Una gota escarlatina reposaba sobre la encimera de madera. Ella la retiró con su pañuelo de seda, y éste se tiñó de un rojo tan profundo como el de una manzana madura. Y tuvo una revelación.Tomó una de las macetas junto a la ventana, elaborada en arcilla, donde el retoño de un manzano estiraba su tallo hacia el sol. Una lágrima aterrizó sobre sus raíces sedientas.
Solo había un sentimiento...Agonía. La dulce pincelada de un almíbar de mercurio en los labios. El dolor sórdido del filo de una daga al corazón. Un hálito terminal entre las flamas de una combustión en las entrañas. Las lágrimas brotan para contrarrestar la llamarada, pero se esfuman en el calor inclemente. Corre lava por las venas.
Con un nudo en la garganta abandonó la cabaña, la cual estaba rodeada toda clase de figuras arbóreas. Habían sauces y abedules, pinos, robles, cedros y eucaliptos...pero no había un solo manzano. Se abrió paso a través de la espesura hasta llegar a un claro, donde una alfombra de grama fresca cubría la totalidad. Con la pala, ella hizo una brecha en el terreno y allí depositó el brote. Le agregó paladas de tierra hasta cubrir bien sus raíces, y miró con desdén el cuadro, sintiéndose menos culpable. Había logrado eternizar y revivir la semilla de su vida, que crecería dentro del manzano y lo alimentaría hasta hacerlo frondoso. Había sepultado su dolor.
Entonces repentinamente le invadió una bruma de recuerdos sobre su juventud:
Ella simplemente amaba la vida en toda su expresión. No le afligía la ausencia del sol en los días de otoño próximos a expirar, porque bien sabía que éste se hallaba en un letargo profundo en sus aposentos siderales. El frío no se podía proliferar en su piadoso corazón porque éste se encontraba acunado en la gracia divina de la oración y la fé. Cada tarde, la joven abandonaba la cabaña, bien abrigada con una capa de lino blanca como albor de luna y con un ejemplar de la biblia bajo su brazo. Reposaba bajo la sombra de un sauce, mudando hojas doradas que la brisa hacía danzar sobre su cabellera, mientras sus ojos audaces descansaban en la fina caligrafía de aquellas sagradas escrituras.
Era la joven más hermosa, dulce y casta de aquel lugar. Al andar ella, no habían ojos que no se detuviesen en el lacio cabello miel que jugaba entre los suspiros del viento, en la mirada líquida, siempre noble y modesta, en la encantadora sonrisa enmarcada por aquellos sublimes labios carmesí nunca antes besados, en la perfecta piel blanca como una escultura en alabastro y como una escultura misma, las líneas de su cuerpo juvenil.
No había cosa más perturbadora para ella que el pecado original. Aquel estigma innoble de la malignidad, aquel aciago día en el que Eva probó el fruto nocivo de su perdición en el Jardín de Edén. Era imposible borrar esa insondable deshonra adherida al instinto y a la historia de la vida terrenal. Aquello podía causarle una pesadumbre tan azorante que cada vez que leía el citado versículo 3.6 del génesis, no podía evitar que lágrimas de vergüenza y dolor absoluto emanaran de sus ojos. Fue aquello, -y el roce de la tela sobre la espalda en carne viva, llena de verdugones profundos de los crueles latigazos no hace poco suministrados- lo que le hacía llorar amargamente.
Se limpió las lágrimas arrepentida y humildemente se dijo a sí misma:
-No debo llorar, porque los merecía. Porque toda señal de pecado en mí debe ser sancionada de inmediato.
Así la joven sonrió, ignorando el ligero olor acre y metálico de sus laceraciones, y retomó el curso de la lectura con mucha más disposición esta vez.
Cuando la oscuridad inminente se hacía sentir en todo el desaforado valle, la joven ya estaba de vuelta en casa, viendo arder dos trozos de leña bajo el apetito voraz de la hoguera. Ella no dejaba de pensar en el fervor con el que llameaban, en la pasión, furor y vehemencia que irradiaban las abrasantes lenguas de calor. Una sensación se sublimaba en su instinto, lo que provocó que un escalofrío siniestro le recorriera la espinal dorsal. Apartó la mirada extrañamente perturbada.
-Has regresado temprano -Observó una voz oxidada a sus espaldas.
-Tú me lo has pedido madre, y no me atrevería a desobedecerle -Afirmó la adolescente desde su butaca sin mover un solo músculo.
-Esa es mi niña -La mujer abandonó la sombras y besó la frente de la muchacha -¡Mi Eva, mi hermosa Eva!. ¡Serás una Eva mejor, una Eva que no pecará, y ascenderás a lo cielos tal cual como la Virgen María y El Señor siempre te verá con gracia y admiración! -Exclamó la dama, alisando el cabello de la chica con sus dedos rugosos y deslucidos.
-¿De verdad sucederá madre? -Inquirió Eva con voz inocua.
-¡Claro que sí mi niña!. Mientras estés conmigo y sigas siempre mi disciplina. Y cuando eso pase, intercede por mí ante El Señor mi querida, porque yo no he tenido una madre que me protegiera de la mancha del pecado y he errado irremediablemente.
-Lo haré madre, te lo juro.
Pero la inminente primavera perfumó el prado, el forraje se engalanó de flores silvestres y frutos rozagantes abundaban en los árboles. Entonces Eva probó la manzana directamente de los labios del leñador, y él saboreó el néctar almibarado que se deslizó en su cuello. Su carne expuesta reposó en la cama de flores, con la capa hecha un ovillo sobre un clavel. Y poco tiempo después, aquella semilla primitiva había arrojado raíces dentro de ella, anunciando su existencia.
-¡¿Qué has hecho?! ¡¿Cómo has podido hacerlo?! ¿Acaso no pensaste en tu Señor cuando ese jovencito quiso corromperte?. ¡Es Lucifer encarnado y bajo ninguna circunstancia voy a permitir que traigas su retoño al mundo!. ¡¡¡Nunca!!! -gritó su madre.
-Ma...madre, por favor -tartamudeó Eva entre sollozos.
En la estufa, un caldero con una infusión de hojas secas y cortezas desprendía un olor a boscaje. La madre de Eva vertió el líquido ambarino en un cuenco, y se lo ofreció a su hija.
-Bébelo, y se irá.
-No quiero.
-¡Hazlo ahora!. El señor está esperando que enmiendes tu pecado.
-¡No lo voy a hacer mamá!. Este pobre bebé no tiene la culpa de mis errores.
-Lo lamento mucho Eva, pero si no lo dejas ir, tendrás que irte con él. Es lo que querría el Señor.
La madre, con rostro afligido, sacó del bolsillo de su delantal una daga de plata, y se abalanzó sobre ella con el propósito de herirla de muerte. Eva retrocedió con espanto ante la escena y echó a correr hacia la arboleda que rodeaba la casa. Nunca miró hacia atrás. La noche la encontró sobre la rama de un sauco, con los pies llenos de astillas y el estómago gruñendo.
Tuvo la primera revelación, la que desató su cadena de tormentos. A la medianoche bajó del árbol y regresó a la cabaña. En el recibidor encontró a su madre dormida en su butaca predilecta. Tenía un rosario apretado entre sus dedos, pero la daga resplandecía en la encimera bajo los débiles rayos de luna. Eva la tomó, y justo después de acariciar el cabello de su madre, rodó la hoja alrededor de su cuello, dibujando un collar carmesí.
La bruma de recuerdos se disipó, y Eva regresó a la cabaña con la pala y la maceta vacía. Entró a la cocina, y sonrió hacia la fotografía de un niño pequeño, de sonrisa angelical, que estaba colgada sobre el fregadero. Ella encendió el fuego de la chimenea, y comenzó a hornear el pan de cada tarde. Puso a hervir una cacerola y picó vegetales diestramente. Comenzó a cantar mientras removía con una cuchara de madera, y en poco tiempo toda la estancia estaba perfumada con el aroma a hierbas, guiso y especias.
Al poco tiempo llegó su esposo, un hombre de fé que trabajaba en las minas. Se limpió la cara turbia antes de depositar un beso en la comisura de los labios de su mujer.
-Siéntate querido, la cena estará lista pronto -canturreó la dama, soplando una cucharada de sopa antes de probarla.
-Huele de maravilla...-observó su marido. Hizo una pausa antes de pronunciar -Por cierto, ¿Dónde está Adán?.
-Está jugando en la pradera, lanzando piedras al arroyo. Es un lugar hermoso, no muy lejos de aquí. Él estará bien.
-Ojalá no tarde, pronto va a oscurecer -musitó el buen hombre, señalando el reloj de péndulo en la pared.
-Yo iré a rezar al risco en cuanto terminemos de comer.
-¿Ahora mismo?. ¿Y qué se supone que haga yo aquí sin tu compañía?. Te noto un poco extraña Eva.
-Tú solo cuida del manzano. No olvides regarlo cada tarde, no le arranques una sola hoja, no comas ni un solo fruto. Estarías consumiendo el pecado de su corazón.