Sabía que la historia que mi cuñada había forzado a comenzar no iba a ser duradera. Lo supe cuando la invité a comer a la salida del trabajo y hablamos tanto que oscureció mientras dábamos sorbos cortos a unas copas que no queríamos que nunca se acabaran. La abracé cuando salimos del bar con la intención de resguardarla del frío y me detuvo diciendo que no quería correr porque no pretendía ser una más que sumar a la lista de mis conquistas. Por supuesto que no lo era ni lo sería. Después de un mes viéndonos casi diariamente y no habiendo pasado más allá de la primera base, me tenía como un puto loco enamorado y eso es solo algo de lo que Claire pudo ser capaz.
Claire era guapa, inteligente y elocuente. Claire sabía escuchar, me entendía y comprendía. Y había sido la única a lo largo de toda mi vida que me había hecho jurar un pacto verbal: todo lo pagaríamos a medias, aunque eso supusiera que su nevera estaría más vacía de lo normal durante ese mes. Porque Claire era honesta, humilde y real, y me quería dejar claro, pero sobre todo a aquellos que cuchicheaban a nuestras espaldas, que no estaba conmigo por mi dinero. Y así lo verifiqué cuando me dijo que lo que le había enamorado de mí habían sido mis manías. Mi gesto automático de tocarme el pelo cuando estaba nervioso, mi ritual de esconder mis manos en los bolsillos para evitar que los clientes vieran que me sudaban las manos, los golpes de aire que me daba con la mano para evitar que mis mejillas estuvieran más sonrojadas de lo normal, y mi sonrisa. Mi eterna y tatuada sonrisa. Sé que quizás no es la confesión de amor más bonita del mundo, pero teniendo en cuenta que las tías con las que me había liado solo sabían enumerar mis propiedades, mi dinero y mi físico, la frase que me dijo en aquel momento me hizo volver a sentir humano.Pero Claire aprendía rápido.
Y eso fue lo que nos llevó al fracaso.
Recuerdo perfectamente el día en el que verbalicé lo que ella llevaba mucho tiempo escuchando por los pasillos de la empresa. Acabábamos de hacer el amor y estaba apoyada en mi pecho mientras yo, como de costumbre, bajaba y subía las yemas de mis dedos por su brazo.
—Claire..
—¿Sí? —me dijo somnolienta
—¿Tú sabes que yo...bueno, que yo antes visitaba lugares en los que se practicaba sexo sin compromiso, verdad?
— Algo había escuchado.
— ¿Y qué piensas sobre ello?
— No me importa lo que hicieras en tu vida pasada, Alan. Todos tenemos algo que esconder y no soy nadie para juzgar algo cuyas circunstancias y motivos desconozco.
— Yo no lo escondo porque no me avergüenzo de ello. Pienso que es una forma más de tener sexo que la gente trata de ocultar por la hipocresía de esta sociedad. La gente va de moderna y de liberal, pero en realidad juzga todo lo que sobrepasa el límite de lo cotidiano.
— ¿Lo echas de menos?
— No, no. No te lo he dicho por eso. Simplemente quería comprobar que lo sabías y que no había cabida para una noticia que entorpeciera nuestra relación.
— ¿Cuánto tiempo hace que no vas?
— Mucho.
— ¿Cuánto es mucho?
— Unos tres o cuatro meses.
— O sea que cuando empezamos a conocernos seguías yendo. —se recompuso y me miró con una sonrisa ladeada
— No me dejabas tocarte, ¿qué querías que hiciera?
— Masturbarte Alan, como todo el mundo. Es broma. —me dio un beso en los labios —Yo quiero probarlo.
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Las cenizas de Alan
RomanceAlan Lewis vivía en una burbuja de plena felicidad. Lo tenía todo: una novia guapa e inteligente, una familia a la que adoraba y un puesto en la empresa familiar. Alan Lewis amaba Nueva York hasta que descubrió que la aguja que explotaba esa burbuj...