Oh, he visto la sangre correr
innumerables veces,
combatiendo fieramente
con el ardor de tu llama.
Luchaste bravo
hasta el fin, arma en mano,
en el fragor de los dardos.
Doblemente tocado,
por el abrazo de una doncella
y por el tesoro perdido
del jabalí dorado.
Te arrancó la llama con frío
del pecho moribundo,
y ella te acogió
y montaste en su corcel,
bajo la atenta mirada
del criador de cuervos.
Dejaste atrás
una tormenta de espadas
y una danza de muerte,
un hijo bastardo
y una botella descorchada.
Perro ensangrentado para el cobarde
y asientos de cotas de malla
para el aguerrido muerto.
Una voz te susurra
y te preguntas,
qué le dirá el viejo a su hijo
en su lecho de muerte.
Eres bienvenido, pero cuidado
pues ahí se sienta aquel
al que una vez llamaste hermano,
y juró clamando al cielo
que mataría a quien
le hubiera arrebatado
la honra a su hermana.
Mas no temas pues
la deuda ha sido saldada,
no debe haber disputas
entre los hijos adoptivos
del tuerto, así lo dictó
el señor de la sala.
Únete a él esta noche
y come carne de jabalí
y bebe de las urdes de la cabra,
ya llegará el momento
en el que abandones por siempre
el salón por una puerta,
y te enfrentes al lobo
junto al rey de la horca.
