I have a dream

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20 años atrás. 

El establecimiento se caía literalmente a pedazos. Persianas destrozadas, escaleras que se hundían con pisarlas, puertas que se desencajaban con soplarlas... sin embargo, nada de eso parecía importarle a Raoul. Cabezón como buen Vázquez, había encontrado en ese antiguo hotel razones suficientes para quedarse en Ibiza y construir un futuro idílico. Porque estaba empeñado en adecentarlo.

Mi sueño es 
Mi gran canción 
Me hará vencer 
Cualquier temor 

Además, se sentía en una nube. Esa misma mañana se había tropezado en el mercadillo con el que creía el hombre más guapo que había visto en la isla. No, era el más guapo que había visto en su vida. Era alto, moreno, de tez dorada y tenía la barba más perfectamente recortada y la mirada más intensa que Raoul había visto jamás. Romántico como él solo, se había quedado prendado y sabía que tenía que conocerle.

Todo cuento de hadas 
Puede ser real 
Cree en tu futuro 
Aunque salga mal 

Mientras canturreaba alegremente esto último, la barandilla que en un momento de - poca - lucidez pensaba que le serviría de tobogán, se desestabilizó. Definitivamente, era mejor salir de ese tugurio.

 Sé que existe un ángel... –hablando del rey de Roma. El hombre por el que Raoul había sentido un flechazo aquella mañana estaba de nuevo frente a él. El rubio palideció al instante.

–¿Perdón?

No contestó. ¿Qué le iba a decir? "Hola, mira, no te conozco de nada pero estaba pensando en ti y justo has aparecido. Por cierto, me llamo Raoul." Ridículo.

–Arranca, muchacho, que no tengo todo el día. ¿Puedo pasar?

–Em... en realidad no–. Antes de que el moreno pudiese entrar, Raoul le bloqueó el acceso con los brazos. El muchacho lo miró extrañado.– O sea, que este sitio está en ruinas y pretendo restaurarlo. ¿Buscas a alguien? Porque aquí no hay nadie, ¿eh? Por cierto, me llamo Raoul–. Dicho esto, le tendió la mano intentando ocultar un nerviosismo que era más que evidente.

Al otro hombre le costó unos segundos procesar toda la diarrea verbal del rubio antes de reaccionar: no darle la mano sino directamente sacar su teléfono del bolsillo. –Voy a llamar a la policía.

–¿Qué? No, no. No estoy loco ni nada de eso, de verdad. Acabo de llegar a la isla.

–Vale, rubito. Voy a intentar ignorar lo de antes y empezar con buen pie. Me llamo Agoney. –Pronunció su nombre vocalizando todo lo que podía, asegurándose de que le oía bien.– Estoy buscando a mi amigo Alfred, que solía trabajar aquí. No le habrás visto, ¿no?

–Qué va. Pero te puedo ayudar a buscarle. Si no te importa, claro.

A pesar del mal comienzo que habían tenido, Agoney accedió. Le transmitía cierta ternura la timidez del contrario y en realidad no le parecía alguien a quien temer. Además, mientras no encontrase a Alfred, estaba solo en aquella isla.

En la búsqueda -que no tuvo éxito-, hicieron buenas migas. Agoney le habló de Tenerife, de su perrita Bambi y de cómo conoció a Alfred cantando en el bar que antes había en aquel viejo hotel en ruinas. Raoul le habló de su pasado en Montgat, de cómo soñaba con dedicarse a la música y cantaba como hobby junto a Mimi y a Ricky, sus amigos de la península, con quienes formaba el grupo Dynamos.

Y, sin darse cuenta, acabaron en una coqueta taberna que ofrecía espectáculos en vivo. El catalán supo que era el momento idóneo para demostrarle -aunque en solitario- sus dotes artísticas al tinerfeño. Ante la reticencia de la dueña del local y a pesar de nunca haberle oído, Agoney le insistió en que Raoul cantaba como los mismos ángeles. Este último, ruborizado, cogió un micrófono y se aclaró la garganta. Iba a cantar la siguiente canción directamente al alma de Agoney.

Cuando miras 
Hay por ti 
Sensaciones 
Que estremecen 
Todo en mí

Desde la primera entonación, Agoney supo que no se había equivocado lo más mínimo. La voz de Raoul era cálida, envolvente. Te atrapaba y te llevaba a otro lugar.

En silencio 
Ámame 
Andante, andante 
Un sueño viviré

Raoul le estaba mirando directamente a los ojos. Agoney sentía cómo su pulso se aceleraba y se formaba un nudo en su garganta. Se preguntó cuándo se había sentido así por última vez.

Soy tu vida 
Tu canción 
Todo tuyo sé que soy 
Sin condición 
Soy tu canto 
Tu placer 
Andante andante 
Despacio en tu querer

Salieron de allí en dirección al alojamiento del canario. Durante el camino se atrevieron a entrelazar sus manos, en silencio, simplemente disfrutando de la atmósfera tan íntima que habían creado.

– Andante andante, despacio en tu querer...– Raoul le susurró los últimos versos a modo de despedida, pasando los brazos por el cuello de Agoney. El moreno juraría no haber visto nunca antes a una persona tan pura y adorable. Por eso no tuvo la culpa de acabar con el espacio que queda a entre los dos, juntando sus labios. Era un beso delicado, suave, en el que se dijeron todo lo que no podían expresar con palabras. El segundo y el tercero no tardaron en llegar, así como tampoco la invitación de Agoney al rubio a pasar la noche con él.

Andante, AndanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora