Sol

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Sin duda alguna, uno de los placeres que más disfruto es ver el amanecer. Literalmente siento que me estremezco cuando el astro rey lanza sus primeros destellos que tiñen el cielo, primero de un color rosado, después azulado con toques color cobre, para ceder finalmente al rojo intenso. Espero con impaciencia a que me cubra con todo su fulgor, siento como su energía penetra cada rincón de mi ser, cada célula se llena de él. Siempre he tenido la impresión de que disfruta que lo siga incansablemente. Después de todo, compartimos el mismo nombre.

Tengo gustos simples; disfruto del cantar de las aves, me deleito con el rocío matutino que cubre mi esbelta figura y puedo embriagarme con la brisa fresca.

Muchos piensan que soy temeraria, y otros más que ya no distingo entre lo que es peligroso y lo que es prudente. Pues este lugar donde elegí crecer; no es precisamente el más seguro, el bullicio de la ciudad lo vuelve peligroso. Sin embargo, he vivido más de lo que mi propia naturaleza indica y eso me complace enormemente. La poca familia que me quedaba partió hace mucho tiempo, y las pocas amistades que tenía se han ido lejos de aquí.

Disfruto también en demasía el tránsito de la gente. La mayoría me ignora por supuesto, pero otros más se detienen para observarme un momento. A veces, me parece que puedo penetrar en sus almas cuando los miro a los ojos, en esos segundos, en ese preciso instante, veo belleza en ellos, que apacigua mi soledad.

El día comienza como cualquier otro, el ajetreado ritmo de la ciudad es imparable, y como habitualmente pasa, soy ignorada. Aunque no por todos. Veo entonces con preocupación a una pareja de jóvenes enamorados acercase peligrosamente a mí.  Ellos en particular representan un inminente peligro, de alguna manera ilusa piensan que mi muerte les traerá  alegría, o que podrá proveerles de ese sentimiento de amor y pertenencia ya inexistente en sus corazones. Siento como mi cuerpo se paraliza, un genuino pavor me recorre cada milímetro, me congelo, no puedo moverme. Estoy a merced de aquellos jóvenes. Atestiguo con impotencia el inicio del final de mi vida. Suspiro largamente y empiezo a aceptar mi cruel destino. Sin embargo, no siento nada. Han seguido de largo.

Por ahora me encuentro tranquila, observo todo y lo disfruto. Creo que después de todo podré disfrutar más amaneceres, o por lo menos uno más. Pronto me percato de que una familia se instala muy cerca de donde estoy, tienen niños con ellos y otros más se acercan para jugar, los veo correr  despreocupados y felices. Sus pequeños rostros me parecen tan inocentes. Debo confesar que me provocan ternura. Puedo ver que tienen la cara cubierta de tierra y el sudor recorre sus frentes. Vaya, que vitalidad tienen, parecen inmunes al cansancio. Uno de los infantes se acerca a mí con cautela y curiosidad. Me produce alegría que haya notado mi presencia, que es tan inocua a los ojos de los hombres. Y una vez que está lo suficientemente cerca, puedo apreciar que no pasa de los cinco años, tiene sus manitas regordetas, el cabello alborotado y unos ojos grandes color marrón.

No, ¡¿Qué es esto?! Veo horrorizada como se curva una sonrisa macabra en el rostro de ese niño. No me gusta esa forma en que me mira, no augura algo bueno. Y sin más, siento como una de sus manitas rodea mi frágil figura con demasiada fuerza, me lastima, empieza a tirar de mí… yo… yo  lucho desesperada. Ya me había hecho a la idea de vivir, no quiero irme, aún no estoy lista.

—¡Por favor déjame tranquila! ¡No importunes  es está quietud donde soy tan  dichosa! —le imploro, pero sus oídos son sordos a mis suplicas.

Me aferró con fuerza a esta tierra que tanto amo, que me vio nacer, donde crecí y donde sin lugar a dudas moriré, pero no quiero que sea hoy, aún quiero ver otros amaneceres.

Hay un inusitado placer en los ojos de ese niño. Él disfruta de ver como me arranca la vida. Ya no, ya no puedo más. Y con resignación abrazo mi cruel destino. Después de todo, he vivido más de lo que debería. Escucho un crujido sordo, algo en mi se ha quebrado, puedo  sentir en mis raíces la brisa fresca de la tarde. Me ha arrancado de la tierra. Observo con satisfacción una laceración en su manita, su piel no quedó impune ante su acto vil. Me cuesta trabajo ver, ya no siento la calidez del sol fluyendo en mi cuerpo. La vida me está dejando. Antes de irme, libero con mucho esfuerzo mi último legado. Sé que mis descendientes verán los mismos amaneceres.

El niño me lleva bien sujeta, puedo sentir como otras manos me toman con delicadeza y puedo ver la cara de quién ahora me sostiene; es una mujer de mirada amable, de facciones delicadas. Me permito ver por última vez auténtica belleza en sus ojos,  después de  todo, creo que es  loable que mi muerte provoque esa cálida sonrisa.

Fin.

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Este relato lo decidí escribir en primera persona, porque esté tipo de narrativa me cuesta trabajo. Así que fue un reto personal, pero lo disfruté mucho. Espero que sea su agrado, sobra decir que este es mi primer relato inédito.

También me gustaría hacer algunas aclaraciones, dado la naturaleza tan ambigua y un poco bizarra de la historia. Todo el relato es la desde la perspectiva de un girasol. No sé qué pudo haberme poseído para escribir el último día de una flor. Me pareció interesante.

En verdad agradezco de corazón que me lean y si te gusto o tienes alguna observación con toda confianza.

Mil gracias.

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