Prologo

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"El sexo es un juego de azar y estrategia en el que cada uno elige la combinación más apropiada y gratificante para si mismo, partiendo siempre de una base previa, el deseo.
La excitación está en lo desconocido y es ella la que camufla el miedo a perder a lo que se posee de antemano..."

Ahora, en la cama, no puedo dormir y necesito hacer algo para aliviar este sentimiento opresivo que siento en mitad de mi pecho, un torbellino de sensaciones y deseos que se enredan en una lucha constante.

Él siempre está dispuesto, junto a mí, en la cama y no necesito mucho para que pronto quiera hacerlo pero no sé si mientras lo hacemos, ese pensamiento en mi mente que sobresale por encima de todos los demás como una neblina espesa, cargada de remordimientos y muy peligrosa, puede llevarme a confundir su nombre con el nombre de otro alguien, muy diferente a él, especial.

Tengo que concentrarme.
Tengo centrarme en su boca y en su cuerpo sudoroso sobre el mío, caliente y duro entre mis piernas -tan diferente- y morder mi lengua para evitar meter la pata de esa manera tan rastrera, sucia e inapropiada.

¡Ahh, pero ¿qué me has hecho?!

Pero mi morbo es algo enfermizo y es más fuerte que cualquiera de mis voluntades.
En mi mente soy la única dueña de mis recuerdos,  y de mis deseos, y mi imaginación es un carrusel que no deja de dar vueltas en una feria ambulante, una y otra vez; hasta que  de nuevo estoy ahí, en esa misma cama, extraña y ajena, con las piernas abiertas, los pies y las manos atadas; los brazos por encima de la cabeza, sumisa, desnuda y amordazada. Sin poder  ver y sin poder advertir con certeza la oscuridad del túnel que profundiza bajo mi vientre, recubierto de vello y a la deriva de unas manos extrañas, suaves y desconocidas.

Todo ocurre una y otra vez, en mi mente, en cada centímetro de mi piel y mientras lo hacemos con prisa,  vuelvo a reproducirlo como un presente incierto, despacio y muy lento, con cada detalle desde que empieza.

"Su primera debilidad son mis tobillos. Los analiza dejando un rastro húmedo que se evapora con la temperatura de mi piel. Un cosquilleo que me sensibiliza de pies a cabeza y que sube por mis piernas para estancarse bajo mi ombligo.
Se hace insoportable el tacto de sus manos sobre mi vientre que le sacan una ventaja de años luz a su lengua, entretenida un poco más abajo.
Me esfuerzo por desenredarme, por desatarme, enredándome más en mi propio placer... pero aún así, ha sido demasiado cruel, mala, perversa y astuta, y aunque en un momento dado esos calificativos nombrados, por inercia, pueden tener connotaciones parecidas, en ella son adjetivos completamente distintos"

Mientras lo pienso y lo siento, no puedo evitar estremecerme de nuevo por el tacto de esos recuerdos y él parece disfrutarlo, orgulloso y satisfecho, muy lejos de saber que no es por el por quien tiemblo, entretenido ahí abajo

"Quedo a su deriva y solo puedo escuchar el sonido de su respiración uniéndose a la mía, desapareciendo de mi mente cualquier ruido sobre la fidelidad o infidelidad, sobre lo que está bien o está mal y a partir de ese momento no existe nada para ella se detenga. Y nada existe para mí por lo que quiera detenerla.

Quedamos en silencio, sin respiración -cómplices y culpables- en la misma habitación a media luz, observando como en la pared se dibujan las finas curvas de nuestros cuerpos sensibles y entrelazados.
Entonces mi mano sobre su sombra, tocándola con el lomo erizado, los pezones erectos sobrevolando mi rostro, sus labios fruncidos y la espumosa humedad derramándose hasta mis muslos"

Para ella debió suponer toda una rutina pero para mi no lo fue.
Fue la exaltación de mis sentidos por cómo había preparado a mi cuerpo, junto con la profundidad de su tacto, el olor de nuestros sexos, cóncavos y convexos, mi propio sabor en labios de alguien que no fuese él y el sonido de nuestros gemidos... todo tomado a la vez, sentido a la vez,  y que me hizo querer gritar como hasta ahora nunca lo había hecho hasta el punto de sentir vergüenza de mí misma.

Y mientras lo siento y lo pienso no puedo evitar viajar de nuevo, una y otra vez a ese lugar de color de arcoíris, donde solo descansamos ella y yo, en un abrazo eterno.

No me gustan las mujeres, no me excitan.
No.
Para mí no fue rutina, sino una experiencia nueva, alejada de cualquier influencia, creencia o sentido y que nunca olvidaré.
Lejos de prisas, en horas muertas, en infinitos segundos y donde solo existió una cosa: el deseo de detener el tiempo unido al deseo de ser los únicos supervivientes de una guerra de fuego donde perder o salir victorioso no es solo una cuestión de azar, sino de estrategia.

Fui débil, quizás.
No me importa reconocerlo.
Como cualquier hombre o mujer, me dejé seducir. Pero en el fondo sentí esa ansiedad desde el principio porque así lo hiciera, como si la historia que tendría lugar hubiese sido algo inevitable, no sé si por ella, no sé si por mi, por mi inconsciente ardiente, o por el propio destino empeñado como diablo ahí abajo.

Fue todo tan real... tanto que eché de menos tener eso con lo que yo tanto había enloquecido tantas veces; embestirla y mantenerla a raya, sostenerla y alimentarla hasta que no pudiese resistir más a mis movimientos, a mis deseos, hasta fundirnos en un horizonte lejano donde el cielo y mar se besan en un suspiro eterno.
Pero no.
No existía entre mis piernas nada con lo que provocarle un orgasmo mortal que la trasladase a tierras del más allá, a la pérdida del juicio, de la conciencia o de la noción del tiempo. Al desfase. Al desenfreno, a la inconsciencia.

<<¿Cómo puedo hacerlo?>> solo le dije.
<<No te preocupes, solo déjate llevar>> respondió.

Y entonces supe que tendría que hacerlo simplemente como ella lo había hecho conmigo, como yo lo hubiese hecho a solas conmigo misma, acariciando mi sexo hasta endurecerlo, con sus curvas sugiriendo el  movimiento de mi cuerpo como si unas manos desde dentro me guiasen en ese movimiento sincrónico de nuestras caderas.

Me dejé llevar por sus susurros silenciosos, por esos que nunca salieron de su boca y ni siquiera quise mirarla a los ojos para que no descubriese que mi deseo ardía más intenso incluso que el suyo propio.

Ahora lo pienso y comprendo, mientras mi cuerpo se vence fisicamente al tacto de las manos que siempre me han tocado, de su sexo penetrando muy dentro, que fue distinto y extraño y comprendo, lo peligrosos que pueden llegar a ser los deseos.

Me siento culpable y me arrepiento pero en el fondo sé que solo lo hago por despecho, por perder este partida de la vida en un jaque mate ante sus deseos.
Quizás solo fue eso. Un juego, su fantasía sexual, donde yo era la última pieza clave para llevarla a cabo hasta el final. ¿Cómo pude dejarme llevar?

Desde entonces nada he vuelto a saber de ella y la odio porque desde entonces no he podido dejar de pensar en ello.

Desnudando un te quiero [[Pausada]]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora