Amor vincit omnia

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Draco se enfrentó al último plato sucio reflexionando sobre lo mucho que odiaba fregar, tocar esa suciedad grasienta y asquerosa. Aunque, bien mirado, había muchas cosas que odiaba de su trabajo, como por ejemplo, todas. El sitio era tirando a mugriento y su jefe era un gilipollas. Pero era el único sitio en el que querían darle trabajo a alguien que no tenía un solo documento para probar su identidad. Trabajaba allí cuatro noches a la semana, siete horas cada día, por trescientos euros roñosos. Ganaba casi lo mismo con las clases particulares de inglés, que eran mucho más llevaderas, aunque tampoco le gustaban demasiado.

-Venga, acaba ya y barre la cocina –le dijo la mujer del dueño, en español.

Suspirando para sus adentros, Draco hizo lo que le mandaban. Tenía que recordarse una y mil veces que él no era un elfo doméstico y que algún día las cosas cambiarían.

Al menos ya no quería llorar cuando pensaba en las faenas denigrantes que se veía obligado a hacer.

Cuando terminó, le preguntó al dueño en un español aceptable si había algo más que debía hacer. Él le dijo que no y su mujer le dio un recipiente de plástico con una docena de croquetas y un trozo grande de tortilla de patatas. El dueño gruñó, pero no dijo nada. Draco lo aceptó dando las gracias y su agradecimiento era sincero, aunque no estaba exento del todo de humillación. La mujer, Adela, había empezado a darle algo de la comida que sobraba cuando le había visto devorar la cena que compartían todos sobre las ocho, antes de empezar a recibir a los clientes que también querían cenar fuera.

Draco se fue caminando a su casa. Era casi la una de la noche, pero el aire era cálido. Era increíble el calor que podía hacer allí en cuanto se acercaba el verano. Apenas había gente por la calle: aquella era una zona muy tranquila de la ciudad, apartada de las zonas más céntricas. Cerca de casa saludó a un hombre que estaba cerrando su propio bar –solían cruzarse siempre a esas horas cuando Draco trabajaba- y por fin llegó al portal de su edificio. Draco sacó las llaves, abrió la puerta y se dirigió hacia el ascensor. Sólo eran dos pisos, pero después de siete horas trabajando sin parar lo último que quería era subir escalones.

La casa estaba vacía, pero Draco no esperaba que fuera de otra manera. Primero fue a la cocina a meter la comida en la nevera y después de coger una cerveza se fue a al sofá y se dejó caer él con un gemido que era mitad alivio, mitad protesta. Joder, estaba molido. Draco le dio un trago a la cerveza y enchufó la tele con el mando. Después de pasar por unos cuantos canales, se quedó viendo una película antigua sobre dos ancianas que asesinaban vagabundos y ancianos solitarios pensando que les hacían un favor. Cuando su sobrino, que se acababa de casar, lo descubría, trataba de impedir que volvieran a hacerlo sin llegar a denunciarlas. Era una película interesante, pero estaba tan cansado que cuando oyó llegar a Harry se había quedado ya medio dormido.

-Eh –le saludó Harry en voz baja, dejando las llaves sobre la mesa-. ¿Estabas durmiendo?

-No –dijo Draco, abriendo los brazos. Harry se acuclilló a su lado y le dio un beso tierno que pareció dejar en Draco un poso de dulzura-. ¿Qué hora es?

-Casi las dos y media.

-Vamos a acostarnos.

El cuarto de baño era diminuto, pero estaban acostumbrados ya a compartirlo, y en pocos minutos se metieron en la cama, desnudos. A pesar del calor, se acurrucaron uno contra el otro y Harry empezó a darle besos por la cara, por el cuello. Draco se dejó hacer, sintiendo cómo las caricias de Harry iban encendiéndole. Había otras ocasiones en las que Draco se abalanzaba sobre él y se lo follaba como si no hubiera un mañana, pero el sexo nocturno y cansado le pertenecía a Harry. Él sólo tenía que relajarse y disfrutar.

Omnia vincit amorWhere stories live. Discover now