Capítulo 7

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Pels escapó una tarde de noviembre de 1996. No sé si se "escapó"  es el término correcto. Digamos que se esfumó. Desapareció. Fue realmente extraño.

El guardia lo dejó en su celda, con  la puerta cerrada.

Pels le chistó; cuando el guardia giró, Pels ya no estaba en su celda. Era el clásico modo de actuar de mi amigo el marciano.

El profesor Broder me llamó al hotel para darme la mala nueva. Pels había desaparecido de su celda y su paradero era desconocido.

-Si pudo huir así –me dijo Broder por teléfono –es probable que ya esté en Marte. ¿Por qué no escapó antes?

- Pels tiene una lógica distinta de la nuestra –le dije-. O lo que es peor, no tiene ninguna lógica. Quizá quiso dejar limpio el nombre de los marcianos, y escapó cuando supo que no lo conseguiría. Bueno, pero ahora, ¿Cómo sigue todo?

- No sigue de ninguna manera- me dijo Broder-. Pels es un fugitivo. Eso no demuestra su culpabilidad ni aumenta su pena. No creo que se comunique con usted, ni puede seguir el caso en su ausencia.

- Es decir, acaba de concluir mi primer caso y mi único trabajo.

- Se podría decir que sí. ¿Está arrepentido?

- No. Creo que elegí la mejor alternativa. ¿Cobraré algo?

- Sí, sus honorarios estarán liquidados dentro de tres meses –y con sorna agrego:

- Con un poco de suerte, dentro de cuatro.

Broder deslizó algunas frases de consuelo que ya no recuerdo. Me deje caer sobre la cama y trate de no pensar en qué iba a hacer de mi vida. Me sentía como un boxeador que hubiese estado entrenando durante siete años para la gran pelea del siglo y, cuando por fin sube al ring, el referee le dice que no podrá competir, ganar ni perder, porque el boxeo acaba de abolirse: ya no existe más.

Prendí la radio de mi habitación (esas radios de hotel que están pegadas arriba de la cama, que parecen un calefactor o un extractor de aire) y escuché el final de un concierto de música clásica. Pensé:

"Rechacé el trabajo que me ofrecía mi abuelo, y mi único cliente se fuga sin avisarme. Soy un fracaso". En ese momento golpearon la puerta, y antes de apagar la radio para preguntar quién era descubrí que me gustaba la música clásica, que era un excelente acompañamiento para sentirse la peor persona del mundo, o, más acorde a mi situación, la criatura más desdichada del universo.

Era Maite, con su delantal bordado en el bolsillo superior. Venía a hacer la pieza. Se suponía que a esas horas, tres de la tarde, yo no debería estar tirado en la cama como un borracho sin hacer nada, y sí, en cambio, debía dejar la pieza libre para que la mucama la preparara.

-Ya me voy –le dije.

-No hace falta que se valla – me dijo Maite, mientras comenzaba a barrer del piso partículas de polvo que yo nunca hubiese descubierto.

-¿Le molesta que escuche música mientras trabajo? –me preguntó.

Prendió la radio y de los agujeritos salió la melodía del Llanero Solitario. Un viejo personaje de una vieja serie de televisión. La melodía es más o menos así: taratatá taratatá taratata. Pero, a decir verdad, la música por escrito se transmite de otra manera, con corcheas y demás. De todos modos, si ustedes pueden escuchar con los ojos, tal vez descubran cómo era la melodía del Llanero solitario. Al rito de esa música Maite comenzó a ordenar la pieza mientras yo permanecía tirado en mi cama.

En una habitación no hay demasiado espacio, y yo no tenía sitio donde poner los ojos sin toparme con ella.

Lógicamente, tendría que haberme ido de la habitación. Pero ella me había dicho que no hacía falta. Me ponía nervioso no poder dejar de mirarla y, de haberlo podido hacer sin causarme prejuicios, me habría sacado los ojos y los habría puesto en el botiquín del baño, para poder permanecer allí, sintiéndola sin mirarla.

El Abogado Del Marciano -Marcelo BirmajerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora