Un descubrimiento insólito

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Conducía. La carretera se había vuelto cada vez más estrecha, al punto de que debía conducir con sumo tiento para no desviarme. La tarde se había cerrado con un juego de luces rojas, moradas y blancas. Luego las estrellas llegaron, una tras otra, como pequeños faroles que se encendieran desde una distancia infinita de tiempo y espacio. A mí derecha se extendía el bosque. Sus arboles se alzaban negros y voluminosos bajo la luz estelar. Un viento del norte empezó a soplar sobre sus copas. Sentí frio. Estaba cansado. Cuatro días sin dormir, conduciendo sin descanso alguno no dejan a nadie bien parado. No se oía más sonido que el de las hojas de las copas de los arboles agitadas por el viento. En algún lugar de la oscuridad un Búho canto. Incontables y enrevesados  pensamientos cruzaban mi mente. En un momento dado, perdí noción de la realidad, sumergido en un mar de imágenes fantásticas, y me dormí. Pude escuchar, como desde un lejano lugar apacible, el sonido de los neumáticos al desviarse el auto, el sumergirse en la maleza, entre el escabroso terreno y los arboles, y un choque estruendoso. Luego silencio y olvido. 

Al despertar, estaba tendido al pie de un grueso árbol, sobre húmeda hierba, con la luz de las estrellas iluminando mi rostro. Tarde varios minutos en comprender lo que pasaba. A unos pasos de mí, deshecho contra un fuerte y viejo roble, que parecía no haber sufrido daño alguno, estaba mi auto. Mire el reloj. Eran las 8:23. Mi calma, luego de tan aparatoso acontecimiento, me sorprendió. No me pregunte entonces el como había salido ileso y porque estaba sobre la hierba. Inspeccione mi entorno. Muy pronto encontré lo que parecía ser un camino, hecho, al parecer, por los incontables años del paso de personas y animales. Luego de un corto trayecto, llegue a lo que parecía la entrada de un pueblo. La noche estaba lo suficientemente clara como para permitirme leer lo que en el letrero de presentación estaba escrito: Άγνωστος Θεός.  Si mis precarios estudios de griego no me fallan, significaba "Dios desconocido". El por que un pueblo en medio de la nada poseía aquel nombre y es ese idioma en particular, no eran cosas que en verdad me preocupasen. De alguna forma sentía una especie de inocencia infantil, como en un sueño de infancia, ante todo. También felicidad. Una felicidad inexplicable. Sin embargo, también había algo más. Como un despabilamiento ante cosas de las cuales anteriormente no poseía conciencia. Cruce la entrada. Frente a mí, monte abajo, estaba el pueblo. En él refulgía la luz de miles de velas y lamparas de Gaz, rompiendo la brumosa tela de negrura que poco a paco se iba espesando. Baje rápidamente. Los caminos en el pueblo eran empedrados, con brotes de hierba en algunas partes. Los hogares y establecimientos parecían hechos de madera, al estilo antiguo, y esta madera tenía incluso un aspecto no acabado. Una especie de ayas  se extendía en algunas esquinas de las paredes. Me daba todo  la idea extraña de que el pueblo mismo era parte del bosque que lo rodeaba. 


El pueblo a las orillas del bosqueWhere stories live. Discover now