletas de la nariz, o su diafragma. No había un solo musculo en su delgado y larguirucho cuerpo que hiciera creer que seguía respirando.
–¡Está muerto!—gritó la misma mujer, el rumor se extendió como la pólvora entre la multitud, quienes a pocos segundos reaccionaron alzando la voz exasperados, reclamándole a Scott que hiciera algo.
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Hora 0:01 (Basada en Resident Evil)
HorrorSabemos cómo Jill, Claire y León vivieron el brote del Virus T en Raccoon City pero ¿Cómo lo vivieron los oficiales de policía de la ciudad? Una historia corta basada en el universo de Resident Evil.