Capítulo I: Pequeña llamita.

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Corrí, sintiendo cómo la brisa alborotaba mi cabello todavía más. Mis piernas comenzaron a doler del esfuerzo.

Había corrido cuadras para llegar al hospital y ver a Ariadna con la esperanza de que estuviese sana y salva del fuego que arrasó con nuestro departamento y la mitad de nuestras pertenencias. Incluso había dejado a la mitad la exposición que tenía que hacer hoy en la universidad solo para venir por mi, de seguro lastimada, hermana pequeña.

No quería pensar en lo que tal vez sintió ella al estar presa del miedo, gritando por ayuda, mientras las llamas consumían todo a su paso. Le tenía mucho miedo al fuego más que a nada. Por ello no entendí la razón por la cual justamente en el piso de nuestro departamento fue que comenzó el fuego, si Ariadna no había dejado nada encendido o eso esperaba.

Casi derrumbo la puerta al llegar a la habitación de hospital en donde estaba tirada en esa camilla, dormida.

Eúnice me escrutaba con su mirada dorada, que se veía más seria y furiosa de lo que la recordaba. Cerré la puerta detrás de mí lentamente y me coloqué firme, lista para el sermón.

—¿Por qué diantres dejaste a Ariadna sola?

Mis cejas se arrugaron del enojo.

—Nadie quería cuidarla, hermano. Y no quería llevarla a la universidad conmigo para que se aburriera en sobremanera. Mi profesor ya no tiene consideración conmigo desde la última vez. —contesté, intentando no parecer dolida.

—¿Nadie quería cuidarla? Debes estar bromeando —frunció el ceño, alejándose de la camilla-. Es una niña de siete años, ¿quién no podría con ella?

—Al parecer tú, porque me la dejaste y te fuíste a otro estado desde que mamá murió —sonreí de forma cínica y él frunció el ceño. Gané, estúpido—. No te había visto hasta hoy en el mejor momento, Eúnice.

—¡Sabes que no tuve opción, Dany! —me regañó y yo volqué los ojos. Aquí vamos de nuevo—. Papá nunca estuvo con nosotros y mamá nos había dado todo aunque no tuviese nada. El que ninguno de los dos esté me hace el responsable por ser hermano mayor y tuve que buscar un trabajo fuera de aquí para darles un futuro.

—Pero el que te hayas ido justo después de que le detectaran ese déficit de atención y la clinofobia no dejó una buena impresión —no podía parar de responder y mucho más porque sabía que tenía razón-. Piensas correctamente, pero no por los demás.

—Pues somos iguales, porque de igual forma la dejaste sola en casa sin pensar en lo que sentía tu hermana. Ahora lo más probable es que tenga un trastorno de estrés postraumático al igual que tú y será tu culpa. —soltó, como veneno. Y me quemó de una manera en la que no imaginé.

—¡Y tú nos dejaste solas sin importar qué sentíamos de igual forma! ¡Ugh! —gruñí.

Y estuve dispuesta a seguir batallando, de no ser por los quejidos que oímos detrás de nuestra discusión.

Eún, Dánae, no peleen por favor —dijo Ariadna restregándose los ojos.

Me cubrí la boca de la sorpresa. No la había visto bien. Tenía su pequeño cuerpo con un tono rojizo, quemaduras de segundo grado en algunas partes y los ojos llorosos. No me queria imaginar el cómo se vería si no se hubiese escondido en el armario. Se me aguaron los ojos. Pudo haber muerto asfixiada, santo Dios.

—Dany, perdóname. No pude apagar el fuego con el balde cuando agarró las cortinas. Creo que los baldes de juguete son muy pequeños.

Se me rompió el corazón.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2018 ⏰

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