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p r í n c i p e


Tomé mi braille y comencé a leer,  pero mi mente estaba en otra parte.

"Cieguita."

La palabra repitió una y otra vez en mi cabeza.  Era una palabra que me recordaba  las veces que había  tropezado en la calle,  las veces que había chocado con alguien o me había perdido en lugares desconocidos.  Era una palabra que me hacía sentir  incapaz,  vulnerable,  diferente.

De pronto,  un fuerte aroma a lavanda y manzanilla invadió la cafetería.  Un nuevo escalofrío recorrió mi espalda.  No me gustaba ese olor.

—  Señora Lee,  ¿dónde puedo dejar las bolsas? —  la voz ronca de un hombre  me sobresaltó.

—  Déjalas aquí en el mostrador,  voy a ayudar a mi hija con sus deberes — dijo mi madre.

No pude evitar sentir una punzada de frustración.

— No necesito ayuda —  dije sin mirar hacia donde se encontraba el hombre.

—  ¿Por qué siempre estás tan amargada? —  preguntó mi madre.

—  No estoy amargada,  solo estoy cansada de que todos me traten como una niña —  respondí con un tono más fuerte del que esperaba.

—  Namkyung,  por favor... —  dijo mi madre  con un tono de voz que sugería una advertencia.

Sentí un fuerte deseo de escapar,  de alejarme de esa situación.  De pronto,  el aroma a lavanda se intensificó.

—  No me gusta ese olor —  dije con un tono seco.

—  ¿Qué dijiste? — preguntó mi madre.

—  No me gusta ese olor —  repetí,  esta vez con más firmeza.

—  Bueno,  yo creo que es un olor agradable —  dijo el hombre,  su voz ronca se acercaba a mí.

—  ¿Quién es ese? —  pregunté,  mi voz era un susurro,  pero  mi madre pudo oírme.

—  Este es el señor Kim,  él va a ayudar con la cafetería,  te lo había mencionado —  respondió mi madre.

—  ¿Para qué necesita ayuda la cafetería? —  pregunté.

—  Namkyung,  por favor,  ten un poco de paciencia —  dijo mi madre  con un tono conciliador.

No respondí,  solo sentí  un nudo en el estómago.  No me gustaba ese hombre,  no me gustaba su olor,  no me gustaba su voz.

—  Voy a  volver a casa —  dije  levantándome de la mesa.

—  Namkyung,  ¿a dónde vas? —  preguntó mi madre  con preocupación.

—  Necesito  un poco de aire fresco —  respondí  sin mirarla.

Salí de la cafetería y caminé  hacia el patio trasero.  El aroma a lavanda se desvaneció  a medida que me alejaba del hombre.

Tomé un respiro profundo,  intentando calmarme.  El jardín  era un lugar tranquilo,  un lugar  donde podía  sentir  la brisa  acariciando  mi rostro,  donde podía  escuchar  el canto de los pájaros.

Saqué mi cuaderno y un lápiz de mi mochila.  Necesitaba dibujar,  necesitaba expresar  lo que sentía,  necesitaba  escapar del mundo  que me rodeaba.

¿Qué iba a dibujar?

Cerré los ojos  e intenté  imaginar  un lugar  donde  no existiera la oscuridad,  un lugar  donde  pudiera  ver  el mundo  con colores vivos,  un lugar  donde  pudiera  ser  yo misma.

Y de pronto,  la imagen se formó en mi mente.  Un campo lleno de girasoles,  sus pétalos dorados  brillaban bajo el sol,  sus tallos  se mecían  suavemente con la brisa.

Empecé a dibujar,  con cuidado,  con pasión.  Cada trazo,  cada línea,  era un escape de mi realidad.

Sentí  la  textura del papel  bajo mis dedos,  la  dureza del lápiz.  Mi  cuerpo se  relajó  a medida que  la  imagen  se  formaba  en  la  hoja.

Pero la tranquilidad  se  rompió  con un  golpe  en la  puerta  del patio.

—  Namkyung,  ¿estás ahí? —  la voz de mi madre  sonó  con  preocupación.

Suspiré.  No quería volver,  no  aún.

—  Estoy  aquí —  respondí,  mi voz  se  oyó  débil.

—  ¿Te encuentras bien?  —  preguntó mi madre acercándose a  mí.

—  Sí, estoy bien — dije,  tratando de sonreír.

Mi madre se sentó a mi lado.

—  ¿Qué estás dibujando?  —  preguntó,  su voz era suave.

—  Un  campo de  girasoles —  respondí,  sin  apartar  la  vista  de  mi  dibujo.

—  ¿Te  gustan  los  girasoles? —  preguntó  mi madre.

—  Sí,  me  gustan  —  respondí,  sin  saber  por qué.

Sentí  su  mano  sobre  la  mía.

—  Sabes,  Namkyung,  el  mundo  no  es  solo  negro  y  blanco —  dijo  mi madre,  su  voz  era  cálida  y  tranquila.

—  ¿Qué  quieres  decir? —  pregunté,  sin  entender.

—  El  mundo  está  lleno  de  colores,  Namkyung,  aunque  no  puedas  verlos  con  tus  ojos,  puedes  sentirlos  con  tu  corazón —  dijo  mi madre,  su  mano  apretó  la  mía  con  delicadeza.

No  respondí.  No  sabía  qué  decir.

—  ¿Quieres  que  te  ayude  a  dibujar  el  campo  de  girasoles? —  preguntó  mi madre.

Negué  con  la  cabeza.  No  necesitaba  ayuda  para  dibujar.

—  Gracias  por  el  dibujo,  Namkyung —  dijo  mi madre,  su  voz  sonaba  con  admiración.

Y  en  ese  momento,  sentí  algo  diferente.  Sentí  una  sensación  de  esperanza,  una  sensación  de  que  tal  vez  el  mundo  no  era  tan  gris  como  creía.

—  Mamá —  dije  con  un  susurro,  mi  voz  se  oía  con  incertidumbre.

—  ¿Sí,  cariño? —  respondió  mi  madre.

—  ¿Tú  crees  que  el  mundo  puede  ser  un  poco  menos  gris? —  pregunté.

Mi  madre  se  quedó  en  silencio  por  un  momento.  Luego,  tomó  mi  mano  y  la  apretó  con  fuerza.

—  Sí,  Namkyung —  respondió,  su  voz  era  firme.  —  El  mundo  puede  ser  un  poco  menos  gris.

Y  en  ese momento, sentí que  podía  respirar de nuevo. Sentí  que el mundo podía ser un  lugar  mejor.

Un lugar donde el sol podía  brillar con  más  fuerza,  un  lugar donde los girasoles podían  flore

【Discapacidad】➳Pjm Completa √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora