Mamma mia

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Nerea estaba cubriendo el turno de su padre en el hotel cuando recibió las visitas que más estaba esperando.

–¿Has dicho Agoney?

–Está a nombre de Agoney Hernández, sí.

–La mía a nombre de Roi. Nos conocimos de camino a la isla y vinimos juntos.

–Vamos al musical… nos estabas esperando, ¿verdad?

La chiquitina se llevó una mano a la boca, nerviosa. Realmente dos de sus posibles padres habían leído su carta y habían ido hasta allí a verla. Y ahora que los tenía delante no tenía ni la más remota idea de cuál podría ser el verdadero.

–Madre mía, que me va a dar un chungo. A ver, sí, soy Nerea, la hija de Raoul. Pero cuando envié las cartas no esperaba respuesta… ¡pero mi padre no puede saber que estáis aquí! no hasta la fiesta del estreno. Por favor.

Ambos aceptaron y siguieron a la pequeña a la habitación en la que ambos se alojarían durante los próximos días. Nerea les contó que era ella quien les había invitado, que su padre hablaba mucho de ellos -mentira - y que por eso pensaba que sería una buena sorpresa que se reencontrasen tras el estreno de la nueva temporada del exitoso musical.

No tardaron en escuchar pasos cerca y la angélica voz de Raoul cantando mientras deambulaba por los pasillos del establecimiento. A Roi le invadió un sentimiento de nostalgia; a Agoney, de culpa. Se le había formado un nudo en la garganta que le impedía hablar y las lágrimas amenazaban con salir. Nerea se le adelantó y les pidió que no saliesen de la habitación.

Tarde. A pesar de los esfuerzos por parte de la pequeña para mantenerlos al margen de su padre, éste reconoció la silueta de Roi en el antiguo establo. La sorpresa fue aún mayor al ver a su lado la figura de Agoney. Si no estaba soñando, debía ser una broma de muy mal gusto.

Se maldijo a sí mismo por el creciente temblor en sus piernas y por el pulso acelerado. Maldita sea, no se veían desde hacía 20 años. Lo tenía más que superado, era cosa del pasado.

Convenciéndose de este pensamiento salió de allí lo más rápido que pudo. Sin embargo, imágenes y recuerdos del pasado se le agolpaban en la mente y no le dejaban pensar con claridad.

Me engañaste una vez 
Nunca supe por qué 
No podía seguir 
Y al final te dejé

Mi corazón no aprendió jamás esa lección 
Aún existe ese fuego en mí 
¿Cómo pude quererte así?

No podía ser una casualidad. Agoney debía saber perfectamente donde se estaba, ¿cómo se atrevía? ¿o ya se había olvidado de él? ¿y si nunca le había querido?

Le vio a través de otra ventana, esta vez de frente. Estaba más mayor, pero seguía conservando la barba y los rizos que le caían en la frente.

Sólo verte y ya no sé dónde estoy 
De repente no recuerdo quién soy, ¡ooooh!

Mamma mia, otra vez igual 
¡Ay, ay! ¿cómo resistirme? 
Mamma mia, siempre acabo mal 
¡Ay, ay! no sé corregirme

Con la rabia de los recuerdos que no le daban tregua, de nuevo se dispuso a alejarse de allí y mantener la cabeza ocupada en otras cosas. Aunque a sus pies no debía parecerles una buena idea, pues parecían bailar en la dirección contraria a su parte racional.

Mi corazón rompiste 
Siempre he vivido triste 
¡Ay, ay! desde que te vi partir 
Mamma mia, ahora ya lo sé, 
¡Ay, ay! no debí dejarte ir

Sólo verte y ya no sé dónde estoy 

De repente no recuerdo quién soy…

–¡Bú! ¡Sorpresa! –Apareció Roi en la escena, con sus típicos sustos inoportunos.

–Coño, Roi… cuánto tiempo, qué susto me has dado–. Y ahí estaba Raoul, taladradora en mano y el pelo revuelto, desconcertado ante dos hombres de su pasado.– ¿Qué haces aquí?

–Estaba de vacaciones, tío. Y me apetecía pasar por aquí.

–Yo también. Ya sabes que me encantaba esta isla–. Añadió Agoney, sabiendo muy bien lo que decía y desarmando a Raoul, cuya primera reacción fue encender la taladradora apuntando en dirección al canario.

–No puedes quedarte aquí. No podéis… no podéis quedaros aquí. Tengo el hotel lleno y mucho lío encima. Mañana es el estreno de mi hija y… marcharos juntos tal y como habéis venido.

Antes de poder recibir ninguna respuesta, el catalán se largó preso de los nervios.

Miró el reloj: eran las tres. Lo que suponía dos cosas: que Mimi y Ricky estaban al llegar al puerto y que debía apresurarse para llegar a tiempo.

–¡Cuánto tiempo, tú! ¿Te parece normal?–gritó Ricky con efusividad, apretando a Raoul contra su pecho mientras Mimi le acariciaba el pelo.

–Ricky… para. Que me vas a asfixiar–. El catalán le dedicó una sonrisa triste que alertó a ambos.

–¿Qué te pasa, chiquitín?

Y Raoul les contó todo lo que acababa de pasar. Que siempre había pensado que Agoney era el padre de Nerea, pero que hubo dos hombres más en aquella época y que realmente no tenía ni idea de cuál podía ser. Y ahora dos de tres estaban allí.

Nerea, por su parte, también estaba pasándolo mal. Tanto Miriam como Mireya lo notaron y dejaron atrás sus distracciones para animar a la pequeña de la mejor manera que podían.

Chiquitita, dime por qué...– comenzó Mireya tras aclararse la garganta. 

–En tu voz hay tanto penar...

–No es normal, el estreno es mañana– le recordaron ambas a la vez, lo que consiguió arrancar un sollozo de Nerea.

Un problema te hace sufrir 
Algo malo nubla tu mente

Se te ve tan callada, tan ausente

Ante la falta de respuesta, las amigas decidieron que lo mejor era sacarla de allí y dar una vuelta. Aunque para ello tuvieran que tirar de los brazos de Nerea, que solo quería estar en su cama.

Chiquitita, debes saber 
Que el dolor se puede vencer 
Nunca dura tanto

Otra vez podrás bailar 
Tu canción cantar 
No habrá tiempo para el llanto

–Se han ido. Los dos. Han venido y se han ido aunque me prometieron lo contrario. Nunca voy a saber quién es mi padre…

Chiquitita, puedes llorar 
Pero el sol no deja de estar 
Brillando en lo alto

Ponte alegre y vuelve a ser 
Como fuiste ayer 
No te rindas, chiquitita

–Amiga, ¿no serán esos que están montándose en aquel barco?

Y la pequeña no dudó ni un segundo en salir corriendo y lanzarse al agua hasta alcanzarlos.

Andante, AndanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora