2. Principio del caos

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La semana siguiente llegó más rápido de lo que esperaba. Apenas pude llamar a Lena y contarle mi destino de verano, debido al castigo impuesto por mi madre gracias al escándalo que hice al día siguiente.

Debido a que Croqueta no estaba.

Bajé ese día muy temprano, mucho antes que todos despertaran, para poder darle las medicinas a la bola de pelos de la que ya estaba bastante enamorada. Sin embargo, al encontrar el jardín vacío, mis sospechas de que mi padre no dejaría las cosas como estaban, se confirmaron en ese momento.

Supliqué, rogué y lloré para que me digan donde estaba, pero ninguno de los dos si había compadecido de mi, ni tampoco de mi mascota.

Si ya me encontraba decepcionada de los padres que me habían tocado, a este punto esa decepción era definitiva y sin retorno. ¿Cómo podían hacerle eso a un animal inofensivo, que se encontraba enfermo y solo en el mundo? ¿Qué no había pedido esa vida que había tenido que vivir?

No podía entender por qué la gente odiaba a los animales.

Llamé a la perrera de la ciudad, dando toda la información detallada que podía ayudar a que la identifiquen. Era una cruza de border collie, colón marrón, más o menos 1 año de edad, con una macha en la pata trasera izquierda, y aproximadamente de 15 kilos, tal vez menos.

Ninguna de los perros que tenían allí se asimilaban a mis descripciones.

Tal vez para muchos sea solo un perro, un animal que no tuve mucho conmigo, pero se sintió como si me hubieran quitado a mi mejor amigo. Estaba acostumbrada a que la gente sea una mierda, y que me quiten a Croqueta se sintió como quitarme una de las pocas partes buenas en mi vida.

Dolía mucho.

Lena prometió que trataría de buscarla, en base a las características que le había dado, ya que ni siquiera había podido tomarle una foto aún, quería que esté recuperada antes de comenzar a buscarle un hogar.

La cosa es que la extrañaba, y mucho. Y sabía que posiblemente jamás volvería a verla.

Y ahora estaba empacando mis cosas en la maleta, a punto de abordar un avión, lejos de lo que conocía, para vivir un verano lejos de mi única amiga y sin mi mascota.

La vida apestaba.

...

Cuando bajamos del avión al día siguiente, mi humor se había vuelto agrio, y el pobre de Nate tenía que estar aguantando mis respuestas cortas y mi mala cara. Saliendo del aeropuerto conseguímos un taxi y mi hermano recitó la dirección que le había pasado mi tía Vilma a mi madre.

A pesar de mi tristeza, no pude evitar admirar el paisaje que ibamos recorriendo a medida que el auto avanzaba y se alejaba más de la civilización, dando paso a una carretera con abudantes arboles. De lejos podías admirar lo que parecían unas montañas, y escuchaba parlotear al taxista con mi hermano sobre los hermosos lagos que había cerca.

Admitir que el lugar era increíble no hacía que mis ganas de estar aquí aumenten, pero era declarar la verdad, obviamente.

Nate, por otro lado, se encontraba facinado charlando de los lugares turísticos con el conductor, su cara iluminándose con cada cosa que el hombre le contaba.

Al menos uno de nosotros se divertiría éste verano.

Llegamos a una casa se se asemejaba más con una cabaña para vacacionar, que al hogar en el que hasta ayer me encontraba hasta hace un día. Era bastante pequeña, aunque el patio lo compensaba totalmente: cercano a la casa era un jardín común y corriente, pero a medida que llegabas a los límites había piñas y ramas cubriento el suelo producto de los árboles que rodeaban el lugar.

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⏰ Última actualización: Sep 20, 2018 ⏰

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