Cuando era pequeña solía recostarme sobre el césped con mamá, recuerdo que ella jugaba con mi cabello.
Yo cerraba los ojos, mamá me preguntaba:
-¿Dónde estás, Pequeña Katherine?
Era un pequeño juego.
Ella me preguntaba eso y yo respondía con el lugar en el que quiero estar.
Me hacía sentir mejor.
-Estoy en la playa.
-¿Cómo es, Kate?-Decía suavemente, me sentía tranquila.
-No hay nadie. Tampoco hay sol. Siento el viento en mi cara y la arena mojada en mis pies, el olor a salado, las olas rompiéndose. No hay Dolor. Está Bien. Estoy bien- Afirmaba.
Mamá besaba mi frente y yo sonreía, abría los ojos y sólo estaba ella, con sus ojos tan cafés como siempre, y yo con mis ojos tan celestes. Ella era hermosa. Pero no el tipo de hermosa que una hija le dice a su madre. Ella era hermosa, a la vista de cualquiera.
La extraño.
Mamá murió en un accidente automovilístico, yo estaba en el auto. Alguien había cortado los frenos. Recuerdo a ella con la cabeza en el volante. Tenía una herida en la cabeza. Tenía en rostro bañado en sangre. Y yo, bueno, yo tengo una marca, que va desde debajo del ojo, hasta la mandíbula. Parece el rastro de agua que deja una lágrima.
Vivo con mi padre. El tiene los mismos ojos que yo. Todos los días pienso que el no recuerda que tiene una hija, y que yo solo soy una extraña.
Extraño a mamá.
Suelo mirarme en el espejo todas las mañanas. La recuerdo a ella.
-¿Dónde estás, Pequeña Katherine?
Cierro los ojos.
-Junto a mamá
