1. De Spider-man y los dinosaurios

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Cuando era inocentemente pequeño y no sabía cómo funcionaba el mundo, le pregunté a mi madre quiénes estudiaban a los dinosaurios. Mi madre, un poco pillada por sorpresa, se auxilió de mi hermana y le hizo el mismo cuestionamiento. Al final llegaron ambas a la conclusión de que quienes estudiaban a los dinosaurios eran los paleontólogos.

Desde ese día decidí que cuando fuera grande quería ser eso. Paleontólogo. Una palabra nueva para mí, ni siquiera sabía pronunciarla bien... ¡Pero se trataba de buscar dinosaurios! Y aquello hacía enardecer mi mente.

A esa edad, habían simplemente dos cosas que me fascinaban, y sobre las que bien se pueden redondear los más remotos recuerdos de mi infancia: los dinosaurios y los superhéroes. Sin embargo, ambas aficiones descendían de un pasatiempos mayor, que constituyó mi primer gran amor en esta travesía que se llama vida: el cine.

Las tardes ociosas de mi niñez, ausentes de cualquier tipo de tarea agobiante que no incluyera recortes o sumas sencillas, las dedicaba enteras a ver series y películas. De estas últimas aún conservo una enorme colección que mantengo bajo llave en lo más profundo de mi corazón.

Las películas de Jurassic Park fueron las que se encargaron de hacer nacer mi fascinación por los dinosaurios. Hoy en día me resulta gracioso pensar que un niño de cuatro o cinco años disfrutara tanto de ver humanos siendo aplastados y devorados por dinosaurios en las islas Nublar y Sorna, siendo perseguidos, mutilados, desmembrados de mil y una formas inimaginables; pero la verdad es que era más que eso. A pesar de que habían dinosaurios carnívoros de los que había que huir y esconderse, también había bestias enormes y cuellilargas que mascaban lenta y parsimoniosamente las hojas de los árboles: los braquiosaurios, que me robaban el aliento de solo imaginarlos; o tricératops asombrosos con pico y tres cuernos; o anquilosaurios con una cola en forma de mazo y un caparazón que me recordaba a Darwin, la tortuga con la que jugaba en mi patio (que más tarde hubo que cambiarle el nombre porque nos enteramos que todo el tiempo había sido niña); pachycephalosaurios que tumbaban jeeps; o pterosaurios que surcaban las alturas con una majestuosidad pasmosa.

En fin, que todo convergía en un mundo increíble al que me encantaba escapar, ver las cintas enteras, sin omitir detalles, recurrir una y otra vez a ellas como mi propio parque de atracciones, mi propio parque jurásico, y que poco a poco me llevó a querer más, a una insaciable sed de conocer más de estos maravillosos seres. Se podrán imaginar cómo me puse cuando me enteré que estos animales realmente existieron hace millones de años... No existían solo en mis preciadas películas, sino que realmente habían sido reales.

Mi búsqueda me llevó a todos lados... A todos. Tarjetas coleccionables, juguetes, álbumes de calcomanías, películas animadas, caricaturas. Todo. Todo lo que tuviera que ver con dinosaurios, yo lo quería. Mis papás, contentos de tener un hijo con gustos simples, se limitaban a complacer mis sencillas exigencias. ¿Regalo de cumpleaños? Algo que tenga que ver con dinosaurios. ¿Navidad? Dinosaurios. ¿Premio por buenas notas? Más dinosaurios. Fue así como no tardó en llegar a mí algo muy especial, algo que marcaría un punto y aparte en mi vida desde temprana edad, la piedra angular sobre la que se fundamentaría mi posterior forma de entender el universo: la ciencia. Y vino en forma de una revista sobre dinosaurios de la National Geographic. Pero ya hablaremos de eso más tarde. Volvamos al maravilloso mundo del séptimo arte.

Les había dicho que mi infancia se basaba en dos cosas: dinosaurios y superhéroes. Hablemos de lo segundo.

Me resulta difícil rastrear el momento exacto en el que me enamoré del mundo superheroico. Si bien la trilogía de Spider-man de Sam Raimi fue un parteaguas, puedo remontarme un poco más atrás con la serie animada homónima de los años 90, que recuerdo haber visto pequeños fragmentos, o incluso la serie de los X-men de esa misma década. Al mismo tiempo, las pequeñas tiras cómicas que sacaban en los periódicos hicieron que desde pequeño estuviera familiarizado con el mundo de los cómics, y en específico,el mundo de Marvel. Thor, Namor, los Cuatro Fantásticos, los X-men... los conocía a todos gracias a las tiras del periódico. Luego vino la cinta de Spider-man del 2002. Me encantó. Un superhéroe con habilidades arácnidas, que no viene del cielo ni es multimillonario. Es simplemente un chico neoyorquino que resulta dotado, por cuestiones del azar y la mordedura de una araña radiactiva, de una fuerza, agilidad y reflejos sobrehumanos, capacidad de adherirse a cualquier superficie, lanzar telarañas y un sentido arácnido que lo alerta cuando el peligro está cerca. Su historia me resultaba tan especial porque me imaginaba que podía pasarme a mí. Sentía que podía ser yo quien en algún momento estuviera balanceándose por los rascacielos, deteniendo criminales, haciendo el bien. Porque el personaje estaba muy lejos de ser perfecto o quererse ver a sí mismo como un ser todopoderoso (razón por la cual odiaba a Superman, aparte que consideraba la dicotomía de su fortaleza y su debilidad, la kriptonita, un concepto sumamente estúpido)

Y es que además Peter Parker era una persona digna de admirar. Cometió sus errores, sí. Fue egoísta, sí. Pero la vida le dio su lección, y no necesitó más. Tomó las enseñanzas del tío Ben, y la convirtió en su legado, en su motor, la motivación que se oculta bajo la máscara: que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Fue por esto que Spider-man llegó a convertirse en mi superhéroe favorito de todos los tiempos.

Y, como siempre ha sido para mí con cualquier cosa (incluyendo personas) que me gusta, me obsesioné con ella a tal punto que se repitió el ciclo, una vez más... Pósteres, juguetes, figuras de acción, álbumes de calcomanías, videojuegos, ropa, sábanas, incluso mi maldita cortina era de Spider-man. Y así seguí con las siguientes entregas del arácnido, hasta llegar a las películas de Batman (mi segundo superhéroe favorito) y al Universo Cinematográfico de Marvel.

Es así como le debo mi infancia entera al cine, a ese maravilloso arte que me trajo historias que pasaron a formar parte de mí. Nunca me gustaron mucho las películas animadas, no pasaba más allá de El Rey León, Dinosaurio,Toy Story y una película danesa llamada ¡Mamá!, soy un pez. Siempre preferí más a películas que se sintieran más reales, por eso me volví fan acérrimo de El Sombrero del Gato, Piratas del Caribe, Mini espías, Indiana Jones, Las Aventuras de Sharkboy y Lavagirl y... la reina de todas: Star Wars. De esta ya hablaremos más adelante, por ahora este pequeño recuerdo de mi vida termina aquí.

Dijera que espero que me lean, pero la verdad es que este es un proyecto bastante personal, que simplemente subo por si a alguien le interesa leer la vida de un extraño jaja, salu2, ¡nos leemos!

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⏰ Última actualización: Jan 08 ⏰

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